1.12.22

LA DECADENCIA DE LOS FANTASMAS EN LA FICCIÓN (1905) / OLIVIA HOWARD DUNBAR


“For one, I cannot purge my maind of that forlorn faith."-ANDREW LANG

“Durante aproximadamente una generación, el fantasma ha estado ausente en las ficciones; resulta asombroso que aquellos que se preocupan por los fenómenos de la literatura de imaginación no hayan reparado en esta repentina desaparición, con implicaciones de vasto alcance. Desde que comenzó la literatura, y aún antes de ese momento, lo que llamamos "sobrenatural" ha sido el material básico de los narradores de cuentos. Siempre ha habido una literatura del amor, siempre ha habido una literatura del miedo; y hasta el desarrollo del gusto popular actual, estrecho y timorato, ambas gozaban de una misma atracción. Los fantasmas, en su acepción más literal, fueron considerados un complemento esencial de la vida cotidiana tangible, indisolublemente ligados a la religión, al amor a los muertos, a la avidez por lo desconocido, a muchas de las emociones más íntimas y profundas; y su uso literario ha parecido, al gran público, no sólo no menor, sino incluso más "realista" que la propia realidad.

Hasta hace veinticinco años, el lector de revistas de ficción todavía conseguía estremecerse. Los espectros se deslizaban con la precisión de una costumbre arraigada desde hacía mucho tiempo, a través de las páginas de los compendios más convencionales de la literatura ligera. La parafernalia familiar de los incidentes sobrenaturales -cámaras con corrientes de aire, noches tempestuosas, manchas de sangre, mujeres de rostro pálido- seguían cumpliendo requisitos constantes y elaborados. Y mientras se producía un discreto goteo de fantasmas de semana en semana o de mes en mes, anualmente estallaba una magnífica convocatoria a la tribu espectral. Es decir, una curiosa asociación de ideas relacionaba el máximo de predominio fantasmal con la Navidad, época de regocijo popular; y para asegurarse de estos tristes pero indudablemente saludables compañeros, era costumbre, como señaló una vez el Sr. Anstey, 'comisionar a un grupo de ingeniosos literatos para producir lotes de espectros listos para los anuarios navideños´. El asunto fue tomado con la debida seriedad y se llevó a cabo con tanta mayor eficacia cuanto que el "fantasma de revista", como se denominó a esta fuente popular, era tan estereotipado y convencional como la heroína de novela pasada de moda. Su aspecto, modales, lugares frecuentados, compañeros y supuestos recados eran los establecidos desde hacía mucho tiempo por la tradición; no mostró ninguna sorpresa moderna sensacional.

Pero, de repente y misteriosamente, el fantasma de revista se desvaneció; no quedaron ni sus huellas. Ya fuera por una acción concertada de los editores, por una rápida y completa parálisis de la imaginación de los colaboradores o por una profunda alteración del sentimiento popular, la literatura de lo sobrenatural dejó de existir. ¿Puede haber sucedido esto sin protestas, incluso sin comentarios? Es interesante especular sobre las causas. Porque si la aceptación y el disfrute de la tradición de los fantasmas implican una cualidad mental infantil, como a veces se oye afirmar a los intelectuales, entonces nuestro rechazo argumentaría que somos la generación más sabia que jamás haya existido. Ahora bien: si la lectura o escritura de tales cuentos exige una frescura de imaginación que en nuestros días se ha secado, entonces nuestra situación es realmente lamentable.

Hay a mano, por supuesto, una explicación fácil pero superficial en el sentido de que la prevalencia de las historias de fantasmas debe depender de una firme creencia popular en los mismos; y que habiendo perdido la creencia, debemos renunciar al fantasma. La más mínima reflexión muestra que esta posición es insostenible. ¿No crees en fantasmas? Creemos en ellos con todo nuestro corazón. Nunca antes, desde que los pies espectrales cruzaron por primera vez un umbral hecho por el hombre, se había creído en los fantasmas de manera tan directa, abierta y entusiasta como ahora. Hemos elevado la mística de los fantasmas a la polvorienta dignidad de una ciencia. La invocación de los espíritus de los muertos, lejos de tener su antigua sugerencia de misterio vulgar, es una de las prácticas más reputadas que los hombres eruditos llevan a cabo públicamente, con taquígrafos al alcance de la mano. Incluso florece un 'Comité de la Casa Encantada', designado y mantenido por la principal sociedad para la promoción de los fantasmas, con el propósito expreso de alentar la presencia de los espectros más tímidos y menos agresivos para proveerles un hábitat, a fin de que se sientan como en casa. Creemos en los fantasmas tan sinceramente como creemos en los pobres; y de la misma manera nos esforzamos por vivir entre ellos, establecer un entendimiento cordial y escribir sobre sus personas en nuestros cuadernos. Resulta que tampoco creemos menos cuando, en nuestra cultura aprendida, podemos referirnos a ellos como 'agencias fantasmagenéticas'. ¿No crees en fantasmas? Son nuestro fetiche. Que nadie nunca imagine que las historias de fantasmas han sufrido un declive debido a nuestra indiferencia hacia su tema, aunque comúnmente se considere que es "material" en nuestra época. Por nuestro mismo entusiasmo en su búsqueda, posiblemente hayamos demostrado lo contrario de la teoría errónea de Scott de que para ver fantasmas solo es necesario creer en ellos. Mucho más cierta es la proposición de que el vidente de fantasmas comúnmente no premedita su visión; que los espectros se manifiestan con preferencia a 'personas sin imaginación en perfecto estado de salud'.

