Lo bueno de esta nota es que empieza con un error. Leí, en un informe bibliográfico de Rosana Bavario, que una editora llamada Trini Vergara había fundado dos editoriales nuevas en pandemia, con esta característica: cada libro que salga en español va a ser publicado en tres versiones: argentino, ibérico y mexicano. Vengo de criticar una traducción de Anagrama de un libro de Yasmina Reza en mi nota anterior; la solución de Trini me parece revolucionaria. Me hace acordar a las traducciones locales de Losada que mandaba a hacer Jorge Lafforgue, exclusivamente para nosotros. Lo puedo verificar en los “Carnets” de Camus publicados por dicha editorial en 1962 y 1966. Da gusto leer a Camus como si fuera tu vecino.
Enseguida Roxana me conecta con Trini. Lo primero que hago
es felicitarla: la pandemia tiró las voluntades hacia abajo, siendo el mundo editorial
uno de los más afectados. Los editores se quejan, las editoriales recortan
publicaciones, el papel tiene el precio por las nubes. Que alguien emprenda
nuevos proyectos en este contexto es merecedor de mil aplausos. Lo primero que
ella me dice es que me confundí: no es a tres españoles que va a adecuar cada
libro, sino a dos. Una versión en español ibérico, otra en latinoamericano
neutro.
“En Latinoamérica,
mi experiencia es que el neutro es posible para la ficción traducida; es muy
cómodo para nuestros lectores. Más cómodo, a mi parecer, que en una novela de
Stephen King se hablen de vos. El voseo puede servir en una adaptación teatral,
pero en los libros el tú es algo muy esperable para el lector, no le suena
raro. Una traducción argentina de King sonaría más rara.”
Trini es hija de Javier Vergara, parte de la editorial
Vergara de los 80/90 y cofundadora de las siguientes empresas familiares de las
que finalmente se desvinculó en 2018. La pandemia no la detuvo. Motus, una de las
editoriales recién estrenadas, trabaja con novela negra; la otra, Gamon, con fantasy.
El proyecto de Trini tiene apenas un año de vida. En su cortísima existencia lleva
20 novelas publicadas y 20 próximas a lanzar. Los títulos se pueden buscar en www.trinivergaraediciones.com
Le pido que me facilite un ejemplo de disociación de
español en los libros que ya tenga publicados. Me manda un párrafo de “Maldito
asfalto”, de S. A. Cosby, con lanzamiento previsto en Motus para julio 2022. La
novela ya está en proceso de convertirse en adaptación cinematográfica por los
productores de “La La Land”, ganadora de 6 Oscars.
ESPAÑOL PENINSULAR
“—¡Joder!
¡Menuda chulería, hijoputa! ¿Tienes la pasta para demostrarlo? —preguntó.”
ESPAÑOL NEUTRO LATINOAMERICANO
“—¡Mierda! ¡Vaya bravuconada, hijo de puta! ¿Tienes
la plata para demostrarlo? —preguntó.”
Después me tira el dardo: “Mientras vos criticaste en tu nota de La
Agenda a las traducciones de Anagrama por gallegas, en España alguien
critica una excelente traducción latinoamericana realizada en Argentina, por razones
similares. El lector español la considera mala, no diferente. Los editores tenemos
que ayudar ahí.”
Jorge Fondebrider, escritor y traductor, miembro del Club de traductores
de Buenos Aires, coincide con Trini: “No conozco casos de quejas de
lectores argentinos sobre las traducciones realizadas en otras partes de
Hispanoamérica. Sí conozco muchas quejas sobre las traducciones realizadas en
España, y, en España, sobre las traducciones realizadas en América. Aquí, creo,
hay una razón de fondo: no hablamos el mismo castellano. No se trata del
vocabulario. Nadie se queja si una palta argentina o chilena se convierte en
aguacate mexicano. El problema es la prosodia, la forma en que la lengua entra
por el oído. Alfonso Reyes y Borges, en su momento, hicieron todo lo posible
por sintetizar la lengua y se cargaron el refranero español, tan presente, con
sus fórmulas muertas, en el discurso ibérico. Y eso se nota a simple vista
cuando leemos de uno u otro lado del Atlántico. Entiendo que durante mucho
tiempo, nosotros le dimos de leer a España, cuando tuvo sus cuarenta años de
dictadura. Después, se la cobraron y pretenden hoy hacer lo mismo con nosotros.
