"Raro, desconcertante desde el apocopado título cuyo sentido se explica en la dedicatoria (“A la memoria de mi amigo Alejandro Sapognikoff, el sapo: frágil fantasma fabuloso”) fff apela a dos adjetivos bien electos como síntesis: así son, en promedio, los espectros que protagonizan estos cuentos y cuya fragilidad resulta encantadora. Sin embargo, lo jugoso está más en el entorno que en el de los propios lémures invocados por el título.
Objetos que no funcionan, comidas que no tienen gusto, criados que viven demasiados siglos: tal como están contadas y ornadas, las historias que propone Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962, Premio Clarín Novela 2010) evocan ante todo aires oníricos.
Ocurren en un mundo absurdo integrado por vecinos chismosos, madres atípicas, activos animales domésticos, rumores barriales y arrojan señales de desordenada urbanidad en ese ámbito donde fluye lo improbable. La sorpresa agazapa también en la extensión de los relatos. El primero, titulado “29”, consta de una sola línea: “–Me suicidé– dijo, cuando se vio colgando de la soga”.
Al unilineal citado se suman otras maestrías de microcuento; cándidos y minimalistas como “El tío blanco” (“Federico creyó que había visto un fantasma, pero era su tío Claudio que se había puesto protector solar factor 80, mal esparcido sobre su cara y sus brazos.”); los que apelan a una voz invertida: “-¿Hay alguien ahí? –dijo el fantasma” (el más breve de todos).
O paradojales como “Interrogatorio”, donde un hipotético juez acorrala con preguntas a alguien acusado de incierta existencia: “–¿Nos quiere explicar, entonces, por qué ha resucitado? –no sé –dijo el hombre–. Ni siquiera sabía que estaba muerto”.
En días en que el género del terror –en el mercado editorial argentino en particular– parece haberse puesto de moda y, en consecuencia, convertido otra vez en algo serio, las ficciones que se lo toman un poco en broma traen un bendito frescor. En este sentido, los espectros de Nielsen recuerdan levemente a su colega de Canterville, el del gran Oscar Wilde.
Son mañosos, calentones, vulgares. Y aunque alojan rencores y ofensas, en el fondo, por los general, resultan buena gente. Pero no sólo ellos; sus testigos, los personajes imprescindibles para dar cuenta de estas presencias, también pecan de excesiva humanidad, de esa que bordea lo surreal:
“El que hace los ruidos es el padre de la que te vendió la casa (…) Mientras estaba vivo, había tenido una enfermedad que le dolía. Gritaba. Y ella, Norita, no lo quería escuchar. Un día la gorda se fue y cuando volvió, después de un mes, encontró a su padre medio podrido sobre la pinotea.
Me preguntó si todavía se sentía el olor.
–Solamente hay olor a pis de gato –dije.
–Washington lo olió. Algo tipo pollo podrido, dulzón. Llamó a los bomberos, pero no le creyeron porque es uruguayo”.
Finalmente, en tanto libro, fff merece un comentario puntual que hace a la contracara misma de su temática incorpórea. Es que a veces, como aquí, el paralelogramo de tinta papel, cartón e hilo, consigue desde su modesta contextura, sin gran lujo ni tamaño, ufanarse de aquello que el fantasmagórico formato digital no puede ni podrá.
La propuesta táctil empieza por la ilustración de cubierta: foto de una obra plástica del propio Nielsen titulada “Enriqueta” (caucho de siliconas y madera, 80 x 60 cm) trabajada con stamping.
Ya en el interior, desplegadas sus tapas y solapas, descubrimos un panorámico dibujo horizontal a todo lo ancho de las retiraciones: es el croquis coloreado de una ciudad costera vista desde su playa. El diseño augura el interior de páginas color arena, intercaladas por dos dibujos, también del autor, que ofician de portadilla y separador.
Para completar su rareza, el volumen cierra con el correspondiente índice, pero estableciendo una división curiosa: los veinticuatro cuentos se consignan en dos docenas. La primera corresponde a la sección titulada “f (frágil)” y la segunda a “ff (frágil fabuloso)”. Qué rasgo o familiaridad define tal partición hace también al enigma. Todo un detalle."
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