Una parte no pequeña de la fascinación ejercida por el fantasma antiguo y superado de la ficción, se debió a su conformidad invariable y satisfactoria con la tipología. Por muy frecuente que fuera su intrusión, o por muy familiar que fuera, nunca se permitió que se desviara de su carácter, tan profundamente arraigado en la conciencia humana, como fuente de temor. La función del fantasma era ser consistentemente desagradable, y esa función se cumplió a rajatabla. Ninguna característica personal del fantasma, tal como lo conocemos en una canción o en una historia, o como aprendimos del testimonio incuestionable de los amigos de nuestros amigos, puede explicar su poder inigualable para despertar la emoción del miedo. El hábito fantasmal de reducir su esencia inhumana a un filamento filiforme e infinitamente dúctil —como un trozo de goma de mascar trans sustancial— para poder penetrar sigilosamente por los agujeros de las cerraduras es siempre desagradable; su manera de trastornar nuestras 'leyes de la naturaleza' gravemente aceptadas resulta inquietante; es su falta de órganos vocales (porque los fantasmas, con pocas excepciones, no pueden o no quieren hablar), intolerable; — ni una, ni todas estas características no deseadas, pueden resolver por completo el interesante enigma de su poder aterrador. Habiendo mantenido durante siglos, dentro y fuera de la ficción, esta personalidad constante, el fantasma, de todas formas, se ha desvanecido por completo de la literatura. ¿Cómo puede habernos pasado?

Para remontarnos a los primeros cuentos populares y baladas inglesas, cuando el porqué de los fantasmas se entendía aún mejor que ahora debido a que la ficción hablaba esencialmente de los límites de la vida, los cuentos de fantasmas ganaban su sombría eficacia gracias a la precisión con la que reflejaban la creencia popular. Ese público sencillo no había alcanzado el refinamiento de imaginación suficiente para deleitarse con espectros vagos, casuales, incoherentes; cada fantasma tenía un nombre y una fecha. Lo más importante:  no había fantasma que no tuviera su razón de ser. La ingeniosa idea de que los espíritus de los muertos regresan de un Elysium supuestamente pacífico, simplemente para volverse desagradables o para tranquilizar sus mentes, aún no se había planteado. Por el contrario, la corriente animista del pensamiento popular, que desde luego favorecía mucho la aparición de los fantasmas en general, les asignó igualmente motivos adecuados e inteligibles, entre los cuales estaban: revelar un tesoro, reunir a amantes felices, vengar un crimen y ser una especie de 'servicio telegráfico primitivo¨ para el transporte de malas noticias. Por lo tanto, los fantasmas no eran solo las sombras reconocibles de los muertos familiares; eran símbolos siniestros de crimen, remordimiento, venganza. Si te estremeciste al verlos, fue por una mejor razón que tus débiles nervios. En los primeros cuentos de fantasmas, el horror no se amontonaba simplemente para satisfacer el propio sentido del efecto acumulativo del artista. Cada detalle tenía un poderoso significado convencional y el consiguiente poder de despertar una fuerte emoción primitiva. Este sistema no solo prestó fuerza artística y simetría a la literatura temprana; fue intensamente satisfactorio para la mente anglosajona.

Inevitablemente, cuando los motivos y el lenguaje de la literatura se volvieron más complejos, la lógica de la tradición fantasmal se vio afectada. Los fantasmas comenzaron a perder su fuerza original, cayeron en el hábito de acechar por motivos relativamente indignos. Se multiplicaron las evidencias de su degeneración en una tribu morbosa y entrometida, con un sentido tristemente disminuido de lo apropiado y lo pintoresco. Sus visitas se referían incluso al pago de deudas, de contracción estrictamente mortal; y lamentablemente perdieron casta al exhibirse como víctimas, más que como azotes de la conciencia. Se sabe que un fantasma se tomó la molestia de acechar una casa con el mero propósito de asegurarse el pago de un chelín, un episodio que bien podría comprometer permanentemente la dignidad de toda la tribu espectral. Asimismo, cuando adquirieron la intrusiva costumbre de prestar testimonio en los juicios, la original y contundente idea de que los fantasmas eran agentes de retribución se tornó vulgar. Es de extraordinario interés legal el hecho de que muchos juicios reales hayan girado en torno a testimonios fantasmales. Sin embargo, en lo que respecta a la literatura de terror, la introducción de este tema sirve únicamente como un motivo mixto y débil.

