8.8.19

CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / SÉPTIMA TEMPORADA, CLASE 1


- Ahora que sos doctora y estás más ocupada, si querés dejamos lo de la torta para cuando puedas.
- ¿Estás loco? ¿Y la cábala?

Cortito fue el diálogo que tuvimos con Moira para mi nuevo comienzo de la Clínica. No sé cómo hizo con sus ocupaciones verdaderas, pero el miércoles a mediodía, su fabulosa torta de ciruelas Presidente estaba empaquetada, lista para espolvorearle azúcar impalpable y meterle diente. Por lo que empezamos el curso sin alteraciones: todo bajo control. Se ve en la foto.

Este año hubo diez anotados, sin necesidad de publicidad en el feis. La noticia se pasó de boca en boca. Algo estaremos haciendo bien, pienso. Lo mismo nos pasó con Moira en nuestro viaje a Galápagos. Si a los veinte años me decían que estudiar arquitectura me iba a servir nada más que para dar un workshop durante quince días en la isla de las tortugas cuando tuviera cincuenta y seis, casi seguro que seguía estudiando solamente para eso. La educación me está devolviendo sus frutos jugosos. A la arquitecta Sanjurjo le pasa igual. Tenemos tortas garantizadas para todos los comienzos de mes. Se volvieron a alegrar mis miércoles a la noche, esta vez por dieciséis. Felicidad total.

Cené con mi amigo Jorge Accame unos días antes, y prometió dar una masterclass a fines de la Clínica. Entre los libros que me dejó de regalo me llamó la atención una obra de teatro con el título de uno de sus mejores cuentos: “Quería taparla con algo”. Y sí, el consagrado autor de Venecia convirtió a la escena la historia del Pescado y el Tucán. Por lo que se me ocurrió que podíamos leer, primero el cuento, luego la obra. Como era el primer día, dejamos la obra para la semana que viene. El experimento se completará.

Pablo me trajo de regalo el libro “Por el camino de Puan”, de ediciones FILO. Es una antología coordinada por Gabriela Franco de trabajos del Seminario de escritura creativa de la UBA, que incluye uno de los textos escritos en mi taller. La consigna fue “porno para ser publicado en revista de domingo”. El cuento de Pablo Redivo se titula “Sin sal”. Bien ahí. Este año la consigna va a ser “cuento de brujas”. No hay tanta bibliografía como con los de fantasmas o de sexo; justamente por eso creemos que va a funcionar. Lo planteamos ayer y ya tengo ganas de escribir el mío.

María Inés, Laura y Leo aportaron sus lecturas. Tres historias naturalistas, una orillando el costumbrismo, a las que les falta apenas un poco de calibración. Para orientar (o desorientar, en literatura es casi igual de válido) leí “Los cuentos de los amigos de Cecilia”, de Hebe Uhart, de su libro “El budín esponjoso”. Y para orientarlos-desorientarlos en las descripciones, fragmentos de una maravilla que releí el último verano: “La balada del café triste”, de Carson McCullers. La chica Carson es capaz de decir que la maldad de Marvin Macy era “secreta, algo que se desprendía como un olor”; que Amelia andaba de un lado a otro con aire ausente “como si hubiera caído en uno de sus trances gripales”; de un extraño hombre parado en medio de la calle que era de “mirar lento”; de una mujer racional que era “silenciosa por sistema”. Capaz de describir de este modo las peculiaridades de una bebida:

“No se pueden pasar por alto las dos botellas grandes de whisky que bebieron aquella noche; solo así puede uno explicarse lo que ocurrió después. Sin aquel whisky quizás no hubiera llegado a abrirse el café. Porque el licor de miss Amelia tiene una cualidad peculiar: sabe limpio y seco en la lengua, pero una vez dentro empieza a arder y ese fuego dura mucho tiempo. Y eso no es todo. Ya es cosa sabida que si se escribe un mensaje con jugo de limón en una hoja de papel no queda rastro de la escritura; pero si se expone el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castaño y lo escrito se puede leer. Imaginen que el whisky es el fuego y que el mensaje está oculto en el alma de un hombre; entonces se comprenderá el valor del licor de miss Amelia. Muchas cosas que han pasado sin que se supiera, pensamientos relegados a las profundidades del alma, salen de pronto a la luz y se hacen patentes. Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la comida, la cama, y otra vez los telares, al llegar el domingo bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Y un tejedor levanta de pronto la mirada y por primera vez descubre el cielo radiante de una medianoche de enero, y se siente sobrecogido de temor al pensar en su propia pequeñez. Esas son las cosas que ocurren cuando un hombre ha bebido el licor de miss Amelia. Podrá sufrir, podrá consumirse de gozo; pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella.”

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