30.9.25

ROD MARTIN ENTREVISTADO POR JULIÁN VARSAVSKY / "DUBAI ES UN PARQUE TEMÁTICO DEL URBANISMO NEOLIBERAL"

 Rodrigo Martin Iglesias es profesor titular de Historia y Crítica de la Arquitectura (UBA y UNLaM), pero es un intelectual tan complejo que también mira hacia adelante: dirige el proyecto de investigación "Diseñar futuros con tecnologías emergentes: semioversos alternativos a través de inteligencias artificiales y realidades extendidas". Arquitecto y doctor en Diseño (UBA), es profesor titular de Diseño de Futuros (UBA) y director del Open Design Master (UBA-Humboldt Universität zu Berlin). Tiene el ojo y el cerebro tan entrenados en deconstruir ciudades, como para diseccionar a Dubái --¿la ciudad del futuro?-- y captar lo subyacente bajo la forma de su arquitectura, interpretando semiológicamente el discurso de los edificios de este nuevo tipo de ciudad surgida en el desierto --regada por petrodólares-- difícil de interpretar sin la mirada de este académico que se nutre en la filosofía de la técnica.

--Dubái es para el imaginario global un poco la vanguardia de la arquitectura mainstream. Argentina fue precursora en esa idea de “ciudad moderna fuera de lugar” --en la Pampa-- en una región periférica donde brotaba lo más sofisticado de la época, importado de países centrales. ¿Cómo interpreta semiológicamente a Dubái?

--El diseño de esas ciudades arábigas tiene una relación obvia con la etapa del capitalismo actual: la arquitectura siempre es un testigo de su tiempo, como decía Octavio Paz. Y es un reflejo directo del momento económico y social. Esta arquitectura se enmarca en la Teoría del Simulacro de Jean Baudrillard. Dubái es un caso extremo del simulacro. Más que una ciudad, es casi un gran parque temático del urbanismo neoliberal. Si bien se trata de edificios e infraestructuras que, a veces, son vanguardia en términos tecnológicos, al mismo tiempo son profundamente artificiales.

--Una mujer ucraniana me contó que fue a un concierto en la Ópera de Dubái y solo había extranjeros. Es decir: contrataron al starchitech danés Janus Rostock, pero los dubaitíes no usan mucho el edificio para su función original. Más bien organizan banquetes allí, algo más cercano a su cultura que una ópera de Verdi. ¿Su hipótesis de Dubái como simulacro tiene que ver con el hecho de construir una ópera como un signo de ostentación que después no usan como teatro? ¿Cómo una forma de decirle a Occidente “somos tan sofisticados y cultos como ustedes”?

--La Ópera de Dubái es un poderoso ejemplo de simulacro. Funciona primordialmente como un símbolo arquitectónico, un signo de sofisticación y cultura construido, no para satisfacer una demanda orgánica local, sino proyectar una imagen de modernidad y “poder blando” al mundo. Su propósito no es tanto albergar una ópera para una audiencia emiratí, sino completar el ecosistema de lujo y ostentación destinado a impresionar a turistas, expatriados e inversores globales, colocando a Dubái en el mapa de las capitales culturales. El hecho de que la población local se apropie del espacio para usos como banquetes no invalida su naturaleza de simulacro: la complejiza. Rostock señala que Dubái es un "patio de recreo" donde las formas occidentales son importadas y luego reinterpretadas. Dubái no busca decir "somos tan cultos como ustedes", sino más bien: "tenemos la capacidad de poseer y redefinir todos los símbolos de la cultura occidental a nuestra manera". Esa ópera es menos un teatro y más una declaración sobre la capacidad de construir poder a través de la espectacularidad y la reinterpretación de signos globales.

--No me cierra del todo la idea de artificialidad: implicaría que hay ciudades auténticas y otras que no. Incluso el concepto de ciudad como simulacro aun lo veo difuso.

--Baudrillard dice que los simulacros no son simples representaciones de la realidad: reemplazan a la realidad. Dubái no es una ciudad en el sentido tradicional, sino una suerte de hiperrealidad, es una construcción artificial que simula ser una ciudad con espacios verdes como si no estuviera en pleno desierto. Pero hasta hace pocos años no tenían cloacas suficientes y usaban camiones para esos desechos, y cuando llueve, sus calles se vuelven ríos y se detiene la vida.

--Baudrillard dice que Las Vegas y Disneyland son ejemplos de una hiper-realidad que reemplaza a la realidad. Disney, claramente, no es una ciudad sino su simulacro. Y Las Vegas es una ciudad para el juego. Al decir que Dubái es un gran parque de diversiones, no exageramos mucho: es Las Vegas sin casinos por pudor islámico. Pero no deja de ser una ciudad de 3,6 millones de habitantes. No simula ser: es.

--Efectivamente, es. Pero es, en el sentido del simulacro: reemplaza a la realidad porque se pierde la percepción del contexto real. Yasser Elsheshtawy denominó "dubaización" al desarrollo acelerado sin importar la historia ni el contexto. Y digo artificialidad porque simula la idea de que es una metrópoli global, pero no pasó por ninguno de los procesos históricos, sociales ni económicos que generan a las ciudades de manera orgánica. Es una especie de pop-up city, una ciudad instantánea que brotó de repente. O una ciudad TikTok, como una sopa instantánea que pretende generar la experiencia similar a la sopa hecha en casa, pero ahorrándose los pasos necesarios para hacer una buena y consistente. La idea de lo hiperreal remite a Disneylandia, una ciudad artificial que no copia lo real: es más bien un centro de experiencias y espectáculo. Disney es el paradigma del simulacro y la artificialidad. Y Dubái fue creada, en cierta medida, como un plan de negocios para ser una ciudad turística en su totalidad, a partir de que se le agotaron los recursos naturales que originaron su riqueza.

--Y el Burj Khalifa sería el Palacio de Cenicienta. Hay una diferencia: en Orlando, cuando se apagan las luces, todos se van a casa. Pero en el Burj Khalifa hay gente que se acuesta a dormir.

--Para mí no importa mucho el hecho de que haya gente viviendo ahí o no, porque el grado de artificialidad tiene que ver con que esa vida que se vive ahí, en el fondo es un simulacro, resultado de un estadío del capitalismo que está espectacularizado, pero que en verdad no existe allí. Dubái ya casi no produce petróleo ni gas: vive del turismo y los desarrollos inmobiliarios suntuosos. Creo que es una burbuja de especulación financiera e inmobiliaria que en algún momento estallará. En este sentido tampoco es muy real. Hay una inyección constante de dinero que aun llega de los petrodólares de su vecina Abu Dhabi --la capital de los emiratos, la más rica-- para levantar moles carísimas que no sé quién va a usar en el futuro. En ese sentido hablo de artificialidad. Quizá Dubái termine como una ciudad semiabandonada. Veo difícil que se pueda sostener solo con el turismo a largo plazo.

--El Burj Khalifa no es alto por necesidad como en Manhattan: espacio sobra en el desierto circundante. Es casi un símbolo fálico en esa competencia entre emiratos a ver quién es más rico.

--Es la “arquitectura del poder”. Podemos pensar en los proyectos de Albert Speer para el nazismo y los rascacielos de Stalin en Moscú. Incluso Astaná, la capital de Kazajistán, es un ejemplo de esos proyectos diseñados por el star-system internacional creador de una arquitectura que trabaja a gran escala con muy alto costo, como expresión y símbolo de ese poder. Diseñan bajo el imperativo de crear símbolos con rascacielos como el Taipéi 101 o la Shanghai Tower, siguiendo el modelo del Empire State. En Dubái ya no se trata de meras obras faraónicas individuales, sino de una ciudad entera. Estamos hablando a otra escala, si la comparamos con Disneylandia. Es un nuevo tipo de ciudad en una suerte de capitalismo de Estado autocrático controlado por un jeque que quiere proyectar al mundo una imagen de economía liberal y moderna, cuando en realidad hay una estructura feudal. Incluso, en la construcción de esa ciudad, tienen 700.000 personas en estado de semiesclavitud con el pasaporte retenido. Por esto también es que hablo de simulacro de globalización; parecen un nodo financiero y turístico abierto al mundo, pero en el fondo es un enclave muy regulado por esta condición feudal donde casi no hay derechos laborales y la libertad de expresión está muy limitada. Es como una especie de Truman Show del capitalismo contemporáneo donde todo da apariencia de vanguardia y apertura, en el marco de un control absoluto. Por ejemplo, las hijas del sheik Al Maktoum intentaron escaparse del país denunciando el trato opresivo de su padre que las encierra en palacios de oro.

--¿A qué se refiere con arquitectura neoliberal?

--Es el cruce de un poder hiperelitista con grandes estudios de arquitectura como Skidmore, Owings & Merrill (Burj Khalifa), Killa Design (Museo del Futuro) y Zaha Hadid Architects (The Opus) que generan este laboratorio de diseño del neoliberalismo global, haciendo obras para megacorporaciones o fondos de inversión. Esto tiene que ver con una etapa del capitalismo que transforma los productos, servicios y espacios urbanos en experiencias. Y esto implica un alto grado de simulación, en el que todo es un espectáculo. Por eso también hablamos de “arquitectura del espectáculo”, el resultado de la “sociedad del espectáculo” que surge en los '80 alrededor de los efectos de la TV en la sociedad. Desde el punto de vista de lo que propone Dubái a nivel urbanístico, a nivel social y a nivel de habitabilidad, es lo peor de la arquitectura contemporánea. Edificios como el Burj Khalifa y el Burj Al-Arab son declaraciones de poder extremadamente caras, de riqueza y de estatus que buscan impresionar al mundo: operaciones de marketing urbano que funcionan bien a nivel global. Pero si replicáramos la experiencia de Dubái en otras ciudades, sería una manera infalible de generar mayor desigualdad, una arquitectura que se basa en la simulación y la ostentación, como si fuese una pantalla publicitaria, un Truman Show arquitectónico donde todo está diseñado para ser visto o incluso visitado en ese sentido de parque temático, y no como una ciudad para ser vivida. O en todo caso, no para ser vivida en un sentido habitual. Ese modelo traspolado a otro lugar sería crear una ciudad para el 1por ciento privilegiado de la sociedad.

--Esteban Ierardo publicó el libro Sociedad pantalla. No hay nada más sintomático de lo que es Dubái, que el Burj Khalifa siendo una pantalla de 828 metros de alto donde cada día proyectan un show musical con rayos laser y aguas danzantes a sus pies. El clásico libro Aprendiendo de Las Vegas --Robert Venturi-- analiza las falsas pirámides y edificios griegos cuyo significante no coincide con el significado: son casinos. Y la fachada es un mero llamado publicitario.

--Claro. Dubái ya no es esa Las Vegas que hizo un collage con copias de otros edificios: una Esfinge, la pirámide de Giza, la torre Eiffel... son copias que no pretenden ser la cosa en sí: quedaba claro que la copia no aspiraba ser igual al original. Y uno viaja allí a jugar: la simulación está explicitada en sus edificios. Pero Dubái no funciona así. Por eso se constituye como hiperrealidad: porque quiere ocultar que es un gran parque temático, pretendiendo ser una ciudad como cualquier otra del mundo. Las Vegas viene con una especie de disclaimer --“descargo de responsabilidad legal”-- que diría: “esto no es real”. Ahí no hay trampa o engaño. Dubái es diferente: no te expone el disclaimer y pretende ser una metrópoli en el sentido tradicional. Entonces su arquitectura habla como tal.

--Por eso nunca hubiesen levantado el Burj Khalifa con la forma de un palacio de Cenicienta. Es, en cambio, un signo paradigmático de la arquitectura corporativa del poder del siglo XXI.

--Este es el fundamento de la simulación. La elección del Burj Khalifa --pensado de manera indirecta o velada como un palacio de fantasía estilo Disney-- no es accidental, sino fundamental. Mientras un castillo de cuento de hadas representaría un simulacro nostálgico y escapista, el rascacielos encarna el simulacro corporativo y futurista. Su diseño abstracto, su hazaña ingenieril y su altura récord no evocan fantasía, sino poder económico, ambición tecnocrática y estatus global. Es la catedral secular de un capitalismo espectacular, un signo universal que le comunica a las élites globales, el mensaje de que Dubái es el lugar para los negocios, la inversión y la ostentación del poder, consolidando su marca como un laboratorio de vanguardia liberado de los límites de la historia o la tradición.

--¿Por qué sería lo peor de la arquitectura?

--Yo siento que la arquitectura tiene que tener un compromiso con el habitar en un sentido colectivo y no con el habitar como propuesta individual. Un ejemplo del diseño: diseñar una cápsula para turismo espacial puede ser muy interesante, pero si solo la van a poder usar diez millonarios, no sé si tiene mucho sentido. Hay factores morales o éticos que para mí son fundamentales en la arquitectura que, si no tiene una propuesta en ese sentido --y en cambio es todo lo contrario-- es lo peor de la arquitectura. La de Dubái propone modos de habitar que solo tienen sentido en el contexto de un grado de privilegio tan alto, que solo existe en un mundo de simulación. La mayor parte de Dubái no es eso que vemos por Instagram, sino edificios muy básicos donde los inmigrantes viven hacinados en cuartos de hasta 12 personas con baños colectivos. Entre el 50 y el 60 por ciento de la población vive en esas condiciones con ingresos muy bajos, la mayoría hombres separados de su familia. Ellos son los que construyen esa arquitectura faraónica y esas ciudades fastuosas asociadas a un grado de poder casi absoluto, que no tienen casi otra función que la simbólica.

--En los Emiratos Árabes el urbanismo es como una cáscara arquitectónica occidental, pero cuando uno se interna en esa sociedad ve que son profunda y orgullosamente árabes. Esto empalma con la teoría del simulacro. Lo mismo que Shanghái y Chongqing: a simple vista uno no las decodifica como ciudades chinas, aunque lo son hasta la médula.

--¡Totalmente! Hay narrativa, una imagen y una experiencia con códigos visuales occidentales que, por debajo, contienen una sociedad profundamente árabe.

--Es llamativo ver edificios corporativos brotar como hongos ¿Qué corporaciones los van a ocupar si básicamente lo que tienen es turismo? Y crearon tres barrios de lujo ganados el mar con forma de palmera --The Palm-- en islas artificiales, como la que también sostiene al hotel Burj Al-Arab, el más lujoso del mundo. Y The World: 300 islas de 4 hectáreas cada una, un archipiélago artificial con toneladas de arena volcada 2 kilómetros mar adentro, formando los continentes y sus países. Pero la mayoría de los bancos de arena están pelados. Y como Venecia, The World se está hundiendo en el mar.

--¿Será un presagio de la explosión de la burbuja? Si en algún momento Dubái empieza a generar, a partir de su propia actividad, una clase alta, una clase media y una clase trabajadora, y consolida sus barrios con una identidad, una historia y una población fija, es posible que esa condición de simulacro se vea superada. Pero si la burbuja explota, en un mes enviarán 3 millones de inmigrantes a la India, Nepal, Pakistán y Bangladesh. Y la ciudad quedará vacía.

--Volvería a ser lo que son hoy Qatar y Abu Dhabi: un pueblo con rascacielos.

--Toda esa población periférica que trabaja en construcción y servicios tiene sentido solo como mano de obra para seguir construyendo a Dubái. Si eso se detiene porque estalla la burbuja inmobiliaria, todo podría cambiar. Esos edificios, además de ser un buen negocio, son símbolos enmarcados en la “arquitectura de espectáculo”. Son un negocio más asociado a narrativas que a materialidades reales. Por esto, esa condición de “arquitectura de la instantaneidad” le da cierta precariedad. Dubái no tiene la solidez de China en términos materiales o industriales. Y podemos hacer un paralelo entre esa arquitectura y las criptomonedas como las memecoins. En ambos casos, lo espectacular y simbólico prevalece sobre lo funcional y material. ¿Edificios para corporaciones petroleras que no existen? ¿Para plantas industriales de Apple que no están en Dubái? ¿Cuántos más hoteles se pueden construir? Una criptomoneda es una narrativa que se sostiene por una percepción colectiva: si esta flaquea, el valor se derrumba. ¿Cuánto puede durar esa suerte de fe colectiva que sostiene a Dubái, a partir de algo que es una combinación de imagen y narrativa basada en un valor básicamente simbólico? Por eso la idea de artificialidad.

--¿El mundo entero no está inmerso en esa suerte de narrativa consumista que sobreestima los objetos vía hipervalorización simbólica --Franco Berardi lo llama semiocapitalismo-- y que lo podría hacer colapsar?

--Si yo tuviera que arriesgar una predicción, creo que vamos en ese sentido. Porque siento que la economía del simulacro, la economía de la narrativa mítica y de cierta fe colectiva causi religiosa --trasladada al capitalismo-- no se va a poder sostener mucho tiempo. Estamos en un momento muy específico de la historia al que no le queda mucho tiempo. A la arquitectura se la puede interpretar como un síntoma de esto porque es parte fundamental de lo que le estamos haciendo al planeta. Un porcentaje muy grande de los materiales que se extraen tiene que ver con la arquitectura y la construcción. Estamos en una etapa de la civilización en que somos materialómanos obsesionados con el material, casi somos adictos al consumo material. Creo que la arquitectura está en un momento muy crítico en una coyuntura de crisis planetaria, que no solo tiene que ver con el calentamiento global y la burbuja de la especulación capitalista, sino con el extractivismo al que está sometida la Tierra. Con la especulación inmobiliaria, la arquitectura se ha ido transformando en un commodity para la especulación: Puerto Madero está semideshabitado. Quizá se debería construir menos y centrarse más en cómo hacemos para habitar lo que ya tenemos, de una manera diferente.

--La arquitectura de Dubái es "eco-friendly". The Opus, ese cubo de cristal que se “derrite” desde adentro diseñado por Zaha Hadid tiene tecnologías eco-friendly. Pero la huella de carbono que dejó construirlo es monumental.

--Esas cuentas nunca cierran, son marketing. Sostener a Dubái como ciudad en términos ecológicos es una locura. Refrigerarla implica una producción de CO2 incalculable. No quiero ser distópico, pero estamos yendo de cabeza al abismo. La arquitectura de Dubái abraza una paradoja fundamental: la de proclamar un compromiso ecológico, mientras construye iconos con una huella de carbono gigante. Edificios como The Opus ejemplifican esto: incorpora tecnologías de eficiencia energética --control de luz solar y reflectividad térmica-- pero el costo ambiental de su construcción y mantenimiento resulta abrumador. La fabricación de esos materiales especializados, el transporte de componentes estructurales únicos de un continente a otro y la complejidad de ensamblar edificios como formas escultóricas generan una deuda ecológica que las certificaciones verdes no logran saldar. Esta estrategia no es ingenua, sino una forma sofisticada de green-washing que se alinea con el modelo de ciudad-espectáculo. La sostenibilidad se convierte en otro elemento del lujo, un símbolo para exhibir a Dubái en el catálogo global como “ciudad innovadora”. Pero detrás de esas fachadas tecnológicamente avanzadas y ambientalmente certificadas, subyace una realidad incómoda: la búsqueda de prestigio y espectáculo arquitectónico sigue dependiendo de un consumo energético y material desmedido. Dubái no está construyendo un futuro genuinamente verde; está diseñando un escenario donde la apariencia de sostenibilidad importa más que la sustancia misma de la ecología. Dubái se erige como el espejo más pulido y distorsionado de nuestra época: un lugar donde los símbolos se construyen con más fervor que las sustancias, y donde la arquitectura es el lenguaje elegido para narrar una epopeya de poder. Pero la pregunta crucial persiste: ¿puede este modelo de ciudad-espectáculo evolucionar hacia una auténtica habitabilidad? ¿o su legado será el de un hermoso y reluciente espejismo de simulación, un monumento final a la Era del Carbono?

En Página 12.


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