La educación argentina tuvo dos miércoles negros. El primero fue el pasado, en el que hubo una marcha infinita de docentes y alumnos para conseguirle presupuesto a las universidades públicas. El día terminó con un maligno veto presidencial del fascista psiquiátrico que dirige nuestro país. El segundo fue este último, en el que un conjunto de diputados comprados dio legitimidad a su firma.
La universidad tiene que ser laica, federal, pública, gratuita. Siempre.
La UBA es un ejemplo en el mundo libre, que estos liberales de cotillón quieren
destruir. Por ese veto presidencial, la educación pública nacional está de luto.
Por la validación en el Congreso, lo que está de luto es la democracia. Un asco
todo.
Así entramos al Galpón, con las cabezas bajas, llenas de
realidad y descontento. Por suerte la Clínica a veces rescata, a la manera de
un buen refugio. La literatura me viene salvando de casi todo lo malo, y
siempre fue así, desde mis trece años. Es mi angelito de la guarda.
Las chicas tomaron la noche. Lili invitó una merienda
exquisita con húngaras y croatas, más alfajorcitos de maicena (según ella, nos hizo un delilivery). Yo
puse el café y tomamos también un Perro callejero Malbec que quedaba de una
reunión anterior, para erradicar mufas.
Leímos dos cuentos de Fernanda García Lao: “Esto es el vacío”,
de “Teoría del tacto”, y “Cómo usar un cuchillo”, del libro homónimo. También
seleccioné varios microrrelatos de la gran Ani Shua de “Fenómenos de circo”, y
cité un espectáculo circense moderno que el director Gerardo Hochman armó para La
Arena. Lo pude ver varias veces; hasta escribí una nota. Los textos de Shuíta
son hermosos.
La selección fue hecha para ilustrar una lectura de Memi, por cierto muy interesante, que funciona como un pequeño relato de duelo. Le corregimos nimiedades, pequeñas palabras que sonaban desajustadas. Y leímos unos párrafos teóricos del libro “Cómo escribir un microrrelato”, también de Shua, sobre todo lo relacionado al “golpe de sentido”, como lo llama ella, y a los límites, para los que Ani ejecuta una metáfora geográfica. Al sur, el microrrelato linda con el país del chiste, al este con el aforismo y al oeste con la poesía. En cuanto se acerca demasiado a estas fronteras, el microrrelato se enferma y pasa a convertirse en otra cosa. Solamente puede coquetear con la frontera del cuento, su norte, el único límite que no es meramente político sino orográfico o hidráulico; físico y verdadero.
Clara Obligado, la autora de “El libro de los viajes
equivocados”, compara los microrrelatos con el haiku japonés, y nos dice que “son
vértigo, seducción, vislumbre; el lector debe rematar su efecto, entrar en un
proceso delicado de lectura desentrañadora y reiterada. Resumirlos es sumarles
palabras”.
También corregimos un cuento de Lili con un cura expuesto en una declaración testimonial. Pudimos aportarle muchas sugerencias, todas basadas en el carácter erótico platónico que supimos descubrirle y sonsacarle entre líneas. La otra cosa buena de la literatura: lo que esconde. Odio auto citarme, pero en un momento tuve que hablar de “Marvin”, ese amigo al que quiero tanto. Aquí va el cuento para Memi, que no lo había leído. ¡Lo que me costó escamotear una fábula racista en una historia para adolescentes! X castiga a Y por ser diferente; baja Dios y convierte a Y en X para que X no pueda leer la diferencia, y por lo tanto dejar de castigarlo. Horrible todo. Más aún si se lo ubica en un contexto de educación, que jamás de los jamases puede ser instantáneo. La educación es un proceso de años, muy amoroso, donde tanto el docente como el alumno salen beneficiados por el aprendizaje paulatino y feliz. Eso que los imbéciles de nuestros nuevos gobernantes están tratando de quebrar para tener un pueblo inculto, analfabeto, fácil de dominar.
Gerónima Sequeida, la bagualera tucumana, decía que ser analfabeta era que un desconocido le mostrara el cartel “te voy a matar” y ella lo viera sonriendo, ingenua y sencilla, como si allí dijera “te voy a amar”.
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