Carlos Abraham es un viejo conocido de La Agenda.
Licenciado en letras por la Universidad Nacional de La Plata, escribe ensayos sobre medios populares, revistas “under”, ediciones “Pulp”, historietas. Publicó un libro sobre la editorial Tor y otro sobre Acme, la de Robin Hood. Reunió una antología de cuatro volúmenes titulada “El cuento fantástico en Caras y Caretas”. La editorial Tren en movimiento, de Alejandro Schmied, le publicó en 2020, plena pandemia, “Las historietas argentinas de ciencia ficción”. Un lujo: tapa dura e interiores en papel ilustración a todo color. Y también terció en republicar un libro que Abraham había sacado hace diez años, “Las revistas argentinas de ciencia ficción”, que el profesor sugirió completar y corregir. Lo que no se imaginaba Schmied era que le iba a agregar suculentos capítulos, decenas de ilustraciones, reportajes a sobrevivientes de la edad de oro. Finalmente salió un simpático ladrillo de quinientas páginas de data pura como le gusta contarla a Abraham: él sabe que vive en una época en que el enciclopedismo lleva la marca de Wikipedia, por lo que las enumeraciones llanas no tienen más sentido. Aprendiendo de su propia escritura del libro de Torrendell, persona real convertida por la prosa del profesor en un verdadero personaje tierno y maldito al mismo tiempo, vuelve a indagar en extraños entrevistados para extraerles su savia más nerd, y entregarlos calientes de energía.
Abraham no es un simple coleccionista de datos.
Abraham es un coleccionista de coleccionistas.
TRABAJO DIFÍCIL
Los investigadores de literatura de masas tienen este
problema. Van a buscar al Instituto de Literatura Argentina, a la Biblioteca
Nacional, a la de la Academia Argentina de Letras, al Museo Ricardo Rojas o al
Archivo General de la Nación y salen casi siempre con las manos vacías. Sobre
todo, si lo que hurgan en sus hemerotecas corresponde al período colonial o al
siglo diecinueve. Pocas revistas de esa época fueron consideradas por las
instituciones como de prestigio literario. Por lo que casi todos los
investigadores tienen que recurrir a coleccionistas privados, o ser ellos
mismos los que consigan las joyas perdidas en librerías de viejo. La tarea
demanda tiempo, dinero, pero sobre todo suerte. Los que coleccionamos revistas antiguas
(yo colecciono la Lúpin), solemos tener dos de esos tres atributos: de
dinero, ni hablar. Abraham se reconoce también coleccionista, y le agrega a la
lista un montón de sus propias manías y defectos. Por empezar, se sabe meticuloso.
El libro reúne una descripción de todas las revistas
argentinas editadas desde 1937. De La novela fantástica hasta El
Péndulo, que llegó a su último número en 1991. Se destacan por su
permanencia en el mercado y la puntualidad de llegada a los kioscos las
revistas Más Allá (1953-1957) y Minotauro en sus dos épocas (del
64 al 68 y del 83 al 86), y por su alto precio de reventa los ejemplares de Narraciones
Terroríficas (1939-1952). Hay algunas de las que nunca había oído nombrar: Kyrkiris,
Centuria, Hombres del Futuro, Pistas del Espacio, y otra que había oído
nombrar por razones ajenas a la CF: la revista Géminis, de 1965
-salieron solo dos números-, publicada por Héctor Germán Oesterheld. Algunos
escritores locales conocidos resaltan en la historia: Angélica Gorodischer,
Elvio Gandolfo, Eduardo Abel Giménez, Marcial Souto, Pablo Capanna, Carlos
Gardini, los uruguayos Mario Levrero y Tarik Carson. Los demás textos suelen
corresponder a traducciones de autores ingleses o norteamericanos.
El libro también reúne un capítulo copioso dedicado a los
fanzines, esas revistas de aficionados que se vendían en los kioscos de
Corrientes en la época del ochenta o se conseguían mediante suscripción. El
término fanzine significa “fanatic magazine”, y fue acuñado en 1940 por Russ
Chauvenet. Acá les llamábamos revistas “under”. Solían tener nombres extraños,
del tipo: Cuásar, Antelae, Kadath, el perof, Sinergia, Palantir… Muchos
eran ejemplares hectografiados o fotocopiados, algunos simplemente
mecanografiados con duplicación mediante carbónicos (los de Norma Viti). Muy
pocos pasaban del primer número. Algunos fraguaron numeraciones para aparentar
más movimiento. Cuenta Regresiva decidió empezar por el número cien para
ir descontando, aunque tampoco llegó muy lejos en la resta.
El centro del libro, la parte jugosa, por así decirlo, se
basa en los lectores. Los que escribían correos a la sección Cartas de Más
Allá, por ejemplo. La exquisita escritora Vladi Kocianchich era asidua
colaboradora, y de las más concentradas. El científico Varsavsky contestaba en
persona preguntas sobre el cosmos y los viajes espaciales.
INTERMEDIO: LOS PARTICULARES LECTORES DE UN GÉNERO
PARTICULAR
El coleccionista de revistas de CF se parece a todos los
otros coleccionistas, pero un poco más obsesivo (si esto fuera posible). Busca
el objeto faltante de su niñez: las revistas que compró cuando era adolescente
y después su madre le tiró a la basura. La nostalgia es el motor de casi todas
estas búsquedas. Coleccionar es recolectar objetos según un deseo. Una
diferencia entre los que juntan revistas de CF y los que juntan otras revistas,
nos dice Abraham, es que los coleccionistas de CF no tiran un solo papel. Guardan
hasta los materiales periféricos, recortes de diarios, publicidades, respuestas
personales de misivas, incluyendo los sobres con los membretes de las
editoriales. El fetichismo en su máximo detalle.
