8.6.23

LA MASACRE DE LOS QUE NO HABLAN / GUILLERMO PIRO

 “En 1966, mientras se libraba la guerra de Vietnam, Peter Brook estrenó en Londres un espectáculo: US. Para sensibilizar a la platea sobre la atroz realidad que se estaba viviendo, Brook hizo que ocupara el escenario un actor que recitó un monólogo sobre el uso y los efectos del napalm, teniendo entre el pulgar y el índice una mariposa viva que agitaba las alas. Al finalizar la actuación, el actor extrajo del bolsillo un encendedor y prendió fuego a la mariposa. Un murmullo de protesta e indignación se elevó enseguida. El actor pidió disculpas por su gesto, pero antes de abandonar el escenario hizo notar que le extrañaba que el mismo público que se indignaba por la suerte de la mariposa, hasta ese momento había permanecido indiferente a la suerte de los vietnamitas quemados por el napalm.

Deberíamos considerar una bendición que los animales sean demasiado idiotas o estén fisiológicamente imposibilitados para hablar por sí mismos. Es cierto que algunos a lo sumo son capaces de aullar, pero son aullidos que no dicen mucho y que, sobre todo, son fáciles de olvidar. Pero: ¿estamos tan seguros de que los animales no hablan?

En su libro “Las vidas de los animales”, J.M. Coetzee recuerda una secuencia de acontecimientos muy interesante. Cuando Albert Camus vivía en Argelia, donde había nacido, su madre le pidió que le llevase una de las gallinas que tenía en una jaula en el patio. Camus obedeció, como todo buen hijo, y vio cómo su madre degollaba a la gallina con un cuchillo y el modo en que recogía la sangre en un cuenco para no ensuciar el suelo. El grito de la gallina quedó impreso en la memoria del muchacho de tal manera que en 1958 escribió un apasionado artículo contra el uso de la guillotina, artículo que suscitó una polémica que llevó a la abolición de la pena capital en Francia. Ahora bien, dice Coetzee, “¿Quién puede sostener que la gallina no habló?”.

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