28.9.23

REVISTA EÑE / LOS FRÁGILES Y LOS FABULOSOS

"Raro, desconcertante desde el apocopado título cuyo sentido se explica en la dedicatoria (“A la memoria de mi amigo Alejandro Sapognikoff, el sapo: frágil fantasma fabuloso”) fff apela a dos adjetivos bien electos como síntesis: así son, en promedio, los espectros que protagonizan estos cuentos y cuya fragilidad resulta encantadora. Sin embargo, lo jugoso está más en el entorno que en el de los propios lémures invocados por el título.

Objetos que no funcionan, comidas que no tienen gusto, criados que viven demasiados siglos: tal como están contadas y ornadas, las historias que propone Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962, Premio Clarín Novela 2010) evocan ante todo aires oníricos.

Ocurren en un mundo absurdo integrado por vecinos chismosos, madres atípicas, activos animales domésticos, rumores barriales y arrojan señales de desordenada urbanidad en ese ámbito donde fluye lo improbable. La sorpresa agazapa también en la extensión de los relatos. El primero, titulado “29”, consta de una sola línea: “–Me suicidé– dijo, cuando se vio colgando de la soga”.

Al unilineal citado se suman otras maestrías de microcuento; cándidos y minimalistas como “El tío blanco” (“Federico creyó que había visto un fantasma, pero era su tío Claudio que se había puesto protector solar factor 80, mal esparcido sobre su cara y sus brazos.”); los que apelan a una voz invertida: “-¿Hay alguien ahí? –dijo el fantasma” (el más breve de todos).

O paradojales como “Interrogatorio”, donde un hipotético juez acorrala con preguntas a alguien acusado de incierta existencia: “–¿Nos quiere explicar, entonces, por qué ha resucitado? –no sé –dijo el hombre–. Ni siquiera sabía que estaba muerto”.

En días en que el género del terror –en el mercado editorial argentino en particular– parece haberse puesto de moda y, en consecuencia, convertido otra vez en algo serio, las ficciones que se lo toman un poco en broma traen un bendito frescor. En este sentido, los espectros de Nielsen recuerdan levemente a su colega de Canterville, el del gran Oscar Wilde.

Son mañosos, calentones, vulgares. Y aunque alojan rencores y ofensas, en el fondo, por los general, resultan buena gente. Pero no sólo ellos; sus testigos, los personajes imprescindibles para dar cuenta de estas presencias, también pecan de excesiva humanidad, de esa que bordea lo surreal:

“El que hace los ruidos es el padre de la que te vendió la casa (…) Mientras estaba vivo, había tenido una enfermedad que le dolía. Gritaba. Y ella, Norita, no lo quería escuchar. Un día la gorda se fue y cuando volvió, después de un mes, encontró a su padre medio podrido sobre la pinotea.

Me preguntó si todavía se sentía el olor.

–Solamente hay olor a pis de gato –dije.

–Washington lo olió. Algo tipo pollo podrido, dulzón. Llamó a los bomberos, pero no le creyeron porque es uruguayo”.

Finalmente, en tanto libro, fff merece un comentario puntual que hace a la contracara misma de su temática incorpórea. Es que a veces, como aquí, el paralelogramo de tinta papel, cartón e hilo, consigue desde su modesta contextura, sin gran lujo ni tamaño, ufanarse de aquello que el fantasmagórico formato digital no puede ni podrá.

La propuesta táctil empieza por la ilustración de cubierta: foto de una obra plástica del propio Nielsen titulada “Enriqueta” (caucho de siliconas y madera, 80 x 60 cm) trabajada con stamping.

Ya en el interior, desplegadas sus tapas y solapas, descubrimos un panorámico dibujo horizontal a todo lo ancho de las retiraciones: es el croquis coloreado de una ciudad costera vista desde su playa. El diseño augura el interior de páginas color arena, intercaladas por dos dibujos, también del autor, que ofician de portadilla y separador.

Para completar su rareza, el volumen cierra con el correspondiente índice, pero estableciendo una división curiosa: los veinticuatro cuentos se consignan en dos docenas. La primera corresponde a la sección titulada “f (frágil)” y la segunda a “ff (frágil fabuloso)”. Qué rasgo o familiaridad define tal partición hace también al enigma. Todo un detalle."

15.9.23

fff

Quizás esté en librerías, pero no se lo ve, porque es un libro fantasma. Invisible en cada vidriera de la República Argentina. Pero, si lo pedís por acá, mediante un mensajito, te llega a tu casa por correo.



14.9.23

RADAR LIBROS Y MIS FANTASMAS / DEBRET VIANA

 "Ansiar fantasmas es una forma de desesperación. Nos negamos furiosamente a que el fin sea el fin y necesitamos creer, al menos literariamente, que hay un más allá. Aun si nos espantan, las apariciones espectrales nos dejan un goce: hay algo más que esto, que el aquí y el ahora, que el mundo fáctico, físico y material, con sus finitas combinaciones tediosas. Los 24 cuentos de fantasmas de fff marcan el retorno de Gustavo Nielsen, luego de más de una década sin publicar. Este libro, editado por Aurelia Rivera, fue concebido en pandemia, en esos largos meses en que amigos y familia se habían fantasmatizado, convirtiéndose en efluvios de las pantallas de nuestros dispositivos.