Uno pensaría que el deseo está puesto en llegar a conseguir
todos los números de una edición. Sin embargo, ese es el trabajo del
“completista”, apenas una rama del coleccionar. Abraham cuenta que encontró
gente que juntaba solamente primeros números, y vio bibliotecas enteras dedicadas
exclusivamente a un autor. Otros buscan material por temas (platos voladores,
cohetes espaciales, el planeta Marte), o coleccionan revistas por las
ilustraciones de tapa de un dibujante especial. Hasta se cruzó con uno que
atesoraba ejemplares del único número de la revista Cuadernos de Mr. Crusoe,
y tenía clasificados más de cien… ¡iguales! Por un librero supo de un coleccionista
que se había quedado ciego y, aun así, seguía encargando y comprando ejemplares
de una Urania que jamás leería.
Algunos lectores dejaron de comprar una revista, por ejemplo, Rojinegro, cuando esta cambió de formato, pasando del “Pulp” al “digest”.
Están los maniáticos de la integridad de sus ejemplares, que los guardan
adentro de sobres de papel madera doblados, para que no los dañe la luz, y no
los terminan mirando nunca. Están los que encuadernan sus revistas (afición más
marcada en los coleccionistas del treinta y del cuarenta, que tal vez buscaban
darle más dignidad, disfrazando de libro a sus fascículos). El autor se
encontró entre páginas de papel oxidado con encuestas llenas, cupones
completados, finalmente no recortados ni enviados. Cantidad de notas
manuscritas en los márgenes, con puntuaciones de los cuentos leídos, con
comentarios sobre qué cuento les había gustado, cuál no. Hasta encontró uno que
escribió dos finales alternativos, porque el publicado le parecía incorrecto.
Un lector de Rastros, cuyas iniciales eran H.M.E., anotaba en la última
página de cada revista la cantidad de asesinatos cometidos, con los nombres de
las víctimas.
“Me resultó tremendamente entretenido hallar un ejemplar de Más
Allá donde una mano femenina había escrito “típico de los hombres” al lado
de un párrafo del cuento “Inocente Maquiavelo reforzado” de Héctor Germán
Oesterheld, en el cual se relataba la obsesión de un fabricante de corpiños con
una modelo exuberante. Al final del relato, la misma mano había anotado: “¿Por
qué no una historia sobre una fabricante de calzoncillos? ¿Y si la escribo?”.
Lamentablemente no tengo noticias de que tal texto (en caso de haber sido
redactado) haya visto la luz.”. Se queja Abraham. Y termina el capítulo con
esta delicadeza:
“Al dialogar con esos entusiastas, al hallar frases escritas
con tinta sepia en revistas tan antiguas que parecen pergaminos; al ver las
cariñosas encuadernaciones que ya fallecidos lectores realizaron para proteger
(y enaltecer) esas puertas a la magia; he sentido de modo patente esa mística
de la narrativa popular que (…) nosotros llamamos (o solíamos llamar folletín.
Historias donde cada página albergaba una aventura. Ilustraciones que hacían
soñar con las selvas de Mompracem y de la Malasia, con los pantanos de Venus o
con las incandescentes llanuras mercurianas, abrasadas por un sol capaz de
insolar al robot más malevo y retobado. Héroes incorruptibles, malvados
deseosos de dominar el mundo, muchachas bellísimas, científicos locos,
vampiros, monstruos del espacio, piratas fumando un ajado cigarrillo en el
trópico, una batalla contra los gurbos en el estadio de River Plate. El arcano
sabor de lo maravilloso.”
LO QUE VINO DESPUÉS
Y… sí. A pesar de incluir un colofón de revistas virtuales,
de esas por las que no hay que lamentarse de la inflación que afecta papeles y
tintas, de esas que por ese mismo tema simplemente se regalan en las redes -como
esta misma Agenda-, todo impreso se desactualiza en un tris. Ya lo veo a Carlitos
pedaleando la nueva colina. Y le voy facilitando dos datos que podrían haber
ido tranquilamente: la revista bianual Cineficción, del gran Darío
Lavia, que apunta a la CF retro, a los monstruos retros y a todo lo retro (dato:
el editor usa bigote anchoa en homenaje al actor Larry Talbot de posguerra,
cuando le pregunto quién es me contesta, como si fuera una obviedad, ¡el Hombre
Lobo!). Va portada del número especial dedicado a Killing. Son
temáticos. El anterior era sobre The Twilight Zone. Los números vienen
con un álbum de figuritas central con las pegatinas para completar, salvo la
difícil, que saldrá en la próxima edición. Entre los dos ejemplares que nombré pude
llenar uno, aquí está la prueba.
Otro tesoro: un “Pulp” argento con ovnis y chicas con
cuchillos en la tapa. “Sensacional – La revista sensacionalista de Fantasía
Científica”, de Adrián Rosé y Christian Vallini Lawson. El último número salió
en diciembre 2021, está a la venta en librerías especializadas y comiquerías.
“Solo relatos completos, ¡sin falsedades!”.
“Las revistas argentinas de Ciencia Ficción” se consigue
en el Stand colectivo 1916, “todo libro es político”, de la Feria Internacional
del Libro de Buenos Aires.
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