Hoy tomé el Ascensor Santo para bajar a comprar unos chorizos y volvió a darse el Milagro. En lugar de bajar, la cabina subió. Paró en el piso 15, último del edificio de Carranza donde se encuentra la redacción de Milanesa. Las puertas se abrieron como en cualquier película de terror japonés. El pasillo estaba oscuro. Me asomé. Del lado izquierdo no había nada; hacia el lado derecho, al fondo, vi una luz. En segundos, la luz se transformó en un cuerpo flotante.
No, esta vez no era la Virgen de la Rosa Mosqueta. Era el mismísimo Marcos Aguinis todo vestido de celeste (como Paskowsky o Birmajer en el Acto del día del Escritor), levitando a unos cincuenta centímetros del piso, con los pies cruzados en el aire y las manos en alto. Una vela humana, seria, celeste, suspendida en el medio del pasillo. La llama salía del peluquín. Sus ojos emanaban amor. Abrió la boca para decir:
- Nilsen: tu blog SANA.
En un ataque místico me miré las manos: fosforecían.
Monseñor Arancibia sigue apoyando todo.
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