Como estaba muy caliente por lo que le hicieron a Cristina, preparé un sabroso kalinti con receta de Natalia Kiako. Es una fainá marroquí. Kalinti significa caliente en ladino, la lengua de los sefaradíes que emigraron de España a Turquía. Lleva harina de garbanzos, huevos, leche, sal, pimienta, pimentón dulce, comino, orégano, aceite de oliva y agua. Yo le agrego medio tarro de Mendicrim. La fainá común no lleva ni leche, ni huevos. Los juicios por corrupción en Argentina no van a tocar a ningún político varón, como en la época del patilludo, que metieron en cana únicamente a Marijuli. Salvando las distancias, obvio.
La cena tuvo salado y dulce, porque Lili trajo unas masitas de avena y miel y Fabián repitió los Ferrero Rocher de la vez pasada. Que se te vuelva costumbre, querido. Pablo, Vicky, Mariano, Jonatan y todos vienen trayendo ricos vinos y bebidas, por lo que estas reuniones en el Galpón Estudio se hacen cada vez más necesarias por lo amigables, para resistir el viento helado de la Argentina de hoy.
La clase se pasó volando. Leímos “Amo” y “Eugenia,
convertida en obra de arte” de Carlos Chernov, que será nuestra próxima visita
célebre. La tarea para el hogar es leer completo “Amores brutales” y algunas
otras joyas que venimos distribuyendo junto con Lili en PDF, en el chat grupal.
Para los que se animen a largar con una novela de Chernov les recomiendo “Anatomía
humana” y “La conspiración china”: son entretenidísimas.
Leyeron Vicky, Mariano y Fabiana. La primera se largó con un
breve cuento emotivo en el que comparten escena su padre, el cine francés, Hollywood
y el funeral de Belmondo. Un ejemplo de cómo empezar y terminar un relato sin
irse por las ramas.
Mariano sigue con su saga mística en un caserío rural que
parece detenido en el tiempo. Pinta bien. Le faltan ajustes de corrección fina,
y quitar o ver qué se hace después, cuando todo el libro esté escrito, con los
personajes que, en apariencia, sobran. Mariano se comporta con seguridad: en su
proyecto, por el momento, pueden estar. Ya se verá cuando todo el libro funcione
como un pueblo.
Fabiana volvió a exponer sus textos que bordean lo teatral.
Tienen algo de monólogo, tuvimos una discusión muy buena sobre la primera persona
que escribe una carta, o habla con un interlocutor sin el juego del diálogo.
Fuimos a la biblia de Liliana Heker (“La trastienda de la escritura”), capítulo
“Yo, ¿narrador o personaje?”, y vimos que lo que Fabiana hace puede
corresponder al monólogo interior, por eso se parece tanto al monólogo dramático.
Heker dice:
“¿Es una convención que un texto presuma de ser un fragmento
de pensamiento? Por supuesto que sí, pero toda ficción escrita es una
convención. El secreto del monólogo reside en que nada distraiga al lector de la
convicción de que está conociendo un segmento del fluir de una conciencia. Un
lenguaje inadecuado, el exceso de celo informativo, un ámbito demasiado abstracto
(la gente no suele divagar en la estratósfera; sus reflexiones están atravesadas
e interrumpidas por la realidad: una canilla que gotea, un vecino que llama a
la puerta, son interferencias que interactúan con el pensamiento y le confieren
verosimilitud y, a veces, dramatismo), un relato demasiado ordenado o una
escritura excesivamente formal (el pensamiento es un continuo y se visualiza
como un bloque; a veces, hasta el punto aparte molesta) nos sacan de la magia
de asistir a la intimidad de una conciencia.”
Los cuentos recomendados son: para Mariano, “El llano en
llamas”, “El día del derrumbe” y “Es que somos muy pobres”, del Gran Rulfo.
Para Fabiana: “Conejo”, de Abelardo Castillo, y “Torito”, de Julio Cortázar, ambos
están en la frecuencia de sus textos.
No quiero olvidarme: Fabián recomendó el libro “La muerte viene estilando”, de Andrés Montero; lo vamos a buscar.
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