En un episodio de Los Simpson, Homero le dice a Bart: “Nunca jamás digas nada en público hasta que estés seguro de que los demás piensan como vos”. Así empezó la conferencia sobre la ciudad que el profesor catalán Manuel Delgado Ruiz dio en la Legislatura Porteña hace dos años. La seguridad a la que Homero aspira tal vez sea un mecanismo para el éxito del funcionamiento de un espacio público, dejando el chiste a un lado.
El espacio público es el espacio de la negociación, y a la hora de crearlo desde cero también tendremos que negociarlo al estilo Simpson. El objeto a negociar suele ser mínimo: quién está primero en la parada del colectivo, quién se sentará en aquel banco, preguntar por la ubicación de un comercio. Uno evalúa a los demás transeúntes a través de cómo se presentan, no a través de lo que son. Cuentan más las pertinencias que las pertenencias, dice Delgado Ruiz. Y así describe a las personas que deambulan por la calle: “Son sólo masas corpóreas, perfiles que han renunciado voluntariamente a toda o a gran parte de su identidad. Han logrado con ello colocarse por encima de toda cosificación, lo que implica que encarnan una especie de cualquiera en general, o, si se prefiere, un todos en particular, que hace bueno el principio interaccionista de que en una sociedad como la nuestra la figura que domina es la del otro generalizado”.
Acabo de recorrer la muestra de Alberto Giacometti en la Fundación Proa y lo que vi allí es el perfil de esa renuncia urbana conseguido a fuerza de repetición y sintaxis. Lo que estudia Delgado Ruiz, hecho escultura.
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