22.9.05

LA NOTA DE LA BIENAL ANTERIOR

La IX Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires abrió el siglo mundial de las bienales. Aunque la anterior ocurrió hace tres años -no dos- y fue la séptima Bienal que se hizo, según su autor en aquel momento. Por la crisis, tal vez, Glusberg decidió olvidarse del número ocho, el menos cabulero de los números. Este movedizo hombre de pelo blanco, mezcla de Papá Noel con Bin Laden, volvió a concretar la maravilla: una reunión con los mejores arquitectos del mundo discutiendo sobre la ciudad contemporánea.
Acaba de pasarnos acá, en Buenos Aires. Fue un milagro.
Que se repita, Glusberg, cuando usted quiera y con el número que quiera ponerle.

BIENVENIDO BIN
Jean Baudrillard abre la primera noche de conferencias magistrales con un discurso de extraordinaria lucidez acerca de la caída de las Twin Towers. El texto completo fue publicado el domingo pasado por Radar.
Para los que se lo perdieron, el discurso empieza con la metáfora de un edificio deshecho, ante un auditorio de diseñadores y constructores de edificios. Baudrillard, parado sobre la pila de los escombros, describe la ausencia de esos dos volúmenes prismáticos sin ninguna añoranza, y con una descarnada opinión sobre el vacío que esos edificios dejan en el espacio de Nueva York y en la memoria del mundo. Baudrillard afirma que cualquier torre es altura, pero también es el detenerse de la altura, la imposibilidad de continuar más allá. Y la posibilidad emergente de regresar esa altura a cero en cualquier momento, por el capricho suicida de unos pocos.
Los maestros de arquitectura cruzan los dedos.
Acostumbrados como estamos a verlos competir, en las Bienales, sobre quién hizo el edificio más alto, en esta oportunidad da ternura observarlos desviando la vista del cielo. Pelli, el autor de las torres Petronas de Malasia, consideradas las más altas de la Tierra, decide ratearse por primera vez. Solsona o Alvarez, fanáticos del tema, nos pasean por momentos no tan empinados de su obra. Wolf Prix ya no desea, como en la Bienal anterior, terminar la Torre de Babel del grabado de Brueghel. Lo dice con una media sonrisa en la cara, despacito, como en secreto. Por las dudas.

CLORINDO
Cuando hicieron la excavación para los cimientos de la Biblioteca Nacional, encontraron un esqueleto de gliptodonte. El esqueleto es parecido a la obra ganadora del concurso, y la Biblioteca, finalmente, es casi un gliptodonte de pie. Resucitado.
Hay un cuadro en el que se ve pasto, agua, un barco en planta y una cruz localizando un pequeño sector. Allí yace Juan de Garay con el cráneo destrozado a garrotazos. La historia dice que hacía mucho calor y Garay decidió dormir en tierra, a la intemperie, y se bajó con un puñado de soldados. A plena noche, los indios lo descubrieron y lo mataron. Sus compañeros españoles, después, vengaron esa muerte llevándose cuatro cabezas emplumadas. En el cuadro, sin embargo, se nota que son los mismos españoles, cansados de Garay, los que lo bajan del barco para matarlo a garrotazos. Los cuatro indios estaban mirando, por lo tanto fueron testigos del asunto.
Y no solo eso. Lo mismo pasó con Solís: el asado se lo comieron los españoles. Aunque haya una placa en Colonia, Uruguay, que diga lo contrario. No hay que creerle a la historia oficial. Al lado de la placa puede haber un restorán.
El disertador es Clorindo Testa, un genio argentino de exportación. El orador más desprejuiciadamente divertido de la Bienal.

