6.11.12

TRES IDEAS DE LO INQUIETANTE / GONZALO GARCÉS

"Una vez Erica Jong dijo algo interesante: si mi novela hubiera sido pura pornografía, afirmó, a nadie habría sobresaltado. Pero que la narradora pudiera desesperarse por una pija y en el siguiente párrafo disertar con autoridad sobre el estilo de Joyce, eso era inaceptable. Corolario: ningún discurso homogéneo causa inquietud, incluso y especialmente la homogeneidad de lo obsceno, lo violento, lo punk. La frase de Jong ayuda a entender, por ejemplo, por qué El fiord nunca fue ni podría ser un texto inquietante: el torrente de sangre y mierda de Lamborghini, por invariable, resulta tan artificial como la novela rosa, la comedia romántica o la novela de detectives. Y las marcas de género, se sabe, tranquilizan: aquí hay un escenario, dicen, allí hay un telón, estos aullidos y estas flagelaciones no son sino una de las coqueterías del arte, no se deben tomar en serio. Por contra, si un discurso es una estructura abierta, que puede cambiar de registro, incorporar tonos inesperados, dejar a veces de cantar y ponerse a hablar, entonces no parece ficción. Y entonces lo que se dice tiene un peso diferente. Pienso a veces cómo podría ser una novela inquietante. En una versión, la novela se parece bastante a Auschwitz, de Gustavo Nielsen. El protagonista de ese libro, Berto, es nazi. Detesta por igual a los judíos, las mujeres, los discapacitados, los gays. La novela de Nielsen es muy buena y está llena de momentos potentes. Pero en la versión que imagino, la estúpida maldad de Berto se corre, a veces, hacia otros tonos. En la novela original, el episodio central muestra a Berto torturando a una especie de chico alienígena. Ahora imagino este addendum: en la escena siguiente, Berto, sentado en el colectivo, ve subir a una anciana y se hace el distraído; por el resto del día, siente un remordimiento moderado. “Qué me costaba levantarme, pobre vieja, con las piernas doloridas y yo haciendo como que leo el diario”, etc. Cada uno puede encontrar palabras mejores que éstas; se trata de establecer una línea de transmisión entre mi sensibilidad “normal” y el sadismo delirante de la escena de tortura. Esa es una variante posible; en otra, después de la tortura al niño extraterrestre, el narrador adopta de golpe el tono de la objetividad enciclopédica: observa que la palabra tortura deriva del verbo latino torquere (retorcer, curvar) y que los primeros casos registrados de tortura se remontan a la antigua Caldea. “Prefiero padecer a mis miembros retorcidos antes que verme así deshonrado” (Cantar de Gilgamesh). Etcétera. No se me escapa que esta segunda estrategia fue usada por Kurt Vonnegut; la primera, por Shakespeare." "AUSCHWITZ" en Perfil: ¡sigue!

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