5.6.18

DÉCIMA REUNIÓN DE LA CLÍNICA LITERARIA / QUINTA TEMPORADA


"Esta frase tiene cinco palabras. Aquí van cinco palabras más. Dos frases iguales están bien. Pero muchas juntas resultan monótonas. Escucha lo que está pasando. La escritura se vuelve aburrida. El sonido se vuelve sonsonete. Es como un disco rayado. El oído pide más variedad.
Ahora escucha. Cambio la longitud de la frase y creo música. Música. El texto canta. Tiene un ritmo agradable, cadencia, armonía. Uso frases cortas. Y uso frases de longitud media. Y a veces cuando estoy seguro de que el lector está descansado, le atrapo con una frase de considerable longitud, una frase que alumbra con energía y se levanta con toda la fuerza de un crescendo, el retumbar de los tambores, el estruendo de los platillos, sonidos que dicen: escucha esto, es importante.
Así que escribe una combinación de frases cortas, medianas y largas. Crea un sonido que agrade al oído del lector. No escribas solo palabras. Escribe música." Gary Provost.


Encontré este precioso texto en el feis de Sebastián Pandolfelli, músico y escritor. Parece que dirige talleres literarios; me dijo en un comentario que utilizaban, como parte de la teoría, mi texto “Cuentos de reglamento simple”. Buena noticia que algo teórico de lo poco que escribí le sirva a alguien. Sepan que está hecho más con el corazón que con la cabeza (administrese con cuidado y únicamente bajo la responsabilidad del tallerista, jaja). Mi amor por los cuentos es así de simplón.

Ayer le dimos duro a la corrección para mandar material a las antologías de Sergio Gaut vel Hartman. Vamos a llevarle cinco de amor, tres de Claudio y dos míos. Dos de extraterrestres, uno de Eleonora y otro de Jonatan, muy buenos. Y dos de mutantxs y alienígenxs, uno de Pablo y uno mío. Claudio escribió uno más pero era confuso; los tres que está mandando son excelentes. El de Pablo tiene onda a una película muy perturbadora que vi hace mucho, “Enemigo mío”, con un alien y un humano que tienen relaciones y posteriormente un hijo –mi recuerdo me dice que era deforme- en otro planeta. Una joya norteamericana de clase B que habría que recuperar.

La foto que honra esta crónica no es un Jackson Pollock, sino la deliciosa torta de coco y dulce de leche que Moira nos regaló para la ocasión. Tomamos irish whiskey Jameson y café.

Eleonora escribió dos cuentos de extraterrestres. Yo le critiqué uno y me ligué el gaste de todos los miembros del taller a los que les había gustado (y mucho, parece). Tengo aquí mi rincón de la réplica. El cuento tiene como personajes a las torres de alta tensión, esas que parecen robots al estilo de la de Tecnópolis. Las torres se desprenden de sus cables y tensores y salen a caminar, porque en realidad son extraterrestres. En el cuento se compara ese despertar con el de un gato desperezándose. La gente no lo advierte, salvo por algún ojo ocasional (así se llama el cuento: “El ojo ocasional”), y porque se corta la luz.  Y esto es lo que quería decirles, queridos habitantes de la Clínica y planetas aledaños, y tal vez el whisky no me dejó expresar con total claridad: animar un objeto es un trabajo titánico. No se puede decir que la torre salió caminando y chau. Hay que explicar cómo es la torre, hay que asesorarse sobre qué está construida, cuáles son los cables y cuáles los tensores, y sobre todo hay que sugerir qué forma tienen y cómo se moverán en la animación. Si el cuento es sobre eso, debe estar clarísimo. Hay que ser exacto. 
Por ejemplo: la torre podría agacharse y desenterrar los dados de hormigón del piso, antes de salir a caminar. Si la torre es femenina, podría dejárselos puestos como a plataformas, y mirárselos de costado para ver cómo le quedan. 
Podría liberarse de los tensores como un Frankenstein desencadenado. Debería marcar una diferencia entre cortar un cable pesadísimo que lleva corriente y hace una catenaria, de un alambre de acero que solamente es un tiento. Eso es lo que harían animadores de la talla de Ted Avery o Nick Park. En los “Pollitos en fuga” o en “Wallace y Gromit” hay cantidad de maquinarias absurdas que se vuelven lógicas porque están explicadas dentro de su propia lógica. Las entendemos y nos hacen reír por eso. La diferencia entre animar bien y mal se puede ver, a veces, en un mismo personaje. Friz Freleng, el primer animador de La Pantera Rosa nos metía en secuencias panterianas perfectas que después perdieron los animadores que hicieron las temporadas posteriores. ¡Lo perdieron tanto que hasta la hicieron hablar! 
Igual pasa con el Correcaminos, donde la última tanda de animadores resolvía todo con una especie de garabato que significaba que el Correcaminos y el Coyote se estaban peleando, y al final quedaba uno atado o golpeado, y chau. Como si el espectador no quisiera enterarse qué pasa en ese embrollo, sin darse cuenta de que la secuencia misma es el embrollo. ¡Y tenían todas sus primeras películas para estudiar! Todas esas en las que Chuck Jones lo había sabido hacer a la perfección.
¿Cómo hace Miyazaki en “Mi vecino Totoro” para convertir un gato en un colectivo y que nos lo creamos? Simple: el colectivo adopta los movimientos, aspectos y ronroneos de un gato y el gato adopta las dimensiones e interioridad del colectivo. 

La ficción es eso: hacernos creer algo por el solo hecho de contarlo con las palabras justas.

La foto de mi pizarrón, esta vez:

Como bien se puede observar, aclara perfectamente TODO. 
Cuando te olvides de los mecanismos narrativos, Eleonora, repasá esta foto. Beso.


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