17.6.05

HACER LA CARNE

"La carne humana se contrae", dice Saer en uno de sus cuentos. ¡Un aplauso para el asador! Todavía es el tiempo en el que Saer comía carne de vaca. Va a comer ternerita en el asado de Algo se aproxima y va a comer cordero en el almuerzo decostruído de El limonero real. Va a observar gotas de sangre como gemas, esquirlas de carne en cada golpe dado para ablandar un trozo, va a escuchar el ruido de la masticación en los indios que vio el entenado. Entonces, se va a comer al primer español. Y le va a gustar. ¿Qué significa comerse un ser humano? Saer se comió a todos los que en Europa esperaban que él hiciera realismo mágico y no realismo realista. ¿Qué humano come carne humana? El caníbal por elección o por desesperación, el que mata al débil porque no tiene otra cosa para comer. Después de matarlo lo tiene que serruchar, arrancarle la cabeza, las tripas, faenarlo. Como a una vaca. Lo tiene que asar. Tendrá culpa o no. No sabemos qué clase de caníbal es nuestro escritor. Asar a Saer. Nunca se va a dejar: él hace el asado. 

DEGOLLAR 
"Tantea, agarra las orejas tirando hacia atrás la cabeza del cordero y clava el cuchillo que rasga la lana y entra en la carne, hundiéndose, abriendo en la garganta un hueco que lo ciñe, que se vuelve a cerrar, un hueco en el que no hay más lugar que para el cuchillo." (E.L.R.) La cuchillada salva a Wenceslao de la prisión, porque se trata de un cordero. Mersault irá a la cárcel por el asesinato de un extranjero. Wenceslao no será condenado: el asesinato de un cordero es permitido por la sociedad, como las muertes violentas de los indios que se realizan en la plenitud de una orgia, en el derecho propio del desenfreno. 

ENCENDER 
El asado es la fiesta del fuego en el que se producen conversiones. Las carnes se convierten en comida, se saborizan y tiernifican. En El limonero real las mujeres están picando algo y Wenceslao descubre, por primera vez, cómo están vestidas. Hasta ese momento eran fantasmas; nadie pediría verlas. No provocan sexualidad alguna hasta que el fuego las descubre; hasta el momento en el que esos hombres toscos prenden, y esas llamas detonan una descripción de las formas debajo de los vestidos. Se sabrá que Antonia tiene una blusa de un color y una pollera de otro; la pollera está arrugada. Se habla de las tetas de la negra; se habla acerca de cómo se lava las piernas la Teresa primero y la Teresita después, bajo el chorro de la bomba: Teresita se lava los pies y se los seca, se levanta la pollera, se lava los sobacos, le corre el agua por el cuello. Por mucho menos, en Algo se aproxima van a empezar a bailar, a tocarse. El fuego los ha calentado. 

CONDIMENTAR 
El trabajo del asador es totalmente masculino y lo hace diferente a los otros trabajos. Las mujeres ponen la mesa, hacen las ensaladas, lavan los platos. La ensalada tiene tres tiempos: el de cortar las verduras; el de servirlas en un bol y el de condimentar, a lo último. La ensalada tiene un fin que lo da el condimento, en la carne el adobado es solo el principio. Las mujeres trabajan en la cocina, mientras los hombres conversan al pie de la parrilla. No se mezclan ensaladas y degüelle de corderos, vinagres y sangres. Tampoco aceite y fuego, es peligroso. Mejor separar. Lo femenino acá y lo masculino allá, disimulado con las charlas de antes de empezar a comer, preparando sus cuerpos para la siesta que está ahí, siempre ahí. Que va a salirles transpirada, después de comer, porque transpirar es una forma de salarse. Es carne y ellos van a hacerla. 

ASAR 
El que asa se mantiene aparte, concentrado. Es un ser diferente, totalmente reposado. Come de parado o come otra cosa, mientras los demás indios meten el diente a la caja torácica del capitán del barco para separar una costilla. Es el que toma agua y no se emborracha, el que no participa de la orgía. Porque necesita la lucidez para contar. ¿Quién dijo que para escribir hay que estar drogado? ¿Poe? Saer es un asador silencioso. Nadie lo advierte. Todos sabemos que Castillo es Espósito. Con Saramago sucede lo mismo: él es el José de Todos los nombres. Está ahí. Saer se mueve lejos, pegado a la parrilla. Y cuando todos estén por el piso, Saer estará entero. Como sus asadores, "con la discreción tranquila y sus cuerpos limpios y duros, mostraban que todavía había en esos indios una fuerza capaz de mantenerlos, compactos y nítidos en el día continuo, al abrigo de lo indistinto"(EE). El asador es el hacedor, no tiene tiempo de sentarse a la mesa con los otros, tiene que traer y llevar, separar, abrir el vino, seguir adobando. Esperar. 

