La cita era en un lugar incierto. No sé si la culpa fue de Osho, que anotó mal, o de Martín Brauer (el Rolangarrós del pimpón) que le dio mal la dirección, pero las calles eran Paraguay esquina Charcas, y como bien lo notó Oliverio (el Conejillo de Indias del pimpón), son paralelas. Además, llovía.
Osho se puso igual sus zapatillas de Floricienta con cordones fosforescentes, aunque sabía que se le iban a mojar. Fuimos vestidos de anaranjado, por tratarse de una contienda deportiva, salvo Claudio María Domínguez que otra vez se equivocó y se vino de celeste. Pero esta vez se lo perdonamos porque tuvo que quedarse sin dormir para ir a buscar en su Fitito a Sai Baba, que llegaba a Ezeiza a las cinco y media de la mañana. Así que se fueron a jugar al Bowling a Paloko, con Osho; después se comieron un asado con papas fritas a la provenzal en el 22 y terminaron bailando en Terremoto. A Osho le encantan las cumbias y las paraguayas, le parecen re-in. Y le estaba haciendo el aguante a Claudio, aunque al final no fue a EZE, porque si no Sai, que es gordote, no iba a entrar con las valijas en el Fito. Sai vino ESPECIALMENTE al evento, y porque quería conocer a Paúlo (lee todos sus libros y sus reportajes, dice que con Khalil Gibrán son sus autores favoritos).
Como Paraguay y Charcas no se cruzaron, decidimos encontrarnos en el bar Plaza Froid. Y pasó lo de siempre, nos quedamos una hora esperando, con Víctor, Paúlo, Sai, Osho, Claudio y yo, más el contrincante Brauer (que en su imagen externa es una versión resfriada de Sergio Bizzio pero con el humor de un tigre devorándose una quinceañera), y Oliverio Coelho no llegaba. Paúlo lo quería conocer más que nadie, inclusive lo llamó el Hermano Coelho. Mientras esperaba firmó los sesenta y tres libros de su autoría que Sai traía en su mochila, más una centena de reportajes a los que solamente se los selló (Paúlo tiene un sello con la huella dactilar de su dígito pulgar derecho para cuando se cansa de firmar).
Martín quiso que yo le dedicara algo, pero en su bolso solamente traía el video “Link”, que parece que es la biografía no autorizada de Daniel Link actuada por un chimpancé, un manual de pimpón en alemán y un ejemplar de “Respiración artificial” que terminé dedicándole como si se tratara de PlaYa quemada. Osho, mientras tanto, se tomó seis cafés con leche y se comió la docena de alfajores Havanna que Sai nos había traído de regalo al Taller. El caso es que Oliverio se equivocó de bar, y en un rapto místico le preguntó al mozo si ese adonde estaba era Plaza Froid. El mozo le indicó que por el momento no había ninguno, pero había habido uno allí enfrente, en épocas. Por lo que Oli (que da el tipo de un Rodolfo Valentino a los veinte) se dio cuenta de que tenía el nombre cambiado y cruzó la plaza.
De ahí salimos para el chino, que es un pimpón de una sola mesa bastante hecha mierda y queda al fondo de un local de billargoles atendido por una china con nenito. Sobre una de las paredes hay una Fragata Sarmiento de un metro de eslora hecha en terciado y cartulina que es una divinura. La hora salía cinco pesito, tomamos dos. No pasó igual con las botellas de cerveza, que tomamos más. Sai se hizo cargo de llevar y traer. El único que comió maníes fue Paúlo, su celebrado. Osho se sacó las Floricientas y las puso a secar sobre un metegol. “Se extraña el Buky” dijo, refiriéndose a la ausencia de Bukay (que cortó con Paúlo y ahora le da cosa salir con nosotros), y movió los dedos humeantes de los pies. El humo es por el olor, tiene los pies muy peludos y le crece el hongo que con la transpiración se vuelve quesito.
Los partidos fueron maso, la primera hora en parejas. Oli había dicho que era un experto, Martín que era un capo (además, traía el Manualpanzer), y Claudio que estaba muy emocionado por jugar con nosotros. Pero son tres maderas. Martín parecía con la paleta agujereada, Claudio estaba medio en pedo de tanta cerveza sin maní, y Oli mejor que se dedique a la escritura. La última hora hicimos singles, y en mitad de un quince a cuatro en el que iba ganando un servidor, Oliverio Coelho, en una decisión muy festejada por su hermano Paúlo, pidió pasar al frente, sin ningún tipo de dignidad. O sea: que cambiáramos el tanteador y él que iba cuatro, pasara a ir quince.
Igual terminé ganando 21 a 19, y Oli ni se mosqueó. “Esta juventú no tiene honor”, dijo Sai, y Oli explicó que el problema real de él era que no daba con el título de su nueva novela. Entonces llegó Monseñor Arancibia con otro proyecto de Biblia en el libro santo de Carlos Percivalle, “Las personas felices son mejores”. Me lo pasó y vi que estaba todo marcado con resaltador rosa fosforescente como los cordones de Osho, y tenía una dedicatoria hermosa, que hizo llorar a Víctor. “Para Monseñor, el que emana amor”. Carlos había dibujado unos corazoncitos Dórins por alrededor de su firma. Arancibia se puso colorado. Dijo “QUÉ HACER ya no va más”, como única explicación. “Don Marcos no está viniendo a las reuniones”, agregó Claudio, en apoyo a Monseñor. “Tiene mucho trabajo con el país y La Nación”.
Después pasamos a atender el problema de Oli; sacamos la red y lo acostamos en la mesa. Lo rodeamos con las paletas, la pelotita, las botellas de cerveza vacías, dos encendedores y alguna vela que aportó la china del chinito. Oramos tomados de las manos. Oli entró en trance, tembló, levitó y dijo: “La torre constante”. Cuando cayó, corrigió: “La faz constante”. Agradecido por el servicio, decidió pagar las cervezas, aunque después tuvimos que hacer una vaca porque no le alcanzó.
¨Llega, ahí llega¨, dijo Osho, y todos lo interpretamos como una iluminación divina, pero era un pedo de papas fritas a la provenzal que andaba retortijándole los intestinos desde las cuatro y media de la madrugada. Hubo que desalojar. Todos, hasta la china con el chinito; lo dejamos solo, como en un cuadro del buen Hopper. Pudimos verlo desde afuera. Parado debajo de una lámpara de 40 watts, al lado de la Fragata de cartulina y con los cordones desatados. Fosforescentes, mojaditos, desperezados contra el suelo del local.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario