“Cada mañana desayuno en el mismo restorán, y esta mañana un
hombre estaba pintando la vidriera con dibujos de navidad. Hombres de nieve.
Copos. Campanas. Santa Claus. Él permanecía de pie, afuera, en la
vereda, trabajando con pinturas de diferentes colores. Dentro del restorán, los
clientes y los camareros observábamos cómo esparcía pintura roja y blanca y
azul en el exterior de la gran ventana. Tras él, la lluvia cambió a nieve,
cayendo de un lado a otro en el viento.
El pelo del pintor era de todos los tonos de gris, y su cara
estaba fláccida y arrugada como el culo vacío de sus vaqueros. Entre colores,
paró para beber algo de un vaso de papel.
Observándolo desde el interior, comiendo huevos y tostadas,
alguien dijo que era triste. Este cliente dijo que el hombre era,
probablemente, un artista fracasado. Que lo del vaso de papel probablemente
sería whisky. Que probablemente tenía un estudio lleno de cuadros olvidados y
ahora vivía de decorar vidrieras de restoranes y tiendas. Triste, triste,
triste.
Este pintor siguió poniendo colores. Todo el blanco nieve adelante.
Algunas extensiones de rojo y verde. Después unas líneas de negro que
delimitaban las formas de colores y las convertían en paquetes y árboles.
El camarero que servía café, dijo: Es tan bonito. Ojalá yo pudiera hacer algo así.
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