REPARTIR 
El asador no es egoísta: reparte. El asador es narcisista: está ahí para que lo feliciten. Tal vez Saer no se pone adentro de sus libros porque está muy ocupado en hacer la carne para sus comensales, para servirnos. No quiere distraerse y hace bien. No hay que sacarle el ojo al fuego. 

HABLAR 
¿De qué se habla en los asados de Saer? "El único justo es el saber que reconoce que sabemos únicamente lo que condesciende a mostrarse, porque saber no basta" (G). Mostrar todo lo que se ve, lo que condesciende a mostrarse, eso es lo que pasa en sus asados. Lo que se charla no tiene nada que ver con lo que se está comiendo. Esto no les pasa a los vegetarianos, por ejemplo, que siempre están hablando de lo que están comiendo. Los indios, que no hablan mucho, agarran su presa y se escapan a morderla en soledad. "Como si el origen de esa carne que se disputaban junto a la parrilla los sumiera en la vergüenza, en el resquemor y en el miedo "(EE). Los indios se esconden para devorar. Puede que lo hagan por miedo a ser despojados por la manada, o por vergüenza. Quizás sea por eso que en un asado de vaca se hable de otras cosas, porque nos da vergüenza devorar carne de otro mamífero, de alguien que tuvo ombligo. 

CORTAR Y MASTICAR 
En Glosa, el movimiento permanente que en otros asados se refiere estrictamente al comer, lo usan para sortear autos, bajar cordones, caminar durante quince cuadras devorando a sus amigos en un acto magro de canibalismo oral, cuando Leto y el Matemático cuentan el asado al que no asistieron. Así se despachan a Tomatis, que luego se sumará al chismerío; a Barco, a los Cohen -él, sicólogo, gana menos que su mujer-; al Gato Garay. Tal vez suceda esto porque es un asado de pescado, que es siempre más fácil de cortar y masticar. Cuando uno come pescado mastica con menos energía y la mandíbula hace menos ruido. El pescado de El limonero real van a comérselo en el aperitivo, y lo prepararán las mujeres. Saer tiene un discurso de tenedores y cuchillos que parte en bocados las pequeñas cosas y hace surgir de cualquier bolo una idea enorme, conectada con el universo. El sonido de la masticación tiene tanta fuerza que el entenado, mirando al indio devorar el brazo de un español, supone que "parecía más él la víctima que su pedazo de carne" (EE). No distingue si el indio se come ese pedazo o el pedazo se lo come a él. Masticar, para Saer, es ser. 

TRAGAR 
Además de escuchar el constante ruido de los dientes, lo que pienso al leer estas descripciones de muchas, muchísimas páginas contando acciones es: ¿Para qué sirven? ¿Por qué este exceso de palabras por tragar? ¿Van realmente dirigidas a que nos demos cuenta de que a Amalia le pasa algo con Rosita porque le toma la mano por debajo de la mesa? ¿Estamos intrigados, de verdad, por saber qué dijo el vendedor que trajo los pescados? En Glosa, durante las primeras siete cuadras las anécdotas son entrañas sin gusto, incomibles. Aunque en las siete siguientes ocupan el lugar de la intriga en un policial: uno tiene que saber qué está sucediendo. En las siete últimas páginas lo que se contaba ha desaparecido. Los enigmas volvieron a no tener sentido alguno, son pavadas tanto para los personajes, como para el lector o para Saer. Los personajes apenas tendrán algún recuerdo futuro de esa caminata. Pero lo cierto es que caminaron. Paso tras paso, más paso, más paso. Las acciones más insignificantes se repiten, se expanden, se agrandan como esponjas para contarnos tal vez nada, un nada humano, existencial. Saer es un existencialista sin necesidad de matar un árabe. Solamente cruza una calle, prevé una mancha en un pantalón blanco recién comprado, demasiado europeo para el caminar del Matemático. La mancha conmoverá a todo el universo y en Saer será una teoría sobre la gente que se deja manchar el pantalón y permite que un roce o un chorro de vino o una gota de grasa arruinen su permanencia en el planeta. "Darían todo a la humanidad, salvo su pantalón", piensa Leto. "Se comportan como corderos, siempre y cuando no esté en peligro su pantalón. Desconfiar de ellos, aun cuando lo hayan dado todo y pretendan no haberse guardado más que el pantalón". (G) 