Noto una cierta tendencia, sobre todo en los jóvenes, a usar variantes locales
en la traducción de obras traducidas en Latinoamérica. Eso, creo, tiene sus
problemas. Leí un Joyce “voseado” y mi sensación, en todo momento, fue que
Dublín no es ni Caballito ni Balvanera: uno necesita un cierto extrañamiento
cuando se trata de un texto traducido. Si no, terminamos, como ahora hacen en
España, llamando a Madame Bovary, la
hija de un chacarero normando, La Señora Bovary, lo que la convierte en
una comadre de Pontevedra. El problema, claro, es más largo y exigiría mayores
precisiones. La idea de neutralidad, al menos como se entiende hoy en día, es
forzada. Pero no hay que olvidar que leímos durante décadas sin pensar en
neutralidades y localismos. Cada libro exige un tratamiento particular.”
Otra de las novelas que la editorial publicará este año es No
Salgas De Noche, de Stacy Willingham, cuyos derechos de traducción fueron
vendidos a 15 idiomas antes de su publicación y su adaptación a serie de
TV ha sido comprada por Emma Stone y será producida por HBO Max.
TRADUTTORE,
TRADITORE
Ya veo que ese párrafo en mi nota anterior me va a traer un dolor de cabeza, porque acusé con nombre y apellido al traductor de Yasmina Reza. El escritor Guillermo Piro me manda un mail contándome lo que piensa al respecto. “Es difícil hablar del momento actual de las traducciones en español, porque al hacerlo debemos necesariamente hablar del lector de traducciones en español. Y soy de la creencia de que las traducciones en español en la Argentina no cambiaron demasiado en los últimos 40 años (las hechas aquí y las que vienen de España), pero el lector de traducciones se embruteció de un modo sorprendente. De pasar a leer las traducciones de mierda de Bruguera en los años 70 y 80 con tono contrito y lamentoso pasamos a recibir con alegría y satisfacción las traducciones de mierda de Anagrama. Incluso los lectores profesionales no solo no son capaces de distinguir hoy día entre una buena y una mala traducción, sino que tampoco pueden discernir el espesor de la intermediación, el grado artificioso del acto de traducir, como esa gente que insulta en la calle a los actores que trabajan haciendo papeles de villanos: muy a menudo se los oye decir, sin que se les mueva una pestaña, que adoran "la maravillosa prosa de..." (lo que sigue es el nombre de un escritor sueco, o americano, o rumano, del que el lector no tendrá jamás idea del carácter, el peso, el brillo o la sintaxis de su "maravillosa prosa"). De modo que creo que el problema es realmente grave, porque eso demuestra que a fuerza de leer basura terminamos convirtiéndonos en verdaderos degustadores de basura.”
