“Todo se fue a la mierda tras la Segunda Guerra Mundial, y
no solo en lo que al arte se refiere. Los cigarrillos no tienen el mismo gusto.
Ni los tamales, las guindillas y el café. Todo es de plástico. Los rábanos ya
no son picantes. Las cáscaras de los huevos se quedan pegadas. Los bifes de
cerdo son pura grasa. La gente se limita a comprar coches nuevos. Sus vidas son
cuatro ruedas y poco más. En las ciudades solo se enciende un tercio de los
faroles, para ahorrar electricidad. Los policías ponen multas como posesos.
Basta beber un poco para que seas un borracho. Los perros deben ir con correa y
hay que vacunarlos. Te piden un permiso de pesca hasta para atrapar peces con
las manos. Las historietas se consideran un peligro para los niños. Los hombres
ven combates de boxeo sentados en sus casas, hombres que no saben qué es un
combate de boxeo, y si no están de acuerdo con los jueces escriben indignados a
los periódicos para quejarse.
Y los relatos: no queda nada, no tienen vida.”
Este es un párrafo típico de las cartas de Charles Bukowski
recopiladas por su editor para el libro “La enfermedad de escribir”, de
Anagrama. Tiene mucho de discurso; Charles se siente un sobreviviente de los
tiempos que le tocaron. Es una especie de monstruo huraño, encerrado en su casa
tecleando y chupando, tecleando y durmiendo, tecleando y fumando, tecleando y
cogiendo. El libro empieza en la época de las máquinas de escribir, con sus
percusiones y sus esfuerzos, con copias hechas en carbónico porque las
fotocopias no existían o eran caras, y las cartas viajaban adentro de sobres, llevadas
por carteros de carne y hueso, de ciudad en ciudad. El libro termina entre computadoras
y mails.
Charles hace dibujos sobre el papel delgado; tacha, corrige,
arruga y plancha, se repite y repite en sus acciones, como si estuviera siendo
su propio director en una biopic podrida. Critica a los escritores que
lee, casi a todos menos a Dostoievski, a Céline, a Miller y a su amigo Fante.
De Faulkner dice, por ejemplo, que es “más falso que Judas”. De Keats, un
“impostor de mierda”.
Manda compulsivamente poemas a revistas, semana a semana, y
les pide que se los devuelvan si no los van a publicar, porque no tiene duplicados.
Algunas veces incluye estampillas para que los editores puedan efectuar gratuitamente
esas devoluciones. Se enoja muchísimo cuando no le hacen caso; los putea. Pero cuando
lo publican y le pagan unos dólares por los poemas, se siente casi siempre un
comerciante y termina odiándose por eso. Para volver a estar bien va al hipódromo,
se emborracha con cerveza y pierde la plata que ganó.
Sus cartas van mejorando cuando empieza a envejecer. En las
primeras leemos todos esos impulsos que suenan a “véanme como yo les digo que
me miren”. Las últimas suenan a verdad. Todo el tiempo está refiriéndose a sus haceres
cotidianos más nimios: “¡se me queman las papas fritas!”, “voy a vomitar y
vuelvo”, “me abro otra cerveza”, “tengo que armarme un cigarrillo”, “hago pis y
sigo”, “llego tarde a la carrera de las cinco”.
La contratapa del libro promete un compendio de estética bukowskiana
y cumple. El mismo libro deja pasar unas cuantos errores ortográficos de los
que pueblan las páginas manuscritas de Charles (“creo que las palabras son más
bonitas y poderosas cuando se escriben mal”). El volumen que me tocó hasta está
mal compaginado: de la página 208 pasa a la 216 invertida, por lo que en un
acto rayuelístico hay que adelantar hasta la 209 y girar el libro si uno
quiere seguir un orden lógico.
De poesía Charles suele opinar diferente según su ánimo, que
es muy variable, pero rescato estos párrafos porque pueden servirles a los bardos
que anden leyendo por acá:
“La mejor manera de estudiar la poesía es leerla y
olvidarla. Que un poema no se entienda no es ninguna virtud. Muchos poetas
tienen vidas convencionales y su temática es limitada. Prefiero hablar con un
basurero, un plomero o un cocinero que con un poeta. Saben más de los problemas
y de las alegrías de la vida cotidiana.
La poesía es como estar en una habitación con el aire
viciado y las ventanas cerradas, y casi nadie intenta que entre aire o luz. Es
posible que el mundo de la poesía atraiga a lo peor de lo peor. Es muy fácil
llamarse poeta. Una vez asumida esa idea, no hay mucho que hacer. La
mayoría de la gente no lee poesía porque la poesía es mediocre y da pena. ¿No
será que los mejores creadores se han dedicado a la música, la prosa, la
pintura o la escultura? Al menos en esos campos siempre hay alguien que de vez
en cuando rompe con la monotonía.”
A los escritores que dan talleres de poesía los llama
“poetas residentes” (ja, ja).
Lo demás es interesante solo para los lectores de Bukowski.
Para los que no lo sean, el libro corre el riesgo de ser un “bodrio”, lo que
Charles opina de las cartas de Hemingway en la página 180.
Con un poco de astucia y un bisturí pude extraerle al libro
las pasas de uva con las que construí este decálogo con el que termino la nota.
Va:
1-
Hay que escribir siempre “desde el asco más
absoluto”.
2-
Nunca debemos esforzarnos “para que los poemas
suenen “poéticos”. El poema, por su propia naturaleza, nos permite decir muchas
cosas en poco espacio, pero la mayoría decimos más de lo que sentimos, y cuando
somos incapaces de ver recurrimos al lenguaje poético, cuyo principal
representante y albacea es la palabra ESTRELLA.”
3-
“Creo que las cartas son tan importantes como
los poemas y expresan cosas de un modo que no se puede hacer en los poemas, y
viceversa.”
4-
“Cuando te rechazan, escribes mejor. Cuando te
aceptan, sigues escribiendo.”
5-
“Para muchos escritores escribir es como coger:
cuando creen que empiezan a hacerlo bien, dejan de hacerlo.”
6-
“Es imposible escribir poesía con barba” (contra
Allen Ginsberg y los beats).
7-
“La creación es creación. Solo porque un hombre
sea negro no significa que no pueda ser un hijo de puta y solo porque una mujer
sea mujer no significa que no pueda ser una cabrona de armas tomar. No
censuremos la realidad desde un posicionamiento hipócrita” (este consejo
contradice al anterior, pero en el libro están separados por una década).
8-
Hay que alternar “entre la novela, el relato y
los poemas. No sé por qué los escritores no hacen esto más a menudo. Es como
tener 3 mujeres: cuando una se enoja, pruebas con las otras”.
9-
“Un escritor es el peor juez de su propio
trabajo.”
10-
“Si escribes porque quieres ser famoso la estás
cagando. No es que me vayan las normas, pero tengo una muy clara: los únicos
escritores que lo hacen bien son los que escriben para no enloquecer.”
Finalmente opina, componiendo el título del libro que nunca
vio: “Más de una vez he dicho que escribir es una enfermedad. Me alegro de
haberme contagiado”. Me pasa igual.
“Los niños mueren a los 9 y a los 97”. Charles Bukowski lo
hizo a los 74. Publicó 6 novelas, 7 libros de cuentos, 3 autobiografías; libros
de entrevistas, de poesía, diarios. Y escribió también casi toda esta nota, que
tiene más citas que opiniones mías. Bueno, el collage del decálogo me ha
llevado bastante tiempo de edición. No estoy seguro de que sea algo que pudiera
gustarle al Gran Chinaski, pero fue una idea que se me ocurrió y acá la vomité.
Ahora páguenmela, carajo, que no vivo del aire. Y los dejo porque tengo fiaca y
hace calor. Quiero ir a tirarme a la Pelopincho, panza arriba, con una cerveza
en una mano y un porro en la otra.
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