Basado en la pregunta de Iván de la clase anterior, preví la lectura de tres cuentos: uno en primera persona ("Catedral", de Carver), otro en tercera persona subjetiva ("La invitación", de Jorge Asís ) y uno en tercera objetiva ("Arreglo en blanco y negro", de Dorothy Parker). Y después leímos un párrafo del libro de conversaciones entre Abelardo Castillo y María Fasce que publicó Emecé en 1998 bajo el título "El oficio de mentir". Transcribo:
“María pregunta: La mayoría de sus libros hace pensar en la
importancia de la elección del narrador. ¿Cómo hace para elegir el narrador de
una historia?
Abelardo contesta: No sé, eso es instintivo, no tiene nada
que ver con la retórica. La forma, de hecho, es anterior a toda especulación;
cuando se te ocurre –por decirlo así, el verbo en este caso no es el ideal- una
anécdota, esa anécdota ya viene con una forma, yo diría, fatal, como si la
trajera puesta.
Del mismo modo uno sabe que ciertas historias deberían estar
contadas en primera o tercera persona. Lo que hay que elegir, a veces, son
ciertos artificios desde ese punto de vista. Simular una tercera persona aunque
mentalmente estés escribiendo el texto en primera, como Malcom Lowry en “Bajo
el volcán”, o conseguir que ese personaje femenino, que está hablando en
primera persona, sea realmente una mujer, si uno es un hombre y está utilizando
el “yo”, que viene cargado de todas sus experiencias humanas y sexuales. A
veces hasta importa la elección de los verbos: ¿en qué tiempo se cuenta?, ¿esto ya sucedió o está sucediendo?”
Los cuentos de los participantes: uno de Pablo y otro de Iván. Para sus correcciones tomé unas páginas de "El fideo más largo del mundo" de Bernardo Jobson y "Los pasajeros de la noche", del Gran Fogwill.
Comimos unos bollitos de mijo y queso, receta de Natalia Kiako en su libro "Cómo como", de reciente aparición. Yo fui el amasador. Pablo trajo una chocotorta hecha por él e Iván aportó una gaseosa. Además, y como siempre, hubo café.
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