Iba a leer “Anteúltima cita”, de Elsa Drucaroff, por título
y por buen cuento, pero fuimos directamente a los trabajos del día, que se
habían acumulado un poco. Así que el de Druky queda para tarea en el hogar (una
pena que no haya podido venir, pero la Clínica coincide con su taller de los
miércoles; ya probaremos invitarla otro año). Con los textos que había, nomás, se nos
extendió la reunión una media hora. O tal vez fue que quisimos quedarnos un
ratito más. Vamos por orden:
“La persona que te enseñó a andar en bici”, de Jonatan. Un
cuento muy logrado, al que simplemente hay que quitarle frases innecesarias que
sobreexplican acciones. Muy bien Jonatan: aprovechó su viaje en Cabify con Sylvia
Iparraguirre, el día que la acompañó, para sacarle tips de escritura que le
sirvieron mucho.
“La voluntad de los cuadros”, otro buen cuento de Lili, en
la línea santa que nos tiene acostumbrados. Debe estar preparando nuevo libro,
shhhh. Le saca una frase al final y da perfecto.
“La muñeca rota”, uno breve de Memi. Psicológico, con el
recuerdo de una Marilú de infancia. ¿Quién la rompió? Enigma. Con solamente
hacerle una buena limpieza de diminutivos ya va a quedar más claro.
“Fiambre”. Pésimo título para un excelente cuento de Fabiana.
Algunas frases están al revés y hay alguna torpeza en el final, pequeños detalles
a componer para cerrar una joyita. Buen tono.
“El agujero”, otra obra que se nota muy corregida.
Ambiente de guerra oscuro, contado desde una mirada infantil. Bien manejada la
ubicuidad en los espacios: la cancha de fútbol, el galpón, el pozo. Fabián ya
está maduro como para publicar su primer libro, como hicieron Lili, Mariano, Fernando y otros que pasaron por la Clínica. Felicitaciones.
“A quién le importa lo que es de nadie”, de Gaby. Un paseo
por las fieras de Lincoln. Le sobran algunos personajes y necesita corregirlo
más, pero está bien orientado a partir de la pregunta clave que aparece
enunciada en el título.
“Pablo”, de Mariano. Le objeté el final moralista y decidió
explicarlo. En el contexto académico para el que fue escrito no suena mal, y él
jura que funcionó. En la Clínica, como cuento aislado de circunstancia, renguea.
Le tiene que cambiar el final o decidirse a aparecer, cuan fantasma, cada vez
que alguien lo lee, a fin de contagiar emotivamente el contexto con la realidad
de sus alumnos en la secundaria de la que es tutor.
“Huevos quimbo”, por Pablo. El cuento más dulce.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario