27.7.10

SAC / ESPICH

Una huella es una señal que el hombre deja en su paso por la Tierra, el vestigio de una civilización. No es un objeto, sino el negativo de un objeto. No es ni recuerdo, ni olvido: apenas una ausencia.
Los museos y monumentos de la Shoá mantienen siempre una especie de contradicción de tamaños entre el espacio representativo, metafórico, generalmente enorme, y los objetos a exhibir, casi siempre de pequeño formato. El caso es que la presencia de estos sencillos objetos (valijas, cartas, fotos, zapatos, utensilios, ropas, libros) es fundamental porque decanta la memoria social en memoria individual, nos habla de personas como nosotros que se llaman Ana Frank.
Nuestro proyecto opera mediante un sistema de esculturas que llevan impresas la huella de esos objetos cotidianos. Las impresiones se realizan por vaciado de hormigón. La operación estropea, destruye al objeto. La huella rescata el perfil icónico como metáfora del elemento que desapareció en la impresión. El negativo de esos objetos cotidianos sobre la piedra conforma una especie de fósil urbano de alta sugerencia.
La metáfora es la de la memoria impresa en la piedra. Cientos de memorias individuales que arman el avatar colectivo de un pueblo.
Huellas para el recuerdo.

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