CAGAR 
Repetir una acción, para un escritor, es repetir una palabra. Al repetir una palabra le perdemos el sentido; en la repetición de acciones está la pérdida de todos los sentidos. Como en los íconos de Warhol, donde ya Marilyn no es Monroe, sino una sopita Campbell apilada en el estante de un supermercado. Como cualquier acción nimia en Saer, como cualquier accin fundamental en Saer. Comer un asado, cogerse una mujer, cagar como nunca, como si fuera la última vez, aunque no sea la última sino solamente la siguiente en la fila. Todo está remarcado, los haceres se subrayan entre sí, se juntan datos, referencias sin sentido, o solamente con el sentido de la colección. En una burocrática pila de expedientes muertos. Una palabra multiplicada en párrafos sin puntos apartes que siguen durante páginas no se hace mayor: se disgrega, se consume, desaparece. La repetición es el jugo gástrico del texto que disuelve la palabra. La deja convertida en los excrementos del asado que nos cominos antes.

COGER 
Después de saciarse, la desnudez de los indios, hasta entonces inadvertida, se hará evidente. A las mujeres se les hincharán los pechos por la borrachera; los hombres entrarán en erección. Los pocos pelos de esos nativos se erizarán acompañando los primeros movimientos ventrales, pélvicos, del comienzo de la lascivia. Uno de los secretos que tratan de develar en el asado al que no fueron Leto y el Matemático es si Chichita se cogió o no un tipo, ella que se decía tan virgen y se tira al primero que la toca, en una sobremesa pasada de vino. Si estaban realmente cogiendo o solamente franeleaban contra el árbol de las mandarinas. La mandarina congelada no tiene gusto, nos dice Saer, aunque la saques del árbol, aunque el congelamiento no esté dado por un freezer sino por la helada del alba. A la mandarina, para que se haga licor, hay que calentarla de a poquito, hay que ponerla en la parrilla, bajarle el fuego, sobarla. Pelarla despacio porque quema; desnudarle la piel y meter el diente en lo de adentro, para que largue el jugo. Entonces el jugo será licor. Entonces la mandarina exprimirá sus lubricidades dulces.

MORIR 
El final es el momento en que los comensales dejan el cuchillo y el tenedor en cruz declarando la muerte del asado, sobre esos huesos pelados, que se han salvado aún de la desintegración de los perros y que son blancos como tumbas de cementerio de provincia. 

DESAPARECER 
Yo tenía un libro del hamster donde decía que esos animales eran capaces de hacer canibalismo con su pareja, sus propias crías, autocanibalismo y "cosas aún peores". Siempre pensé en llamar por teléfono al autor de ese libro para preguntarle qué cosas conoce aún peores que el autocanibalismo. Espero que Saer tenga aún mucha carne literaria para almorzar antes de que empiece a devorarse a sí mismo. Y si eso tiene que suceder que empiece por sus pies, que se coma sus piernas, sus pulmones, su corazón, su pija, la panza. Y se quede hasta el final con el cerebro, un pedazo de esa tripa con la que escribe y la mano hábil. Para que haga, aunque sea, un asado más. ¡Un aplauso para Saer! 


 SÁBADO 11 DE JUNIO DE 2005 Escribí esto en 1997, para un congreso de no sé qué. Creo que Saer jamás lo leyó. Mis únicos dos ídolos literarios de acá murieron en Francia. Con la muerte de Cortázar lloré. Era bastante chico; fueron las últimas vacaciones que pasé con mi familia, en San Martín de los Andes. La muerte de Saer me agarró hablando de él en un lugar de la Provincia de Buenos Aires, diciéndole a un desconocido cómo admiro los libros de este hombre. Adiós y gracias. Gustavo Nielsen. Bibliografía: La Mayor (LM) Glosa (G) El limonero real (ELR) El Entenado (EE)

3 comentarios:

  1. Gracias Nielsen. Te invito a un asado.

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  2. Muy muy bueno. Me tocó corregir una novela cuyo autor (no eras vos, Nielsen) me dijo: "Me comería el cerebro de Saer en pedacitos hasta entender cómo hace para escribir así".

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  3. Anónimo4:16 p.m.

    ¡Qué lindo que comentes por acá, Flor! Besotes.

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