5.5.22

COLECCIONANDO COLECCIONISTAS / CARLOS ABRAHAM

 “Hubo un tiempo en que los hombres usaban sombreros, traje y corbatas; las mujeres, falda, enagua y corsé. Fue un tiempo en el que en las calles circulaban los Ford T, los grandes Cadillacs negros, los tranvías, los todavía comunes jinetes de apero y poncho. Fue un tiempo en que la Luna no había sido pisada y conservaba su aura de misterio, en que Venus no había sido explorado y se creía que albergaba pantanos y dinosaurios, en que Marte aún podía invadir la Tierra. Los canillitas voceaban los sábados “¡A la caricareta! ¡A la caricareta!”, anunciando la tradicional revista que la familia guardaba para leer el domingo. Por las tardes podía verse a los oficinistas llevando bajo el brazo la Leoplán, para hojear en el tren durante el regreso a casa. Fue un tiempo en que, a la hora de la siesta, los chicos jugaban a ser Tarzán y sus peludos amigos, Sexton Blake y su ayudante Tinker, Fu-Manchú y sus insidiosos secuaces. Los cines (o “biógrafos”, como se los llamaba) pasaban las películas de Carlitos Chaplín, de Los Hermanos Marx, de temerarios y honestos vaqueros de puntería infalible, en la mejor tradición del sheriff Pete Rice. Y a no olvidarse de los seriales de Dick Tracy, de Flash Gordon y de Buck Rogers, que hacían las delicias de los niños en las matinés.

Fue un tiempo, también, en que la magia aparecía todas las semanas en los kioscos. Los pibes (porque, en el fondo, esta es una historia de pibes) iban temprano a ver si había llegado la Tipperary, la Rojinegro, la Supertorieta, la Bill Barnes, la Pucky, la Hombres del Futuro, las Narraciones Terroríficas, la Pif-Paf, la Mister Reeder, la Hora Cero, la Tommy Futuro, la Doc Savage… Ya desde lejos podía saberse si estaban o no, por el colorido resplandeciente de las tapas. Después volvían a casa con su tesoro, buscando el silencio del cuarto y de la cama. Tras los hipnóticos colores de la tapa, los esperaban los sueños.”

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