" ¿Qué opina de la creación de nuevas editoriales en la Argentina?
La noticia de la creación
de una nueva editorial siempre es, a
priori, bienvenida. Sin embargo, en el caso de los traductores, hay muchas
variables que considerar. La primera es el valor que cada editorial le asigna a
nuestro trabajo. Lamentablemente, solemos ser uno de los eslabones más débiles,
porque los argumentos que suelen esgrimir los editores para decir que no pueden
pagar más, no son los mismos que los que emplean cuando tienen que negociar con
las empresas que les venden el papel, con las distribuidoras y con las
librerías. Curiosamente, pareciera que no advierten que, sin traductores, los
libros traducidos no existen. Dicho esto, me gustaría señalar que Argentina es
el país que menos le paga a los traductores en toda la lengua castellana, que
mientras que en Chile se paga 10 a 12 dólares la página traducida, en México 12
a 15 y, relativamente lo mismo en España, acá, donde se paga por millar de
palabras (vale decir, por cada dos páginas y media) el traductor gana unos 4,5
dólares por página. Sin embargo, el valor de los libros argentinos está en la
media de los valores internacionales. Alguien, entonces, se queda con la plata
de los traductores.
¿Y qué opina de las traducciones al español que hoy circulan en el mercado?
Hay de todo. Cada país
obedece a un funcionamiento editorial ligado a su historia. Hoy en día, si se
me permite la comparación, la española es una industria editorial que, salvando
las distancias, podría compararse con Hollywood: produce industrialmente y crea
muchísimos puestos de trabajo. Lo hace, fundamentalmente, porque los dos grupos
que manejan el mercado de la lengua (Penguin Random House y Planeta) no se
limitan a los libros. Los libros, para decirlo mal y pronto, son una
herramienta para la desgravación impositiva de bancos, constructoras y otros
negocios, incluida la comunicación. Además de esa inyección económica están los
subsidios de la Unión Europea y de las distintas autonomías regionales. Y
gracias a eso tienen el 70% del mercado. Eso implica la posibilidad de imponer en
toda Hispanoamérica sus productos y su variante lingüística, que es la que fija
la Real Academia y la que promueve el Instituto Cervantes, junto con sus
aliados de Teléfonica de España, el Banco BBVA y otras instituciones similares.
Luego, el remanente de lo que no se vende en España lo exportan a sus filiales
latinoamericanas y lo venden con dumping, compitiendo deslealmente con las
pequeñas industrias editoriales de Argentina, México, Chile y Colombia, para
mencionar los principales países editores de este subcontinente, que, siguiendo
con el ejemplo anterior, bien podrían compararse con las cinematografías
regionales del resto del mundo. En consecuencia, si hablamos de “mercado”, vale
la pena tener en mente todos estos datos. Sólo así podemos pensar en lo que
circula. Salvo en los casos de aquellas traducciones realizadas antes de que
los dos grupos españoles transformaran a nuestras editoriales en sellos vacíos
de contenido, todo lo que producen se traduce en España y eso es lo que leemos
los lectores de esta parte del mundo.
¿Castellano neutro para Latinoamérica o castellanos locales (mejicano, argentino, chileno, etc)?
Borges
fue un traductor idiosincrático. Puso en el imaginario Condado de Yoknapatawpha, de
Faulkner, tranqueras y caranchos. Lo hizo en un momento en que claramente
buscaba fijar posición respecto del castellano que se consideraba “bueno” en
España. Ricardo Piglia, en la época en que dirigía la editorial Tiempo
Contemporáneo, hacía hablar a sus gangsters en porteño y, más adelante, hizo a
traducir a Hemingway con voceo. Por lo que dije antes, no estoy seguro del
valor de esas tentativas. Un texto traducido no es un original puro, sino otro
texto que, de alguna manera, por muy bien repuesto que esté en la lengua de
llegada, debe permitirle al lector una cierta ajenidad, la misma que sentimos
cuando hablamos o leemos en una lengua que no es la nuestra.
Hoy Anagrama reimprime directamente las traducciones ibéricas para Latinoamérica. ¿Se pueden cambiar estas reglas de juego?
Personalmente
odio las traducciones muy españolizadas, llenas de tics del estilo “hacer el
morro”. ¿Odiarán los españoles las traducciones latinoamericanas locales de la misma
manera?
La crítica española
siempre habla de “las malas traducciones sudamericanas”. No es una buena
propaganda, ¿no? Las encuestas de mejores traducciones de Babelia, ese órgano
de propaganda del pasquín El País, de
Madrid, nunca incluye traducciones clásicas hispanoamericanas en sus rankings
anuales. Nada de esto tiene que ver con la literatura. Sí, con un serio
complejo de inferioridad que todavía les queda a los españoles respecto de los
países que les dieron de comer y de leer, y también, con el mercado porque la
lengua es una commodity que los
gobiernos de Hispanoamérica todavía no advierten. Dicho de otro modo,
considerando que en España se habla catalán, gallego, asturiano, vasco y otras
lenguas, menos del 40% de la población habla castellano, al que, sin embargo,
llaman “español”. De los casi 500 millones de hablantes actuales de nuestra
lengua, la gran mayoría viene de México, Estados Unidos y Argentina. España
viene en cuarto lugar. Y pretenden legislar sobre la lengua y decirnos en qué
variante tenemos que leer.
Agregue
usted lo que quiera decir.
Entiendo que dije
bastante. Lo que hay que retener es que no se traduce en abstracto, sino en un
contexto determinado por muy variadas razones. Una de ellas es el mercado. Y si
éste responde a lo que podría interpretarse como un monopolio, no tiene sentido
en discutir variantes, neutralidades o prosodias. Los españoles impusieron la
cuestión de comprar derechos “para la lengua”, lo que hace que, si uno quiere
traducir, por ejemplo, a Perec, tiene que esperar que el editor español que lo
tradujo antes, esté distraído cuando expiran sus derechos de explotación. Pasa.
Pero también ocurre que para un editor argentino, gastar 2 mil o 3 mil euros en
la compra de un derecho de autor, a lo que debe sumarse el valor de la
traducción y los costos industriales de un libro, hace que toda la operación
sea inviable. Hay mucho trabajo para hacer explicándoles a agentes y autores
que la variante local de España pasa mal por Latinoamérica. Deberían contemplar
la división del mercado como para que cada cual pudiera leer con la comodidad
que se merece. No es algo que se soluciona ni a la fuerza ni por decreto. Es un
trabajo lento que editores y traductores deben hacer conjuntamente. Claro,
siempre y cuando los editores estimen que la labor del traductor es la de un aliado
y que importa más que el valor de una bobina de papel."
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