“Una novela que va aún más lejos, hasta adentrarse en el resbaladizo terreno de la literatura maldita, es Auschwitz (2004) de Gustavo Nielsen. Por falta de espacio, iré directamente a la escena más relevante: tras torturar y violar a un niño que tal vez sea un extraterrestre, el protagonista, Berto, un patético y pusilánime neonazi porteño, siente que «tenía que intentar más torturas para excitarse», pero descubre que se ha quedado sin ideas.
«Berto se preguntó dónde había visto muchas torturas juntas,
descriptas paso a paso. ¿Cuál era el libro que su memoria le estaba
escondiendo, una obra pletórica de casos e instrucciones? Era un libro
conocido. Un manual de sadismo explicado a los amateurs. ¿De editorial Hobby, o
un «Cómo Hacer» de Kapelusz? Recordó la tapa, y de inmediato se alegró
[…](...).
– ¡Claro! –gritó, pegándose una cachetada contra la frente–:
El Nunca Más.» (Nielsen 2004 :101).
En el capítulo siguiente emprende la lectura:
«Arrancó del libro una página con más blanco que letras y
comenzó a anotar lo que tendría que conseguir en el Easy. […](...) Por ejemplo:
«leyó rectoscopio». El libro explicaba el rectoscopio como un tubo para
introducir en el ano de la víctima y soltar en él una rata hambrienta […](...).
Berto anotó: «desague de PVC, seis centímetros de diámetro, cincuenta centímetros
de largo»; «un hámster (ir a la veterinaria)». La veterinaria no abriría hasta
el lunes, calculó. Tachó rectoscopio.» (Nielsen 2004: 102).
Después sigue leyendo hasta que «se fue quedando dormido con el libro abierto en la parte de los chupaderos». Hacer una lectura utilitaria del Nunca Más, convirtiéndolo en manual de torturadores, o una erótico-masturbatoria, viéndolo como un Kama Sutra para sádicos, es más que un mero ejercicio de desacralización, o de parodia por la parodia misma. Es realizar una lectura crítica; es descubrir y hasta denunciar que puede haber un elemento de regodeo y de morbo en la escritura del Nunca Más, y también que su estructura misma es pornográfica: a diferencia del Diario del Juicio, en el cual los hechos atroces siempre le suceden a una persona con historia e identidad definidas en y por su propio relato, y cada testigo tiene derecho a contarlo de principio a fin, y de verlo publicado en forma íntegra, los criterios de edición del Nunca Más convierten a secciones como ésta, titulada justamente «Torturas», en un montaje de momentos atroces, en el cual los sujetos desaparecen en un promiscuo anonimato de carne doliente. En los últimos meses de la dictadura y los primeros de la democracia se recurrió al concepto de «pornografía de la tortura» para cuestionar ciertos productos, sobre todo periodísticos y cinematográficos, que amparados en la coartada de la denuncia apostaban principalmente al regodeo y el morbo; pero hubo que esperar hasta Auschwitz de Nielsen para descubrir en el sacrosanto Nunca Más una de las manifestaciones del fenómeno. En su momento, y después, el Nunca Más fue sistemáticamente denunciado por la ideología del prólogo, y su teoría de los dos demonios, pero no, que yo recuerde, por sus representaciones del universo concentracionario.
No me propongo, desde ya, denostar al Nunca Más, cuyos méritos sin duda sobrepasan ampliamente estas salvedades; lo que sí me gustaría destacar es que el desvío que encara una novela como Auschwitz, al llevar la literatura de la dictadura por los caminos de la ciencia ficción y el cine porno, puede brindarle a sus lectores ojos y oídos nuevos para leer el Nunca Más. El recurso a la ciencia ficción es especialmente sutil e inteligente: si Berto torturara a un niño de verdad, la indignación moral obturaría nuestro sentido crítico, y aquella se habría volcado entera sobre el autor y su novela, a los que desecharíamos, junto con sus insights, por enfermos y perversos.”
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