Cuadernos o libretas. Para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. De tapas duras, de tapas blandas. Con gomitas, con señaladores. De marca: Moleskine, Brugge, Rivadavia; siempre cosidos. Cuaderno Correspondencia duplicado, cuaderno Esquela espiralado. Sin marca: berretas con ganchitos plateados abrochándolos por la mitad. Tapas de hule negro o de cartulina barnizada. Nunca blocks, no.
Libretas o cuadernos.
Papel de noventa gramos, de ochenta, aptos para lapiceras y pinceles. O papeles
de estraza recuperados, de no más de setenta, en los que solo se podrá escribir
con lápiz blandos o birome. Con renglones o blancos; o cuadriculados, o
milimetrados de color naranja. O calcos de hojas apenas trasparentes, apenas opacas.
El problema: no vamos
a poder arrancar el dibujo para enmarcar o regalarlo, porque romperíamos las
encuadernaciones. ¿Entonces, para qué sirven? Para quedártelos completos, para
guardarlos. En sus páginas se escriben diarios y se bocetan obras de arte
cuando todavía andan en pañales. En los cuadernos se pone todo lo que no es
para exhibir, sino para recordarse a uno mismo quién es. Quién soy. Volcar ahí
todas las ideas que voy a necesitar para construir una novela, un cuento,
teatro, poesía, notas, sueños. Para componer el óleo que imaginé, o el collage.
Para acotar el mueble que voy a construir, el espacio que pienso erigir, la
máquina que va a andar pero de la que todavía no tenemos más que una vaga,
dispersa, noción.
Esa materia prima de los
dioses.
DIBUJAR EN CUADERNOS
Copio un texto del ilustrador Martín Kovensky que
adora, como yo, el borrador, el ejercicio del bosquejo, el croquis que la
mayoría de las veces supera a las obras terminadas. Ese lugar donde se
coleccionan los primeros trazos de algo nuevo. Martín ve a los cuadernos como
un registro de la memoria individual de la creación humana.
Mirar, hacer, entender, intentar,
buscar, probar y volver a probar.
Dibujar siempre."
Hay cuadernos de creadores famosos y no
tan famosos. Si buscamos en la web, con uno de los primeros que damos es con el
gran Edward Hopper. Los grafiquitos, mínimos pero con explicaciones, son una muestra exacta
de lo que dije arriba. Planos y planes para pintar.
Acá va otro Eduardo famoso, un ecuatoriano genial que no es muy conocido por estos pagos: Solá Franco. Tiene más de setenta cuadernos de tamaño mediano y pequeño. Van dos muestras, observen las personas, los interiores. Eduardo era alguien que le daba tanta importancia a la pintura de cuaderno como a las obras finales. Estos trabajos están recopilados en un libro que se titula “El teatro de los afectos”, editado por el Municipio de Guayaquil: uno y dos.
Por último, un historietista desconocido para muchos argentinos, que fue famoso en la Fierro con el personaje Emigrator, el super héroe que se iba del país. Alberto Sastre me regaló esta libretita azul cuando él mismo se mudó a España. Hicimos juntos El cerdo Pancho, la Squonk, revistas under de la época de los australes. Atesoro su trabajo en mi colección de obras increíbles. Miren qué preciosura: dos, uno.
ESCRIBIR EN CUADERNOS
Los diarios pormenorizan la historia íntima de la autora,
los cotilleos del amor. Muchas frustraciones y alegrías de su vida diaria. Como
sucede en todos los diarios de la gente, ella parece más triste de lo que supo
ser (esto lo corroboran sus amistades y compañeras sexuales). Cuando empieza a
escribir, en la veintena, las entradas son zafadas, largas, con más detalles
que los datos ingresados al final. El libro, que cubre la trayectoria de la
autora desde 1941 hasta 1995, está ordenado por los lugares en los que vivió,
desde Estados Unidos, pasando por varias ciudades de Europa hasta llegar a su
vejez en Suiza. Los diarios son lindos de leer, pero lo importante está escrito
en los cuadernos, donde pone la nerca literaria. Los posteos están
intercalados. El idioma que utiliza para escribir ahí es siempre el inglés. En
sus diarios hasta 1952 escribe en cinco idiomas diferentes. Las entradas en
francés y en alemán suelen ser las más jugosas, como si se escondiera detrás de
las lenguas que manejaba menos.
El primer apunte en los cuadernos está fechado el día seis
de enero de 1941: “Un pensamiento descarado, engreído,
decadente, despreciable y retrógrado para hoy: me he sumido en un sueño sin
fundamento, de la vida en suspenso y una tercera dimensión, de mis amigos y sus
tipos, de personas y caras sin nombres, que solo ocupaban espacios y cada cual
era justo como cabía esperar, donde estaba, y la imagen -que llamamos vida o experiencia-
estaba completa, y me he visto ocupando exactamente el lugar que se esperaba de
mí sin nadie que tuviera un aspecto o se comportara precisamente como yo, Y era
yo quien más me gustaba de todo este grupito (que no era en absoluto el mundo
entero) y he pensado cómo se echaría algo terriblemente en falta si no
estuviera yo allí.”
El último data del seis de octubre de
1993: “Hay monjes - ¿los cartujos? - que duermen en su ataúd, por lo visto como
preparación para la muerte, pensando en ella con frecuencia noche y día. ¡Yo
prefiero el elemento sorpresa! Uno sigue con su vida como siempre, entonces la
muerte llega quizá de súbito, quizá por medio de una enfermedad de dos semanas.
En este sentido, la muerte es más como la vida, impredecible.”
Después de eso comienza un tomo nuevo
al que nunca le agrega material.
Tras la muerte de Pat, sus editores
también encontraron varias carpetas con cuentos inéditos. ¡El extraordinario
armario de Mario!
Durante el funeral de Pat, su amigo
Daniel Keel leyó un poema del cuaderno 34, de 1979. “Un brindis”:
“¡Un brindis por el optimismo y la valentía!
¡Una copa por la osadía!
¡Y laureles para quien dé el salto!”
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