13.9.18

SEXTA TEMPORADA DE LA CLÍNICA DEL GALPÓN ESTUDIO / CLASE DOS


“Llevo años trabajando en hospitales, y si algo he aprendido es que cuanto más enfermo está un paciente, menos ruido hace. Por eso los ignoro cuando llaman por el interfono.”

La frase es de un cuento de Lucia Berlin, del libro “Manual para mujeres de la limpieza”. Lydia Davis, la prologuista, dice: “Me recuerda a las historias de William  Carlos Williams cuando escribía como el médico de la familia que era: sin rodeos, con franqueza, exponiendo en detalle las patologías y el tratamiento, la objetividad de sus explicaciones. Más aun que en Williams, Lucía veía en Chejov (otro médico) un modelo y un maestro. De hecho, en  una carta a Stephen Emerson afirma que lo que da vida al trabajo de ambos es ese desapego clínico, combinado con la compasión. Luego destaca también el uso que ambos hacen del detalle específico y su economía: “No escriben palabras de más”. Desapego, compasión, detalle específico, economía: parece que estamos en camino de identificar algunos de los rasgos más importantes de la buena escritura. Y aun así, siempre  hay un poco más que decir.”

Más cerca del final, Davis agrega: “Lucia decía que la historia debía ser real, sea cual fuera el sentido que eso tuviera para ella. Creo que se refería a que no fuera artificiosa, ni trivial, ni superflua: debía salir de dentro, tener peso emocional. A un alumno suyo le comentó que la historia que había escrito era demasiado ingeniosa: no trates de ser ingenioso, le dijo. En una ocasión Lucia compuso en una linotipia uno de sus propios relatos y después de tres días de trabajo volvió los moldes a la caja. La historia, dijo, era falsa.

¿Y qué hay de la dificultad del material real?

“Silencio” es un relato en el que Lucia habla de algunos de los mismos sucesos reales que también le menciona brevemente a Kleinzahler, en una especie de taquigrafía torturada: “Lucha con esperanza devastadora”. En el relato, el tío de la narradora, John, que es alcohólico, conduce borracho con su sobrina en la camioneta. Arrolla a un niño y a un perro, y el perro queda malherido, pero no se detiene a socorrerlos. Lucia Berlin le dice a Kleinzahler, a propósito del incidente: “La desilusión cuando arrolló al niño y al perro para mí fue Espantosa”. En el relato, al trasladar esa vivencia a la ficción, el incidente y el dolor son los mismos, pero sesgados por cierta intención subyacente. La narradora conoce a John en otro momento de la vida, cuando está felizmente casado y es un hombre afable, cordial, que ya no bebe. Sus últimas palabras en el relato son: “Por supuesto a esas alturas yo ya había comprendido todas las razones por las que no pudo parar la camioneta, porque para entonces era alcohólica”.

Sobre cómo abordar el material difícil, Lucia comenta: “De algún modo debe producirse una mínima alteración de la realidad. Una transformación, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene verdad, no solo para quien escribe, también para quien lee. En cualquier texto bien escrito lo que nos emociona no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad”.

Una transformación, no una distorsión de la verdad. 

El ejercicio inicial de la clínica de hoy lo basé en exponer dos distorsiones: una de Berlin, la que le da título al libro. Otra, de la argentina Alejandra Kamiya: “Fragmentos de una conversación”. Ambos cuentan el mismo tema desde puntos de vista similares: cada personaje es una chica que limpia casas, y están escritos en primera persona. Cuentos sociales para este miércoles primaveral.

Después leyó Pablo, que se ganó un premio de la editorial Eufyl y saldrá en la antología "Por los caminos de Puan" -¡felicitaciones!-, con su cuento “Sin sal”. También leyeron Lili y Fabián y se armó la primera y jugosa discusión sobre el punto de vista de un narrador. Comimos Gyta Rösti relleno de jamón y queso y tomamos un malbec. 

Todo iba bien, salvo que mi celular hacía ruiditos vibradores en mi mochila. A Elenora le pasó lo mismo, pero ella miró sus mensajes. Mientras nosotros estábamos en clase, en Moreno secuestraron y torturaron a una maestra del acampe. Le escribieron "OLLAS NO", con una navaja en la panza. La violencia en nuestro país está creciendo y tiene por culpable al gobierno, con sus políticas implacables de recesión y castigo popular. Si le sacan presupuesto a educación y salud pública para dárselo a las fuerzas de seguridad, no esperen que no haya paros, quejas, ollas. 

Hay otro culpable más: la prensa cómplice, que tapa la represión y el espanto. Parece que el silencio se ha vuelto a apoderar de la Argentina. Todos sabemos que no es Salud. 

Volvimos a 1978, sin Mundial.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario