Participé del concurso del CECBA como participé de muchos
otros antes, promocionados por la SCA o por otras entidades de arquitectos. La
mayoría los perdí, algunos he ganado, nunca demostré en ocasiones anteriores disconformidades
con los fallos. Sin embargo, por este pedí la impugnación. Lo hice porque
sospeché que el arquitecto Edgardo Minond, el ganador del primer premio, estaba
inhabilitado para presentarse, dado que tiene un contrato con la Municipalidad
de Buenos Aires por la obra de Sede Central del Banco Ciudad. La información está
en el cartel de la obra a medio hacer en Parque Patricios, y en la página del
Banco Ciudad. De los seis jurados que oficiaron en el concurso, tres fueron
autoridades de la Municipalidad, por lo que es fácil de dilucidar que la mitad
del jurado, en el caso de haber contratación, son empleadores directos del
premiado. De ahí la prohibición expresa en las bases para la presentación de
gente que tenga convenios o contratos con la Muni. Cuando los resultados se
vieron, supimos que el cuarto jurado era el socio directo de Minond en el mismo
proyecto del Banco. De seis jurados, cuatro allegados. Amplia mayoría. ¿A nadie
más que a mí le parece dudosa esta maniobra?
Una vez que un concurso se impugna, la SCA, como promotor,
debe tomar las riendas del asunto. Tiene diez días para contestar mediante el
Comité de Ética. Sin embargo, la SCA, esta vez, no hizo nada. Prometió juntar a
una comisión para evaluar el caso, que no era la de ética sino un grupo de
amigos convocados ad hoc. Extendió en el tiempo su plazo de acción anunciando
públicamente una fecha de cierre de asunto: el 25 de marzo del año en curso.
Publicó la información en el periódico ARQ. Pero no se expidió, se calló y
cubrió el supuesto negociado que fui a objetar con su silencio. Escribo esta
nota un lunes 8 de abril.
¿Esta es una pelea de fondo Minond-Nielsen? Obviamente, no.
Admiro al arquitecto Minond; en mi fuero íntimo me gustaría que todo esto que
está sucediendo fuera un error de mi parte, por lo que le pediré disculpas,
llegado el caso. ¿Es una pelea de fondo Ciudad-Nielsen? Tampoco, aunque no
comulgue para nada con el credo del PRO. Pero el concurso está lleno de errores
y dudas que tal vez sean torpes coincidencias, y a la sombra de los resultados parecen
maniobras ejecutadas a propósito. El silencio de la SCA corrobora la sospecha.
La actual conducción de la SCA deja mucho que desear. Los
derechos de los arquitectos no son tenidos en cuenta, con una soberbia que
supera la norma. Si yo fuera el presidente de la SCA y al abrir los sobres noto
que el ganador tiene vínculos con los organizadores y con un miembro del jurado
con el que comparte estudio en la actualidad, no dejaría que el acto de
impugnación quede a cargo de un socio indefenso, sino que lo objetaría ahí
mismo, como deber de la institución para que el resultado sea honesto y se vea
de tal modo.
La SCA tiene que velar por la limpieza de los concursos,
para eso pagamos. Una mensualidad carísima, desproporcionada para los servicios
que otorga. Los arquitectos más jóvenes deberán saber que hace unos años se
podía participar de los concursos sin ser socios de la SCA, solamente siendo
Matriculado del CPAU o colegiado en las Provincias. Desde hace poco tiempo
alguien impulsó que para hacer concursos siendo del CPAU había que ser socio
obligatorio de la SCA. Soy socio antes de que existiera esa normativa, porque
siempre pensé en la SCA como un club. Desde que esta obligación se hizo
presente, me sentí un rehén de la institución.
La normativa la impusieron para poder sostener a la SCA y
que no desapareciera. O sea: entre todos los arquitectos socios apuntalamos una
institución que ya no nos sirve, no nos representa, nos ignora con soberbia. La
gente vive setenta, ochenta años. Los perros, catorce. Las mariposas, apenas un
día. La SCA ha durado casi doscientos años. Es como la sala de banquetes del
Titanic, el cuarto de fumadores del Rotary, el salón aquel del Centro Naval por
el que los milicos se jactaban de que nunca había entrado una mujer. Algo del
pasado, perimido, destinado a crear una jerarquía, y que solamente da vergüenza
ajena. Tal vez es el momento de dejarla morir en paz.
Me acabo de borrar de la SCA para acompañar mis palabras con
un acto auténtico. Invito a todos los socios a hacer lo mismo. Y es hora de que
FADEA y el CPAU tomen cartas en el asunto. La credibilidad de 200 años se
pierde en un tronar de dedos.
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