“Mi mamá murió en pandemia”, nos cuenta Nielsen, “entró al hospital y no la pude ver. Recibí sus cenizas. Ahí fui consciente, por primera vez, de que me podía morir”. Quizás esa súbita noción de finitud fue la premisa que disparó la exploración que significa fff (frágil fantasma fabuloso): un recorrido a través del los caminos que comienzan después del final y del modo en que perdura lo que se fue. Este volumen, como una casa embrujada, está atiborrado de fantasmas, pero no se trata de fantasmas truculentos que saltan a la yugular; hay un ejercicio de sutileza en Nielsen que hace que sus cuentos revisiten y expandan el género consagrado.

Uno de los preconceptos más agotadores de los cuentos de fantasmas viene de cierta fetichización gótica del pasado, y se manifiesta en la creencia de que para aparecer los fantasmas necesitan de castillos, abandonadas mansiones decimonónicas o antiguos cementerios: los fantasmas de Nielsen tiran todo esto por tierra, y asientan sus apariciones en la diurna cosmópolis. Tal como en Fantasmas del siglo XX, de Joe Hill, los fantasmas de Nielsen están entre nosotros, y no necesitan intrincados parajes para emerger. Pueden esperarnos en el tren Mitre, en cualquier vagón lleno de gente, o saludarnos desde el árbol del jardín de una casa cualquier tarde, o reclamarnos un like desde el streaming de un blog. Y justamente, cuando hay relámpagos en la noche neblinosa, y los gatos callejeros huyeron y se corta la luz en el PH invendible que compraste a mitad de precio porque alguien murió en condiciones siniestras en una de las habitaciones, como en el magnífico cuento “El Fantasma Invisible”, puede ocurrir que no pase nada de nada, a pesar de que la luz de las velas estiren las sombras por las manchas de humedad de las paredes.

¿Es indispensable que los fantasmas nos den miedo? Con esta pregunta los fantasmas de Nielsen lidian con suma gracia, porque en fff queda escindida la espectralidad de su frecuente, y ya casi naturalizada, función de terror. Si bien estos relatos presuponen cierto advenimiento de lo extraño, y con eso pueden generar una incomodidad, un éxtasis o un clímax de tensión, los fantasmas de Nielsen no vienen fundamentalmente cargados de iniquidades ni ansían ser los ejecutores de lascivas villanías ni venganzas atroces. A veces un fantasma solo quiere ser visto, o hacer algo una vez más, o dejar dicha una cosa, saludar, sonreír, o no sabe todavía que es un fantasma y quiere simplemente estar, persistir, jugar a que está vivo un rato aunque esa vida no sea más que un tic espectral y evanescente.

Emancipados de su vínculo chabacano con el terror y lejos de tener que cumplimentar el concierto de maldades ya sabidas, los fantasmas empiezan a ejercer otros signos y transportar significados más sutiles: una sutileza no tan frecuente en el género. Es así que los cuentos de fff, siempre fantasmales, son algunos sobrenaturalmente melancólicos, otros acusan un humor macabro y hasta los hay de una delicada ternura, en la que una singular tristeza nos pide que abracemos y consolemos al fantasma.

Pero más allá del enfoque original de estos cuentos, hay otro hechizo que encandila. Se trata de la forma. Del ritmo de cada cuento, de su cadencia, del modo en que el suspenso es administrado y en que el final va trepando por los párrafos desde el comienzo, y sobre todo, la facilidad con la que nos vemos involucrados en la vida de los personajes, como si los conociéramos desde hace mucho tiempo y no desde la página anterior. En suma, la maestría narrativa de un autor cuya voz resuena en toda la arquitectura del cuento.

Es gracias a cuentos de fantasmas como los de Nielsen que los cuentos de fantasmas nunca envejecen: proyectan sobre el presente un halo de antigüedad que los eterniza. Pero no se trata del pasado derramándose sobre lo actual, sino más bien de lo humano emergiendo donde ya no puede estar: alumbrando donde ya se extinguió, persistiendo más allá de sus límites naturales, como una vela apagada que bajo la lluvia se prende. El fantasma anuda los dos mundos, este y el otro, que se transparenta aunque no exista, la vida y la muerte, el pasado y el presente, lo material y lo inmaterial, lo natural y lo sobrenatural: aparentes oposiciones enlazadas por el fantasma como puente. Es así que llegamos a ver la encarnación de lo invisible, y asistimos a las ausencias, que se asoman a la presencia como un niño que estira su mano para alcanzar el juguete que se cayó lejos de su tumba. Y es así que llegamos a ver también algo de nosotros mismos. Somos, a fin de cuentas, futuros fantasmas y los cuentos de fff son un precioso manual, para que vayamos aprendiendo cómo comportarnos pasado el último umbral."

La nota en el suple de Página 12.