- Ahora que sos doctora y estás más ocupada, si querés
dejamos lo de la torta para cuando puedas.
- ¿Estás loco? ¿Y la cábala?
Cortito fue el diálogo que tuvimos con Moira para mi nuevo comienzo de la Clínica. No sé cómo hizo con sus ocupaciones verdaderas, pero el
miércoles a mediodía, su fabulosa torta de ciruelas Presidente estaba
empaquetada, lista para espolvorearle azúcar impalpable y meterle diente. Por
lo que empezamos el curso sin alteraciones: todo bajo control. Se ve en la
foto.
Este año hubo diez anotados, sin necesidad de publicidad en
el feis. La noticia se pasó de boca en boca. Algo estaremos haciendo bien,
pienso. Lo mismo nos pasó con Moira en nuestro viaje a Galápagos. Si a los
veinte años me decían que estudiar arquitectura me iba a servir nada más que
para dar un workshop durante quince días en la isla de las tortugas cuando
tuviera cincuenta y seis, casi seguro que seguía estudiando solamente para eso.
La educación me está devolviendo sus frutos jugosos. A la arquitecta Sanjurjo
le pasa igual. Tenemos tortas garantizadas para todos los comienzos de mes. Se
volvieron a alegrar mis miércoles a la noche, esta vez por dieciséis. Felicidad
total.
Cené con mi amigo Jorge Accame unos días antes, y prometió
dar una masterclass a fines de la Clínica. Entre los libros que me dejó de
regalo me llamó la atención una obra de teatro con el título de uno de sus
mejores cuentos: “Quería taparla con algo”. Y sí, el consagrado autor de
Venecia convirtió a la escena la historia del Pescado y el Tucán. Por lo que se
me ocurrió que podíamos leer, primero el cuento, luego la obra. Como era el
primer día, dejamos la obra para la semana que viene. El experimento se
completará.
Pablo me trajo de regalo el libro “Por el camino de Puan”, de
ediciones FILO. Es una antología coordinada por Gabriela Franco de trabajos del
Seminario de escritura creativa de la UBA, que incluye uno de los textos
escritos en mi taller. La consigna fue “porno para ser publicado en revista de
domingo”. El cuento de Pablo Redivo se titula “Sin sal”. Bien ahí. Este año la
consigna va a ser “cuento de brujas”. No hay tanta bibliografía como con los de
fantasmas o de sexo; justamente por eso creemos que va a funcionar. Lo
planteamos ayer y ya tengo ganas de escribir el mío.
María Inés, Laura y Leo aportaron sus lecturas. Tres
historias naturalistas, una orillando el costumbrismo, a las que les falta
apenas un poco de calibración. Para orientar (o desorientar, en literatura es
casi igual de válido) leí “Los cuentos de los amigos de Cecilia”, de Hebe Uhart,
de su libro “El budín esponjoso”. Y para orientarlos-desorientarlos en las
descripciones, fragmentos de una maravilla que releí el último verano: “La
balada del café triste”, de Carson McCullers. La chica Carson es capaz de decir
que la maldad de Marvin Macy era “secreta, algo que se desprendía como un
olor”; que Amelia andaba de un lado a otro con aire ausente “como si hubiera
caído en uno de sus trances gripales”; de un extraño hombre parado en medio de
la calle que era de “mirar lento”; de una mujer racional que era “silenciosa
por sistema”. Capaz de describir de este modo las peculiaridades de una bebida:
“No se pueden pasar por alto las dos botellas grandes de
whisky que bebieron aquella noche; solo así puede uno explicarse lo que ocurrió
después. Sin aquel whisky quizás no hubiera llegado a abrirse el café. Porque
el licor de miss Amelia tiene una cualidad peculiar: sabe limpio y seco en la
lengua, pero una vez dentro empieza a arder y ese fuego dura mucho tiempo. Y
eso no es todo. Ya es cosa sabida que si se escribe un mensaje con jugo de
limón en una hoja de papel no queda rastro de la escritura; pero si se expone
el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castaño y lo escrito se
puede leer. Imaginen que el whisky es el fuego y que el mensaje está oculto en
el alma de un hombre; entonces se comprenderá el valor del licor de miss
Amelia. Muchas cosas que han pasado sin que se supiera, pensamientos relegados
a las profundidades del alma, salen de pronto a la luz y se hacen patentes. Un
hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la
comida, la cama, y otra vez los telares, al llegar el domingo bebe de aquel
whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda
contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una
ternura tan viva como un dolor. Y un tejedor levanta de pronto la mirada y por
primera vez descubre el cielo radiante de una medianoche de enero, y se siente
sobrecogido de temor al pensar en su propia pequeñez. Esas son las cosas que
ocurren cuando un hombre ha bebido el licor de miss Amelia. Podrá sufrir, podrá
consumirse de gozo; pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y
ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella.”
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