12.9.19

OTRO EVENTO DE LUJO EN LA CLÍNICA DEL GALPÓN / EPISODIO SEIS, SÉPTIMA TEMPORADA


De Guy de Maupassant: “Contarlo todo resultaría imposible, ya que en ese caso sería menester, por lo menos, un volumen por día a fin de enumerar la multitud de incidentes insignificantes que llenan nuestra existencia. Se impone, por tanto, una selección, lo cual significa ya una primera vulneración de la teoría de la verdad.”


Hace dos semanas hubo una Bienal de Diseño en la FADU, UBA, y presencié por segunda vez una clase magistral de Lucrecia Martel, en la que nos demostró la inutilidad de filmar y exhibir los sucesos intermedios entre las acciones para poder entender cómo se llegó a este lugar, o cómo se entra a este otro. Esa pérdida del tiempo del cine de Hollywood. A la historia a contar no sólo hay que sacarle las partes que no hacen al cuento (si el personaje se baña, de qué trabaja o qué come); Lucrecia también es partidaria de quitar las acciones explicativas. “Entendés todo igual, aunque estés narrando cosas inverosímiles”.

“Justamente la ficción vuelve verosímil lo improbable, instala la atención donde no se la esperaba, carga de significación lo que a priori parecía no tenerla. La ficción misma construye sentido.” (Liliana Heker, “La trastienda de la escritura”).

Bueno, quiero decir esto: el maestro argentino del contar apenas un detallito para decirnos todo es Elvio Gandolfo. Alguien que te aterra con un “Hilo amarillo” (“Cada vez más cerca”, 2003), con una piel que se vuelve escamada al tocarla (“Dos mujeres”, 1992) o con un juguete de cartón que va a pintar la personalidad esquiva del personaje oscuro que lo armó (“No es una línea recta”, “Ferrocarriles Argentinos”, 1994). Un trazo casi siempre fantástico, absolutamente imposible de creer y dificilísimo de exponer, que en la birome de Elvio se convierte en un artefacto que funciona a la perfección. Elvio es el primer creador argento de electrodomésticos endemoniados, por decirlo de alguna manera. Objetos que parecen simples pero están siempre acechándonos, y definen su entorno con su buen o mal funcionamiento.

Ayer, que fue el Día del Maestro, lo tuvimos en la Clínica. Muy apropiado. Leyó dos de sus tantos inéditos –la colección de cuentos completos que hace tres años intentó cerrarle la editorial cordobesa “Caballo negro” no lo ha detenido: ya tiene un libro entero más que le publicará próximamente Blatt & Ríos y otras cuatro o cinco historias terminadas o a medio escribir, entre las que se cuentan las que leyó:- “Paisaje en la ventana” y “Totalmente muerto”. De “Paisaje” no dijo que era un micro-relato, palabra que parece no existir en la cabeza de Gandolfo, sino que era un cuento “tonal”, de tono. “De mal tono”, agregó, “mala onda por donde lo mires”. Si me da el visto bueno, se lo publico en Milanesa. El del muerto es tremendo: un tal señor Crumb que recorre un pasillo por las noches “de ida y vuelta, en pocos segundos". 

"No caminaba: se lanzaba veloz e indetenible, flotando como una bala de cañón, erguido y alto. Y como pasaba una y otra vez, de a poco se definían los detalles: el color azulado de la piel, las comisuras de los labios apretadas hacia abajo (con un hilo de líquido gris bajándole por la comisura derecha), los ojos entrecerrados, el pelo peinado hacia atrás con fijador. Incluso estaba a punto de decir algo pero no lo decía, pronunciaba solo la primera letra: M, ininterrumpida. Es decir: Mmmmmmmmmmm… Todos pensábamos que la palabra seguramente era Muerte, pero no nos atrevíamos a decírsela a nadie.”

Otra de las enseñanzas de Gandolfo son sus comienzos: en la primera frase ya te sentís adentro del texto. En “Vivir en la salina”: “Eran tres y me estaban pegando”. En “Contagio lento”: “Fue atroz, pero a esa altura al menos había que reconocer que la culpa había sido compartida”. En “Cuando Lidia vivía se quería morir”: “Hace un par de noches me reconcilié en sueños con un viejo amor”. Cuando Lili le indicó la intensidad del comienzo de “El sol y el hielo”, Gandolfo la leyó, pero después fue al capítulo XIII a leernos su frase favorita, la que pinta a los dos personajes con una pinceladita, nomás.

“Aunque no lo hayan dicho, ni ella ni él, él sabe que solo puede violarla cuando ella quiere”.

Último elogio para un crack: tiene las mujeres más inquietantes de la literatura argentina.

Nos encantó que se hiciera un tiempo para venir, que le gustaran las empanadas que le preparé y los vinazos que tomamos. Además se quedó para las correcciones –leyeron Lili y Fernando- y para la sobremesa de Toblerone que se perdieron las chicas porque fue después de hora. Gandolfo sufre de incontinencia anecdotaria; las tres horas y el viaje hasta su casa no le alcanzaron para contarlo todo. Por suerte lo veo de nuevo el viernes, a la hora del almuerzo.  

2 comentarios:

  1. Elvio Gandolfo, muchas gracias. Desde mi infancia devoré sus 45 cuentos siniestros 45 con la misma fruición con la que hoy leo sus propios cuentos. Otra gran visita al taller de Gustavo Nielsen.

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