Durante los últimos años de la popularidad del fantasma en la literatura, se verá fácilmente que la mayor parte de aquellos primeros asuntos espectrales fueron superados. Hace algún tiempo, por ejemplo, que el motivo de recuperar tesoros enterrados mediante ayuda sobrenatural ha podido "extinguir mansamente" la costumbre de enterrar tesoros. Mucho más incongruente, incluso, llegó a parecer la reunión sobrenatural de los amantes, como en el caso familiar en el que el pretendiente póstumo reaparece para llevar a su amada aún viva de regreso a la tumba con él. Los fantasmas que deben entenderse como las proyecciones del espíritu en el momento de la muerte siempre han sido populares, es cierto, pero este motivo no es en sí mismo lo suficientemente pintoresco como para servirle al género como estandarte.

En resumen, el único motivo del fantasma que retuvo su fuerza, plausibilidad y atractivo para la mente anglosajona fue el motivo de la retribución, la idea de que la función del fantasma era recordar, expiar o vengar un crimen. Esto fue impresionante; fue aterrador; tenía significado moral y religioso; no fue sutil; era susceptible de un ajuste indefinidamente repetido en el tiempo y el lugar. Era el motivo fantasmal perfecto, quizás el único perfecto, para la literatura inglesa. Tan valeroso es el temperamento anglosajón que desprecia o se avergüenza de temblar ante meros cuentos de sombras vacías. Exige no solo ser impresionado; debe haber una base adecuada para la impresión. La clave de todo el asunto es que el fantasma no debe ser un poder desenfrenado e irresponsable. Debe ser un agente moral.

Desafortunadamente, la realización de esta simple verdad nunca ha sido completa. El público ha sabido lo que quería solo de manera inconsciente. En cuanto a los narradores de cuentos, parece que, en aquellos últimos días de la existencia literaria del fantasma, permanecieron en una ignorancia criminal del principio vital de su negocio. La decadencia del fantasma en la ficción se produjo, no por una pérdida de interés humano en el mundo espectral, sino por una indolente mala interpretación, por parte de los narradores, del carácter real del fantasma tal como lo hemos concebido los anglosajones. Así sucedió que el fantasma, antes de su hundimiento, era, como observó verdaderamente el Sr. Lang, "una criatura sin propósito". Aparece, nadie sabe por qué; no tiene ningún mensaje que entregar, ningún crimen secreto que ocultar, ninguna cita que cumplir, ningún tesoro que revelar, ninguna comisión que ejecutar y, como regla casi invariable, no habla, aunque tú le hables. Y agrega que, por lo tanto, los investigadores han llegado a la conclusión de que el fantasma, genéricamente, 'no está del todo allí'; ¡triste resultado del escepticismo! Al mismo tiempo, ¿qué gente directa y utilitaria podría tolerar un fantasma inconsecuente, incluso por la espeluznante fascinación de estremecerse ante su paso? ¿Y podría haber, en general, un ejemplo más perfecto de la selección natural en el arte que ese, el del fantasma de la ficción que se ha vuelto inmoral, superficial y fofo, y por eso ha quedado olvidado en su pena desmedidamente apropiada?

Un pequeño grupo de volúmenes afines que surgieron el año pasado, por primera vez indican que la percepción de la verdadera naturaleza del fantasma literario está regresando al oficio. Stevenson tenía, es cierto, una admirable percepción de lo que inspira terror, y no cometió el error de ser vago; pero el suyo no era el temperamento que produce la historia de fantasmas perfecta. El Sr. Henry James, en su obra maestra 'Otra vuelta de tuerca', ha demostrado que puede transmitir una sensación de misterio y terror más hábilmente que cualquiera de sus contemporáneos; pero su trabajo es probablemente demasiado esotérico para presentarse como típico, y sigue siendo cierto que el patrón del cuento de fantasmas debe escribirse de forma amplia y obvia. Si, como parece ahora, media docena de los escritores más capaces del momento se están dando cuenta de esto, hay esperanza para el renacimiento del fantasma literario. Ya se ha demostrado que el problema de su acomodamiento a nuestra literatura no es insuperable, que las cámaras de nuestra imaginación desocupada están listas y esperando ser acechadas por espectros que nuestra lógica pueda aprobar. De hecho, puede desarrollarse con el tiempo una literatura fantasmal renovada que bien valga la pena conocer; pues, como ha observado con cierta grandilocuencia un viejo ensayista, «nuestra propensión innata al amor por lo maravilloso y lo inimaginable, que se ha originado en nuestro conocimiento imperfecto de las leyes de la naturaleza y de nuestro propio ser, no parece sufrir disminución con el avance de la educación y la cultura; porque se encuentra que coexiste con el más alto desarrollo intelectual y el temperamento crítico más refinado.”

(Traducido del inglés por Gustavo Nielsen).

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