“Cada una de las veces que lo he visto, Lugones desviaba la conversación de su cauce natural; me decía, con su tonada cordobesa: “Mi amigo y maestro Rubén Darío”. Lo hacía deliberadamente y, tratándose de un hombre tan orgulloso, el hecho de que admitiera que había tenido un maestro es significativo. Lo decía también con nostalgia: Darío había muerto.
Darío era una persona querida por todos. Yo he conversado
con mucha gente en Buenos Aires -el padre de Bioy Casares, por ejemplo- que
vieron a Darío una vez o dos y conservan un recuerdo muy grato. Lugones
sentiría que él era una persona respetada, admirada, pero no querida. Desde
luego es mucho más importante ser querido que ser respetado, porque ser
respetado es algo frío y ser admirado es algo glacial, en cambio ser querido es
algo humano, que todo el mundo desea. Sin duda sentía esa incapacidad de ser
querido y sentía que Rubén Darío era querido por todos, aun por aquellos que no
estaban de acuerdo con sus teorías estéticas.
Tenemos pues a un grupo de jóvenes en Buenos Aires, un grupo
en México, un grupo en Chile, en todas partes de nuestra América, todos ellos leyendo
a Rubén Darío y asombrados al descubrir que el español era capaz de una música
nueva, de una entonación nueva. Creo que lo más importante que puede hacer un
poeta es hacer que su idioma suene de un modo distinto. Por ejemplo, cuando Stevenson
escribe:
Under the wide and starry sky,
Dig the grave and let me lie.
Glad did I live and gladly die,
And I laid me down with a will
está haciendo algo que no había sido hecho por el inglés. O cuando Swinburne escribe, también está trayendo una música al inglés. Chaucer trajo una música que no existía antes. Y Rubén Darío hizo eso, en versos que pueden no gustarnos:
Boga y boga en el lago sonoro
Donde el
sueño a los tristes espera,
Donde aguarda
una góndola de oro
A la novia
de Luis de Baviera.
Podemos decir que no nos interesan las góndolas, que no nos
interesan los cisnes, que no nos interesa la novia de Luis de Baviera, si es
que existió, pero esos versos tienen una entonación que no se había dado antes
en lengua española. Eso tiene que haber deslumbrado a los contemporáneos, ya
que todavía seguimos sintiéndolo como distinto de lo anterior. No quiere decir
que haya algo erróneo en la música de los romances, es su música, pero no es la
música de Darío. Y eso lo sintió profundamente Lugones.”
Curso de literatura argentina, Universidad de Michigan, 1976. Sudamericana, edición y prólogo de Nicolás Helft. Clase 7.

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