Aquellos dedos que alguna vez acariciaron su pelo, aquellas piernas tan decididas para elegir la dirección correcta, aquella espalda tan acostumbrada a los esfuerzos sin causa noble. Ella lo mira caído sobre el piso, corre las cortinas para que el sol al menos entibie su traje claro, se va. Las mentiras del tipo escurren por el agujero del balazo, como humo.
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