HARVARD
Machado fue decano de Harvard, y ahora lo es su socio Silvetti.
Ambos tienen fe en la ortogonalidad y en la buena construcción a la antigua. Sus diseños son extremadamente serios. Sus plantas son serenas. Se jacta de no hacer edificios puntudos.
Asegura que la utilización actual del dibujo arquitectónico se ha vuelto política. Cuando en su estudio tienen que convencer a los vecinos de un barrio, muestran croquis hechos en birome, a mano levantada, llenos de árboles. Cuando se trata de convencer a un banquero, los dibujos son de computadora. En un momento dado muestra unos hermosos croquis rojos, pintados al pastel. Los llama románticos, como si los despreciara, pero deja la diapositiva más tiempo que las otras.
- ¿Para quién son esos dibujos, arquitecto? - pregunta alguien del público.
La baja luz de la sala no deja ver si Machado se sonroja al contestar:
- No sé.

CONCIERTO
En el lobby hay un señor alto, de traje, de unos cincuenta años y larga cabellera despeinada. Podría ser un arquitecto alemán vecino de Hans Hollein. Conversa con una señorita que parece hija de Muhammad Al Naaqadí, el arquitecto de Arabia Saudita. Pero no: son el violinista y la chelista de la orquesta de cámara de la Universidad Nacional de Lanús. Lo descubrimos durante el ensayo, que se parece mucho al ruido del lobby, pero ejecutado en cuerdas y vientos.
"La arquitectura es música congelada", dice el director, antes de comenzar el concierto. Tocan el "Andante Lírico" de Max Reguer -tristísimo-, dos danzas de las "Impresiones de la Puna" del gran Alberto Ginastera y la Sinfonía Número 5 de Schubert, autor de la frase sobre la arquitectura.

CYBER MUESTRA
Los curadores convocan a treinta y tres estudios de aquitectura argentinos. Dicen: "los papeles no van más; ahora, para mostrar, hay pantallas". Los treinta y tres estudios aceptan el reto. La muestra se titula "De la cyber cultura a la representación de la arquitectura".
El lugar es el Museo de Bellas Artes. La música parece de Eno. Todo se mueve. Hay fotos y planos proyectados sobre alfombras, paredes, vidrios esmerilados. Hay objetos que giran. Hay parlantes, cats, televisores, dvds, diapositivas, cds, pantallas líquidas, pantallas de cuarzo, mouses, videocaseteras, computadoras, lasers… luz y sonido.
Cada estudio es una instalación. Las imágenes pasan rostros, dibujos, obras. Los loops se multiplican especularmente, como en calidoscopios. Se escucha la palabra fragmento. Un corte se difumina sobre una fachada. Alguien habla. Sobre una pantalla se lee el aviso de Microsoft: "Power Point detectó un error que no se puede resolver". Sin embargo, todo está enchufado.

PROMENADE
En "Cuadros de una exposición", Moussorgsky describe musicalmente la muestra póstuma de su amigo arquitecto. Observa los croquis con nostalgia.
Ravel, años después, delineará los paseos entre los cuadros, lo que él llamará la promenade.
Hasta hace una Bienal había que caminar de un panel a otro, como en la obra de Moussorgsky - Ravel. El tiempo y la selección eran propuestos por el espectador. Ya no. En la cyber muestra no hay un paseo entre propuestas, sino un llegar inmediato a un punto para permitir que las propuestas nos invadan.
Los arquitectos, y he aquí el ingenio de los treinta y tres, se la rebuscan para que ese punto no sea un mirador panorámico, un mero sillón desde el que hacer zapping. Invitan a descubrir el truco de magia: desde donde sale la luz, adónde se refleja, qué es real y qué no. El juguete funciona, aunque el asunto se haya fashionizado.
Para comprender las obras estarán Internet y las publicaciones. Cada uno de estos pequeños treinta y tres stands funciona como una tarjeta de entrada, como un spot publicitario, como un esfuerzo de comunicación y portal de acceso a los diseños que otro día, con más paciencia, quizás estudiemos en las páginas de los libros.

