"El título del libro de Barthes no es caprichoso. Recordemos que una cámara lúcida era un dispositivo óptico usado como una herramienta para dibujar, patentado en 1806 por William Hyde Wollast, que permitía realizar una superposición óptica tanto del tema que se estaba viendo como de la superficie en la que el artista está dibujando; es decir que se pueden ver dos escenas superpuestas como si se tratara de una fotografía expuesta dos veces. Así, quien tiene la cámara, entra en la fascinación de sentirse un mágico y poderoso demiurgo porque puede organizar el caos del mundo y conformar una suerte de Aleph en el que incluye objetos intrascendentes, detalles de una calle, los ojos sorprendidos de una joven, el sol de una mañana de verano. Somos cuando alguien nos ve y por eso la fotografía, al fijar esa mirada, pasa a ser el vehículo de la eternidad. ¿Pero qué pasaría si en vez de tratarse de objetos se tratara de individuos que además sobreponen sus trayectorias al punto de que no sea fácil distinguir cuál es la imagen genuina y cuál la superpuesta?
Parte de las respuestas a estas cuestiones están en la novela de Gustavo Nielsen, organizada como una filigrana semiótica en la que la prosa minuciosa del autor se desplaza desde el plano de una inocente cotidianeidad hasta las dimensiones fantasmagóricas que nos llevan los recuerdos y los afectos, para concluir con un final sorprendente."
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