Como la corriente
lenta pero constante
que arrastra peces y aves marinas
como esa corriente
capaz de elegir por nosotros un destino,
el mallín nos llevaba hacia lugares que no conocíamos.
Caminábamos por el perímetro inundado
nos asombraba la voracidad de los roedores
cómo mordían con dedicación las cañas blandas
cómo las quebraban…
Veíamos nuestra sombra dibujarse
sobre la maleza tierna
flotante; no imaginábamos –no podíamos imaginar-
que no había raíz ni cimientos
y abríamos las manos
pero en lugar de arcilla fértil sólo era tierra oscura
lo que se nos escurría entre los dedos cada vez.
El agua es generosidad, decíamos, abundancia.
No tuvimos en cuenta que podía ser desborde
pérdida, disolución;
salvo que fuésemos como esos juncos
tallo verde, hoja que nace
de la humedad y crece aérea, maleable
salvo que nos ofreciéramos
a la mordida filosa de los ratones
y nos transformáramos
en gozosa
fugaz celebración de lo que queda.
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