COOK
Peter Cook muestra una obra que se llama Kunsthausgraz. Es la ampliación de una escuela de arte, y en los renders se la ve como un gran globo azul soplado desde las puertas del edificio viejo. Para Peter Cook, ampliar es inflar.

RODIN
Un silencio absoluto en un espacio blanco es el marco para las estatuillas provenientes del Museo Rodin de Viena. Manos rozándose, espaldas femeninas, pies. El erotismo más exquisito sobre la hermosa superficie del mármol. Rodin y sus amigos. Algo que no era arquitectura, pero que ningún arquitecto se perdió de ver.

LIBROS
Durante la Bienal no se regalan libros, pero sí salen libros.
El stand de CP67 es el epicentro de las presentaciones. Se destacan el libro de Bonet de editorial Actar; uno de Rem Koolhas al estilo moderno de S,M,L,XL que se llama MUTACIONES (y haría las delicias de Bart Simpson); el libro de Piñón sobre la obra de Mario Roberto Alvarez; un libro muy interesante editado por la Facultad de Arquitectura titulado "480 estudios del espacio", del Taller de Maquetas de Jaime Grimberg y, finalmente, "Stands", del estudio Artek, que festeja sus diez años de existencia ininterrumpida en el mercado con la aparición de esta excelente publicación de la editorial Klizkowsky Publisher.

KRIER
León Krier, un urbanista francés que todos leíamos en los ochenta, es feliz porque en la película "The Truman Show" sale una casa suya, para un barrio en el que colaboró como urbanista. Es un espacio digno de habitar por Playmobils.
Años atrás, otra Bienal nos mostró al arquitecto Ricardo Bofill muy enojado por el mismo motivo: Terry Gilliam había osado mostrar sus edificios en la película "Brazil", como condena a la arquitectura del futuro.

MAGISTER
Los Magister en informática gráfica del Foro de Arquitectura Digital resultan de lo más aburrido. Vienen de la UB. Son doctores y doctoras, pero tienen aspecto de vendedores de Biblias. Saben de tamaños de archivos y siglas informáticas y no nos escatiman ningún dato. Repito: NINGÚN DATO. Su palabra preferida es algoritmo. Llenan pantallas con flechitas. Los títulos de sus charlas siempre, ineludiblemente, llevan más de siete palabras. Por ejemplo: "Claves para los sistemas de representación multidisciplinar de infografías cartográficas".
A las inversiones le dicen términos inversivos.

OMBLIGO
Desde la ventana del departamento de Clorindo Testa se ve un cartel en el que hay una señorita mirándose el ombligo. Él estudia la diapositiva y dice: "esta chica es como muchos arquitectos jóvenes, que se miran todo el tiempo el ombligo".
El viernes abre el ciclo de conferencias un joven arquitecto argentino y su esposa alemana, con quien comparte estudio en Munich. Testa se sienta en la segunda fila. Más atrás están Gómez Luengo, Goransky, Grinberg, Minond, Buono, Acquarone; nosotros. Todo el público es arquitecto. El joven disertador es curador de la muestra de los alemanes y alumno de Cook en UK. Ha puesto una cámara de video apuntando a unas hojas en blanco.
"Vamos a hacer un juego", dice, "en el que yo seré el arquitecto y ustedes los usuarios". Y agrega: "Pídanme lo que quieran". Silencio absoluto. El lápiz le empieza a temblar en la mano cuando su propia esposa le pide que diseñe una cabina telefónica. Entre los presentes se empiezan a despertar sonrisas. ¿Puede que sea tan soberbio como para ubicarse por encima de todos, de Testa? Clorindo lo oye con respeto; lo ve dibujar mal, torpemente sobre el papel, mientras otros se van de la charla. ¿Puede ser tan hueco como para creer que el diseño es una payada? Su mujer le pregunta "¿por qué no hacerlo de fiberglass?", y él contesta, con entusiasmo matrimonial: "excelente idea, querida". No muestran sus ombligos, son ombligos. Sobre todo él: un ombligo de un metro setenta de estatura, vestido de saco y corbata, con nada para decir ni nada que mostrar.
Además, da la clase en inglés.

TÉRMINOS
Odile Decq es la arquitecta mimada de Francia. Tiene el look de la chica de Siouxie and the Banshees. Es joven y brillante, casi un Michael Holleubecq del mundo del diseño. Diseña todo: desde los espacios hasta los muebles y la música para habitar esos espacios y disfrutar de esos muebles. Las maquetas que realiza son mitad espaciales, mitad conceptuales. La quieren en la academia y en los concursos.
Sin embargo, no gana muchos concursos. Odile le echa la culpa a la palabra "demasiado". Siempre dice que todo lo que hace es demasiado algo. Demasiado delgado, demasiado virtual, demasiado caro, etc. Siente el rechazo por el exceso. Su obra -imaginada o construida- es una saludable avant garde.
Para Cinthia Weiss, una cincuentona decana de la Universidad de Arquitectura de Saint Louis, la palabra de batalla es vibrante. Encontró a Buenos Aires más vibrante que París. Su Facultad es vibrante. Ella misma vibra cuando habla. Pero no cuando construye. Muestra una torre suya que parece un mangrullo, y además la compara con un edificio de Sullivan, el arquitecto americano patrón de Frank Lloyd Wright. Tal vez sea una arquitecta demasiado vibrante para estar en la Bienal.

ARTE Y ARQUITECTURA
El gran premio latinoamericano se lo dan a un arquitecto brasilero que le dicen "Lelé". Lo recibe un colega suyo, crítico de un diario de Brasil, porque Lelé no está. Cuando el diploma le llega a las manos, el crítico pide el micrófono y expresa: "la diferencia entre arquitectura y arte reside en que la arquitectura está para simplificarnos la vida, y el arte para complicarla". Glusberg le replica que no es así, larga una corta carcajada y afirma que arte y arquitectura son, esencialmente, la misma cosa.
Pero no explica si están para complicarnos la vida o para salvarnos.

SKIN HOUSE
Marcelo Joulia debe andar por los cuarenta años, es argentino y tiene un estudio en París. Presenta un vídeo de una casa del futuro, porque entiende que la tecnología ha evolucionado y las casas no, o casi nada.
"La utopía es una burbuja, y el trabajo del arquitecto es tener una visión más allá de la realidad. Hoy vivimos un exceso de realidad. La crisis actual puede ayudarnos a pensar, porque no hay como una crisis para sentarse a diseñar el nuevo espacio."
La casa es una piel de un volumen híbrido sin cantos rectos ni aristas, modelado para ubicar en cualquier sitio. Una piel es algo que crece y que decrece con las necesidades del individuo o la familia; con el tiempo. La piel no sólo es lo más superficial en el hombre; también es lo más profundo, porque está conectada con nervios que la hacen profunda.
SKIN HOUSE absorbe el calor, rechaza la publicidad, protege de las radiaciones o la lluvia, proyecta paisajes y noticieros. "El único límite de las casas es la propia cabeza del que las habita", dice Marcelo.

MEDERICO FAIVRE
Faivre muestra el Monasterio de Santa Mónica, su obra más reciente. Es un claustro de monjes Agustinos, con la Iglesia en una de las esquinas. Dice: "Si la arquitectura se dedica solamente a establecer rupturas, contribuye al desequilibrio cínico". Su monasterio es hermoso y equilibrado.
Después muestra la terraza de su departamento en el último piso de un edificio de altura de Buenos Aires. La terraza está cubierta de una vegetación abundante y alta, un matorral espeso. Parece un espacio desequilibrado y cínico, absurdo para la ciudad. En medio de la selva hay una reposera blanca. Faivre dice: "Si Dios quiere, cuando termine esta Bienal me iré a sentar a ese lugar".

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