25.6.10

ELOGIO DEL DESEQUILIBRIO / MARCELINO CEREIJIDO

Todo organismo sobrevive si, y sólo si, interpreta la realidad correctamente. Si una polilla se empecinara en perforar un trozo de mármol, porque es incapaz de distinguirlo de la madera que necesita para nutrirse, se extinguiría. La iría muy mal al conejo que no fuera capaz de distinguir a una coneja de una leona, e intentara violar a esta última; es un asunto tan obvio que ni siquiera resulta chistoso. Tiene muy poca importancia si esas interpretaciones son o no son conscientes. La conciencia es una recién llegada, tiene apenas 40.000 años, o sea, "nada" en comparación con los 4.000 millones de años de vida en el planeta. El origen de la vida, su evolución, el enorme grado de complejidad y diversidad que ha alcanzado, y la increíble hazaña de haber creado seres humanos se produjeron en ausencia de lo que podemos llamar conciencia. Es más, los científicos recién (apenas hace un par de siglos) empezamos a entender (conscientemente) cómo se fabrica un bebé a partir de un óvulo fecundado, pero una antigua romana hacía a sus romanitos sin tener la más remota idea de los fenómenos moleculares y embriológicos implicados.

Todo organismo necesita alguna herramienta para sobrevivir, desde la ameba que fue seleccionada por su habilidad para distinguir bacterias, atraparlas y nutrirse, pasando por el elefante que convirtió su trompa en un instrumento maravilloso, hasta el murciélago que fue perfeccionándose para cazar insectos al vuelo en plena oscuridad. Todos morirían si de pronto perdieran dichas facultades. En este sentido, parece que la herramienta, el atributo por excelencia del hombre es su capacidad de conocer (sin limitarla a "conocer conscientemente"). Humphry Davy habrá pasado a la historia por su descubrimiento del calcio en 1808, pero es bueno tener en cuenta que un bebé de 2 años al que le falte calcio comerá revoque de las paredes porque "sabe" perfectamente que dicho estuco lo contiene. La realidad no es como el mundo académico: no importa tanto lo que se sabe explicar conscientemente como lo que se sabe hacer para sobrevivir.

He aquí el drama del ser humano: tiene un soberbio instrumento para entender, pero vive plagado en un mundo de cosas que ignora. Si el conocimiento es la base de su seguridad, la ignorancia lo aterra. Por un lado, sabe que habrá de morir; por el otro, ignora qué le sucederá cuando eso ocurra. Para aplacar la angustia que genera esta situación desarrolló religiones que transformaron su ignorancia en milagros. Pero hace apenas unos siglos, su manera de interpretar la realidad que había atravesado etapas de animismos, politeísmos y monoteísmos, comenzó a adquirir la forma de una ciencia moderna.

La manera científica de interpretar la realidad no recurre a fenómenos sobrenaturales, revelaciones, dogmas, ni al principio de autoridad que determina que algo es verdadero o no según quién lo diga (la Biblia, el Papa, el Rey, el padre). Considerada en estos términos, la ciencia moderna es una prodigiosa máquina de transformar milagros en explicaciones. Toma una porción del caos de lo ignorado (incluso los milagros), lo estudia y, si puede, lo transforma en el orden de lo conocido y lo incorpora al patrimonio cognitivo de la humanidad.

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