TOM DOYLE: ¿Cómo te sentís respecto al accidente de la palmera, un año después?
KEITH RICHARDS: Ya no me trepo a los árboles. La experiencia, dentro de todo, fue muy interesante. Nunca me voy a olvidar del eco de mi voz en esa habitación de Nueva Zelanda. El médico que me estaba cuidando me dijo: “Bueno, creo que estás listo para viajar a Londres o a Manhattan para la operación”. Le dije: “No voy a ninguna parte, hijo de puta, me vas a operar vos”. Y cuando lo dije vi las palabras flotar a mi alrededor y pensé: “¿Lo dije de verdad?”. Vos me vas a abrir la cabeza, amigo.
¿Tenías miedo?
Es gracioso, pero no. Fue algo como: “Hacelo. Es algo que tiene que hacerse y confío en vos”. Aunque le avisé al anestesista: “Mirá que es muy difícil dormirme”.
Estuvo bastante cerca, ¿no?
Sí, estuvo cerca. Pero la había tenido más cerca antes. Vi volar balas raspando mi nariz. Cuando una bala está tan cerca, se la puede ver en cámara lenta. Había otro tipo jugando con un arma en una habitación. Después se la sacás y le das una cachetada. Siempre encontré muy enervantes los roces con la muerte.
¿Cómo anda tu salud ahora?
No me había preocupado por mi salud hasta que me caí de la palmera. Y después, por supuesto, tuvieron que revisarme de la cabeza a los pies. Los médicos tenían esa expresión alucinada en la cara, porque el corazón, el hígado, los riñones… todo está perfecto.
Bueno, Keith, dicen que sos indestructible
Jesús. A lo mejor soy único en mi especie. Pero al mismo tiempo estoy junto a tipos que tienen el mismo tamaño que yo, trabajan hasta pelarse el culo y nunca se resfrían. Mick, Charlie, Ronnie… no se resfrían ni para salvarse la vida.
¿Qué pasa con las drogas? ¿Paraste?
Lo único que tomo ahora es la mierda que me dieron por la operación del cerebro: Dilantin. Significa que ya no puedo tomar cocaína. Está bien. Hace un año y medio que no veo cocaína. Me gustaba tomarme un tirito después de las comidas. Pero ahora ya no lo puedo hacer, así que no lo hago. Sigo fumando como una chimenea, y consigo una marihuana muy buena. Me dicen que tengo que dejar de beber, pero no me pienso molestar. “Ustedes no me conocen, yo me conozco”. Por lo menos tres médicos me dijeron en algún momento que, si seguía con mi ritmo, iba a morir en seis meses. Yo fui a sus funerales.
Sufriste varias sobredosis hace unos años. ¿Alguna fue un llamado de atención?
Tuve una con estricnina. Una mierda que conseguí en Suiza. Te quedás rígido. Estás ahí, estás despierto, estás vivo. Pero todos te miran como si estuvieras muerto. Como uno no se puede mover, no puede decir “sigo acá”. Eso me dio miedo. Y hubo otras oportunidades. Pero tuve más llamadas de atención con las mujeres que con las drogas.
Tu mamá murió en abril. ¿Te hizo pensar sobre tu vejez?
No. Estuve sentado a los pies de su cama dos días, hasta que estiró la pata. Traje la guitarra y le toqué “Malagueña”. A esta altura le faltaba el aire. Ya estaba del otro lado. “Chau mamá, te veo mañana”. Al otro día se despierta y le dice a mi secretaria, que va a verla todas las mañanas: “¿Escuchaste tocar a Keith? Estaba un poco desafinado”. Ácida hasta el final.
¿De verdad te esnifaste a tu papá?
Sí. Pero lo de que lo mezclé con cocaína es mentira. Dije que lo había “peinado” como cocaína, no que lo tomé “con” cocaína. Abrí su caja de cenizas y dije “tengo que hacer algo con papá… plantar un roble”.
Cuando deslicé la tapa, un poco de papá cayó sobre la mesa del comedor. Pensé: “No puedo usar el escobillón y la pala para esto”. Así que lo acomodé. Entonces estendí que ingerir a los ancestros es una manera muy respetable de… bueno… nada.
¿Cómo te imaginás tu funeral?
Como algo muy pequeño. No quiero que me paseen por Whitehall con un carruaje. No quiero nada. Cuando me vaya, me fui. Los demás pueden decir qué hacer conmigo.
¿Cuál es la lección más importante que te enseñó la vida?
A seguir respirando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario