“Habían ido dos hombres a trabajar para el norte. En esta región pero más al norte. Y estaban una noche en el boliche –que se llama donde venden bebidas alcohólicas o juegan al naipe– y era muy temprano, era más o menos las veinte de la noche, las ocho, y ya todos querían retirarse a las casas. Y decía uno:
– Y por qué se van tan temprano,
muchachos.
– No –dice–, es que aquí sale la
Mulánima.
– ¿Ah, sí?
– Sí, sale la Mulánima. Viene del
cementerio para acá. Y nosotros tenemos mucho miedo.
Y entre los que había, había un
chileno, y dice:
– ¿Y por qué no la salvan?
¿Ustedes no saben que la Mulánima es un alma en pena?
– Y no –dice–, aquí nadie sabe ni
nadie si anima.
– Si quieren, muchachos –dice–,
nos quedamos un rato más –dice–. Ahora si viene la Mulánima, yo la voy a salvar
porque yo sé cómo se salva.
Entonces todos llegaron a que sí,
que iban a esperar un rato más. Entonces cerraron la puerta del boliche y
empezaron ahí a ‘star un rato más. Ya cuando se sentía el tropel que venía del
cementerio, porque desde ahí que salía la Mulánima, daba una vuelta por el
pueblo y volvía de nuevo al cementerio, entonces, el señor este que había, que
decían que era chileno, hizo un cuadro en la calle, con el cuchillo simulando
una pieza, con una puerta para el lugar desde donde iba a venir la Mulánima. Y
ahí se quedó hincado, con el cuchillo clavado en la tierra. Hizo una cruz y lo
clavó al cuchillo y se puso a rezar. Y ya venía la Mula a todo lo que da. Entonces
él cuando ya venía llegando la Mula, se paró de golpe, y decía unas palabras,
¡Jesús, María y José! ¡Jesús, María y José! ¡Jesús, María y José! Tres veces y
le sacó el freno desde arriba de las orejas de la mula. Y se sintió el ruido
desde el suelo del freno que caía. Y entonces, la Mula dijo: – ¡Por fin mi han
salvau!
Entonces, todos los que ‘taban ahí presente dentro del
boliche, mirando por la aberturita de la puerta, sintieron que la Mula volvía
de nuevo al cementerio y nunca más salió.”
Antonio Díaz de Páez, 46 años. Los Sarmientos, Chilecito,
La Rioja, 1968.
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