Esa amiga que abandonada de un amante rugbier,
afirmaba que la pena de amor es combustible
para escribir poemas, me hace preguntar cuándo yo
dedicaré una puta línea al vuelo de la mariposa,
la gota de rocío, la plenitud del rayo de sol,
la mancha de la mariquita, la risa de alguien
tal vez un niño, los enamorados de manos
entrelazadas, el vendaval de una pasión
que acabe en una casa de paredes encaladas
y jardines con flores y un jazmín;
en otras palabras, la hermosura de la vida,
que es un don y es placer, mal que pese.
Entonces escribir sería mucho más que defender
una soledad para comunicar un secreto
dolorido, visceral, arañar palabras
sonámbulas meditadas por los perros
de la ira, que sueñan con los ojos abiertos
y todas las noches de mis noches velan
por la vuelta de un estado feliz
o de inocencia, febriles aguardan
la presa en silencio, no se permiten el aullido
fuera del papel y alguna que otra vez vislumbran
entre las matas, la zorra que se les escapa,
gloriosa, altiva, se escabulle
y deja tras de sí una estela roja,
estrella de delirio fugaz, luminosa,
así es como los perros piensan y yo
acredito que la posición ideal, fetal,
o es satisfacción o es escritura.
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