"Robinson Crusoe, libro que leí y releí a lo largo de los años, toca una parte esencial mía, en el sentido de que me reveló algo muy profundo Cuando se escribe ficción uno también está presente pero disfrazado o armado detrás de un personaje y sus situaciones. Si bien La vida invisible tiene la artificialidad del armado al dividirlo en capítulos y seguir una cronología, más allá de eso cuando me encuentro hablando de Bradbury o de Borges o de cualquier otro escritor o escritora estoy tocando zonas profundamente personales. Por eso es un libro muy íntimo.
La vida invisible dejará de serlo un día y eso será para siempre. Siguiendo el orden cronológico que ha hecho Sylvia Iparraguirre, el modo en que cruza las múltiples maneras de leer (basta con ir a ese magistral capítulo final “Diario de libros”, donde comenta y analiza una larga lista de autores y libros que pueden apreciarse como un consejo para armar una gran biblioteca) entre reflexiones, recuerdos y sensaciones, resulta sencillo advertir una vez más que hay cierta clase de seres que parecen venir al mundo con la literatura encima. Y si en un sentido poético todo libro nace para ir detrás de su lector ideal, lo mismo sucede con las parejas ligadas por el amor. Un amor que, en su forma evolutiva, ha generado una gran familia literaria. Sobran las palabras para comentar el capítulo que Sylvia Iparraguirre le dedica a Abelardo Castillo. “Necesito decir antes que nada que el nuestro no fue un encuentro intelectual ni literario. Fue un encuentro vital, emocional. Nos gustamos; nos enamoramos de nuestras virtudes y defectos, y fue para toda la vida. A pesar de que yo era muy joven y de que la diferencia de edad al comienzo pesó, desde el primer momento, superando los alarmantes altibajos que respondían, básicamente, a nuestros caracteres empecinados, intuimos compartir un núcleo profundo, central, un sentido general de la existencia y de las cosas, que los años solo profundizarían. Eso fue lo esencial. La literatura, además de haber sido la causa de nuestro encuentro, le dio a nuestra relación una dimensión y una felicidad sumadas. Con ‘dimensión’ quiero decir la posibilidad de una unión de otro tipo, una complicidad en algo que nos llevaba más lejos, que venía de antes e iba al futuro: los libros. Fuimos muy afortunados; tuvimos esa suerte que tienen algunas parejas que comparten un oficio o profesión que aman y en la cual se regocijan. Y si hubo un secreto fue este: nunca intenté domesticarlo; nunca interfirió en mi independencia. La nuestra fue una historia de amor profundo y de concesiones mutuas” Y luego: “Con Abelardo la vida invisible se visibilizó, fluyó, para transformarse en un diálogo continuo. Si la biblioteca de la casa de mi abuela arma la primera escena de mi novela personal como lectora, en la biblioteca de Abelardo, en nuestro departamento de la calle Pueyrredón, empezó mi educación literaria”.
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