Cronología de un wasap colectivo:
Pati pidió que pusiéramos una foto para identificar el
grupo. Pensé en una empanada. Ella envió una imagen de “La lección de anatomía”.
Asocié la empanada con las tartas que iba a traer Fernando. Pregunté por eso, que me parecía mucho más importante que lo que Pati estaba pidiendo. Fernando mandó una foto de las tartas recién sacadas del horno.
Pablo le pidió entonces a la IA que le resolviera una mezcla entre el cuadro de Rembrand y la tarta, y quedó lo siguiente:
Ya tenemos imagen en el grupo. Una tarta fue de cebolla, muzzarella, tomillo y azafrán. La otra, de choclo. Vicky trajo una botella de vino. Acá va el míster chef con el "modelo terminado":
Leímos un cuento de Stephen Dixon, “La firma”, y “Anna Magnani”, de Patricia Suárez. Patricia va a venir de invitada el próximo miércoles, a impartirnos algunas nociones básicas de narrativa teatral. Nos van a servir para nuestro proyecto secreto. Estamos muy ilusionados con su visita a la Clínica de cuentos del Galpón Estudio. Le voy a cocinar las empanadas de la fama.
Pablo trajo un cuento al que le falta bastante, titulado “El
exterminador”. Creo que debe concentrarse en lo que realmente quiere contar, en
una historia que todavía no tiene tan clara. Hay un equilibrio al que hay que
llegar en cada cuento: de síntesis, sin dejar de decir lo que se quiere; de comprensión,
sin dar explicaciones. Pero para eso hay que saberlo todo antes, aunque haya
gente, entre ellas María Teresa Andruetto, que dicen que se largan a escribir
para encontrar lo que van a escribir. Nada me resulta más ajeno que ese concepto
azaroso, que solamente puede ejercer alguien que está más allá de nuestras limitadas
capacidades, y con un oficio excelso como ella. No es mi caso.
“Otel”, el cuento de Fabiana, es una pequeña proeza. Hay una
voz intensa ahí, que cuando la someta a una poda de pronombres de segunda y
primera persona -los “te” y “me”-, elija a qué nombres propios anteponerle artículos para denigrarlos,
revierta el orden de algunas oraciones (se las marqué) y, sobre todo, ponga
unos cuantos puntos y aparte para aligerar el texto (también le marqué ciertas
posibilidades), va a conseguir redondearlo de una manera magistral.
Lo que no marqué fue que separara el texto en bloques, y eso pasó porque no alcanzamos a leer el otro cuento de Patricia que quería releerles (el descubrimiento lo hicimos hace dos años con muy buen resultado): “Esta no es mi noche”. Ahí se ve bien cómo Patricia va dando la información con cuentagotas, bloque a bloque, como si el monólogo de la vendedora de hamburguesas fuera una obra de teatro separada por escenas.
Fabiana tiene un texto muy interesante,
que por momentos se mete de lleno en lo teatral y por momentos se dispara como
capítulo de novela. Creo que lo tendríamos que volver a leer en el grupo, una
vez que lo pueda separar en bloques temáticos: la presentación, la venta de la
fábrica, la familia de la narradora, el único viajante hospedado en el hotel,
el vaciamiento del pueblo y, finalmente, el deterioro del edificio y de esa
micro sociedad tal cual está contado en las conclusiones, con esa h mudita que
se voló, contrastando con la verborragia de quien cuenta.
Le falta poco para ser un texto perfecto. ¿Cuento, novela,
teatro? No sabemos todavía y no nos tiene que importar, Fabi. Hay algo ahí que
es una joya, y vamos a pulir en el taller. Por el momento revisá las correcciones
superficiales que te hice y traelo de nuevo todo separadito, para ver cómo medimos
el pasaje de información a un lector que se tiene que ir interesando ordenadamente
del caos (la historia) que le estás ofreciendo.
Aprender juntos es lo mejor que podemos hacer en nuestra clínica.




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