Dejo correr la sangre de las manos.
Acostado en la cama la examino.Las sábanas la sorben dulcemente
con la quieta avidez de su blancura.
Brota incesantemente. A borbotones.
Tibia y curiosa asoma a mis muñecasy escapa presurosa de mis manos.
Son manos de vencido. Ellas debían
coger la gloria, amor, coger dinero.Un día las creí capaces de ello.
Pero nada aprehendieron. No eran hábiles.
O el empeño excedió su exigua fuerza.Pobres manos humildes y vacías.
Tiemblan un poco. Tiemblan asustadas.
Asustadas y débiles parecenpedir excusas porque son mediocres.
Les sonrío a mis manos. Las levanto
y las uno. Las siento desvalidas.Y atisbo como repta sigiloso
ese zumo tan rojo de la vida.
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