Jorge Fondebrider adhiere a la discusión. “Anagrama
no es la medida de nada. Y, para mí, Herralde no es un gran editor. Simplemente
fue un tipo sagaz, atento a las modas creadas en otros lugares, pero no necesariamente
a la buena literatura. Trabajó mucho en connivencia con Christian Bourgois de
Francia y Feltrinelli de Italia. Curiosamente, las tres casas publican a los
mismos autores y crean algo así como un fenómeno basado en falsos ecos. En ese
catálogo sólo impera la variante lingüística madrileña (ni siquiera la
española, ya que Andalucía, por ejemplo, también es España, y se habla y
escribe distinto que en Castilla). Hubo múltiples polémicas sobre esas
traducciones. Hubo incluso mea culpa de parte de algunos traductores
peninsulares cuando fueron confrontados por lectores latinoamericanos. Pero
insisto, ese sello, por lo general, vende espejitos de colores que periodistas
incultos consideran joyas. Hay, como en todo, excepciones, tanto en los títulos
como en los traductores.“
Le pregunto a Fondebrider si
me puede nombrar ejemplos felices de traducciones al argentino. “Borges fue un
traductor idiosincrático. Puso en el imaginario Condado de Yoknapatawpha, de
Faulkner, tranqueras y caranchos. Lo hizo en un momento en que claramente
buscaba fijar posición respecto del castellano que se consideraba “bueno” en
España. Ricardo Piglia, en la época en que dirigía la editorial Tiempo
Contemporáneo, hacía hablar a sus gangsters en porteño y, más adelante, hizo a
traducir a Hemingway con voceo. Por lo que dije antes, no estoy seguro del
valor de esas tentativas. Un texto traducido no es un original puro, sino otro
texto que, de alguna manera, por muy bien repuesto que esté en la lengua de
llegada, debe permitirle al lector una cierta ajenidad, la misma que sentimos
cuando hablamos o leemos en una lengua que no es la nuestra.”
Todas las respuestas de Fondebrider al pequeño cuestionario
que le envié son tan inteligentes que merecen leerse completas aquí.).
PEQUEÑAS GRANDES REVOLUCIONES
Repasando el precioso libro “La lectura, otra revolución”, que el Fondo
de Cultura Económica le publicó a María Teresa Andruetto en su colección “Espacios
para la lectura”, me encontré con este párrafo: “(…) en muchas
ocasiones me han dicho que mis libros eran “demasiado argentinos” y eso mismo
les han dicho a otros escritores y escritoras de mi país, y con otras variantes
(“demasiado mexicano”, “demasiado colombiano”, “demasiado chileno o peruano o
boliviano o…”) han rechazado textos valiosos de autores de otros países de
Latinoamérica. Hablamos de eso en cafés y jornadas, por momentos preocupados,
molestos otras veces, pero sobre todo conscientes de que es justamente ahí, en
los múltiples matices que tienen nuestros modos de decir, donde reside el
desafío y la riqueza de un escritor; trincheras de la lengua para defensa de lo
más propiamente nuestro, (…) la máxima aspiración de un escritor es construir
con la lengua de todos una lengua no escuchada todavía.”
Entonces le pregunto a Trini -ingenuamente- qué piensa
hacer con los originales que le lleguen en español, si también piensa adecuar
una versión al ibérico (la sola idea de que alguien pueda intervenir un texto
mío a otra sucursal del castellano que no sea la argentina, como si fuera una
traducción dentro del mismo idioma, me empieza a dar fiebre, y eso que tengo las
tres vacunas).
Trini me tranquiliza: “A los originales en español,
provengan de cualquier país americano de habla hispana con sus modismos
vernáculos, no se le toca ni una línea. ¡Ni hablar! Son sagrados. Estoy
refiriéndome solamente a las traducciones del inglés o del sueco. En esos casos
tenemos licencia para decidir las diferentes versiones. Cuando el autor sea
argentino, el editor tendrá que encargarse de atraer a los lectores
interesados, de Argentina u otros países que valoren ese escenario.” Agrega que
todas las ediciones salen en digital y en papel, porque el 90% del negocio aún
está en los libros reales.
Por último me comenta que hay veces en que el autor
argentino, que sabe escribir en rioplatense, decide, por su cuenta o por
sugerencia del agente que tenga, empezar a escribir en neutro para poder
acceder a más lectores; eso también es lícito. Le digo que conozco a un
argentino que ahora escribe en castizo, como si se hubiera comido a un gallego.
Me dice que conoce varios, que cuando mudan sus residencias a España utilizan
el cambio de español para afianzarse culturalmente. No lo ve mal; yo lo veo un
poco raro. Pero me imagino que será lógico: si mudaste tus petates, tal vez
quieras, o puedas, (o no puedas) hacer otra cosa que mudar tus palabras.
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