Gracias a Haciendo Cine y al Malba, ayer pude ver Mondovino, el documental de Nossiter. Trata sobre la globalización de la industria del vino. En la película hay un catador multimillonario llamado Rolland que va diciendo, entre carcajada y carcajada, cómo tiene que ser el gusto del vino en todo el mundo. Homogeiniza y pasteuriza, para vender más, acabando con la diversidad. Es algo así como un crítico de cine importante al que sólo le gustaran las películas de Swarzeneger. Y trabaja para la Hollywood del tinto: una familia de empresarios americanos que se ha emperrado en comprar todas las cepas de la Tierra. Los vinos, desde que tipos como Rolland han tomado el comando del marketing y las ventas en sus revistas especializadas, no sólo son todos iguales: además, valen el triple. Eso sí, tienen mejores etiquetas.
Rolland es un personaje extraño, propio de estos tiempos. Es francés, pero parece norteamericano. Los únicos vinos que existen son los que él decide. Se pasa la película microxigenando cubas florentinas del año mil, sin ningún respeto. Muchas veces da las órdenes directamente por teléfono. Tiene una risa horrible, imbécil. Y le gusta más la guita que chupar; lo dicen sus amigos.
Me hizo acordar a Willi.
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