Y la primera mañana de la Creación decía
lo que el último Ocaso del Cálculo dirá.
Omar Khayyam (1048-1131)
Miro un partido de fútbol en la tele y me pregunto
si el futuro conoce al ganador,
si hay algo que los jugadores puedan hacer
para cambiar resultados escritos
desde el principio de los días
en la inevitabilidad de la física.
A los 36 minutos del primer tiempo,
una maniobra inesperada de Agüero
desconcierta al contrario, envía
la pelota entre las piernas de un arquero
indefenso. En la tribuna,
la hinchada celebra. Nueve compañeros
abrazan al goleador en el campo.
La persigue Heinze. En 1820 Laplace dijo
que todo podría ser predicho
por una inteligencia que conociera
la posición de todas las partículas
en un momento dado: la altura
de cada hormiguero, la afición
de los centauros al vino, los 99 nombres
del Dios del Islam. Messi pasa
a toda velocidad, le pega mal
y el árbitro señala tiro de esquina.
Supongamos que la libertad sea una ilusión
nacida del Big Bang, escondida
en el cerebro humano y sus circunvoluciones.
Que intentar sea todo cuanto podamos hacer.
No invento yo este poema: mi lápiz
traza consecuencias de aquella primera explosión.
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