6.4.07

PLAYA QUEMADA POR ELSA DRUCAROFF / UN BLOW UP DE LOS NOVENTA

–“Nos peleamos con Carola justo al comienzo de la guerra en el Golfo. (…) Ella me dijo ‘no te quiero’, y un Patriot de USA interceptaba un misil francés. Lo vi por la ventana redonda de su aro. Lo interceptó en el medio del círculo, y la explosión desbordó los límites de la oreja y la cabeza de Caro”.

Por la oreja: guerra televisada en el aro de la mujer que se va; los límites entre intimidad y espacio público se desbordan; la soledad y el horror los junta, a modo de espectáculo.

En un mundo donde las personas “no hablan porque quieren relacionarse, apenas si se animan a intercambiar vergüenzas”, los personajes de Gustavo Nielsen sobreviven como pueden, dañando o siendo dañados, amando en soledad, intentando llevar con cierta coherencia, hasta las últimas consecuencias, el horror que este fin de siglo les depara.

En estos cuentos los muertos no están muertos: hay catalepsias, cadáveres contracturados que se mueven como resortes, cuerpos petrificados por la lava que, con lentitud infinita, continúan existiendo. Y una crueldad implacable dirige las relaciones entre los vivos.

Tampoco están muertos los muertos de la Argentina, por lo menos esos que la memoria colectiva quiere (y no puede) olvidar. Pero en 1976 Nielsen tenía catorce años, sus relatos no nombran nuestra historia reciente, no hablan especialmente de política, no ejercen eso que solía denominarse “realismo comprometido”. Son de otra época.

Por suerte, dirán otros, los que proclaman el fin de una escritura que tenga algo trascendente que decir y festejan la banalidad y los juegos farragosos con la teoría literaria. Sin embargo, los cuentos de Nielsen no hacen eso. No parodian ni exhiben ingenio como principal golpe de efecto.

Algunos relatos son débiles, con imágenes demasiado explicadas, más obvias que fuertes (un “alucinante caracol” metaforiza la profundidad y el misterio –en mirada masculina- del cuerpo femenino), y con acumulación de anécdotas en la exitosa línea de lo perverso-escatológico-necrofílico, que debilita el efecto de una buena idea original.

Pero aún en esos relatos vale la pena el trabajo cuidadoso con lo sensorial, una escritura hecha de jerga adolescente e imágenes con mucha potencia descriptiva. Hay poesía en todos los cuentos de Nielsen, y hay algunos (además del excelente “Playa quemada”) muy recordables.

El fantasma de Cortázar se asoma en varias páginas, se sienten los productivos hilos de sus “babas del diablo”. No obstante, su nombre no aparece y sí el de Borges, de presencia real menos perceptible.

En Playa quemada, imágenes estáticas como las fotografías están vivas, porque está viva la muerte. Es un Blow Up de los noventa, con las marcas del desastre extendidas, como atracción turística, sobre el paisaje de esta Tierra donde lo mediático liga todo y a todos, instalado en el centro de nuestra cotidianeidad; donde hasta los movimientos fetales pueden igualarse a los de un cadáver que no deja de atormentar la conciencia de los vivos.

Télam, 23 de agosto de 1994.-

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