“Si la lluvia te molesta, planta un árbol. Si el calor te abruma, planta un árbol.
Si
te gusta la fruta, planta un árbol. Si amas a los pájaros, planta un árbol.
Y
si adoras la vida, planta muchos árboles”.
Refrán popular.
Arbórea Magna es un monumento que intenta
homenajear a todos los árboles del mundo. Vamos a encontrar allí el ancho de un
baobab, la altura de un álamo, las ramas de un pino marino, la corteza del
eucaliptus, la llegada a tierra del gomero. La cita a esas especies no es documental;
la propuesta conlleva un registro poético.
Su estratégico marco, el Parque de
Innovación, es un centro de estudios sobre el futuro de las ciudades. El
complejo abarca doce hectáreas en las que conviven edificios y pabellones, insertos
en un paseo público. Arbórea Magna está emplazada en su eje medio,
denominado Camino de la Innovación.
El árbol mide treinta y cinco metros de altura, un metro más que
la mitad del Obelisco y uno menos que el estadio de River. El estadio se hace
presente por encima de los árboles de la avenida Udaondo. Es imponente por su
masa y por su significado. Representa, en su carácter monumental, la identidad
de todo el barrio de Núñez. El árbol de Nicola tiene una incidencia identitaria
a escala institucional, como hito dentro del complejo.
La naturaleza en las ciudades
nunca crece o se expresa de modo salvaje, sino que aparece como una
miniaturización domesticada. Las ciudades son artificiales. El Sena no cruza
espontáneamente París, sino que está encauzado sobre orillas construidas,
dragado para mantenerlo navegable y cruzado por puentes. Y es un río urbano que
define un paisaje; muy distinto de un arroyo rectificado o directamente
entubado, al que nunca veremos y solo servirá como aliviador pluvial. Debajo
del árbol de Nicola, por ejemplo, pasa el arroyo White. Casi nadie lo sabe,
porque va bajo tierra.
Lo mismo sucede con
las plantas y árboles, que en la ciudad aparecen en canteros, macetones, o
contenidas por cordones de granito en plazas y parques. Toda la naturaleza que ingresa
a las ciudades lo hace controlada por la mano del hombre.
Formalmente, Arbórea Magna consta de tres elementos:
el árbol propiamente dicho, el sistema de rampas, la corteza. La diferencia
entre las partes está dada por magnitudes, materialidades y detalles.
El árbol es de metal galvanizado, y está robóticamente preparado
para mapeos lumínicos. Es el centro y sostén de la escultura. Lo rodea un
sistema de rampas y pasarelas curvas de hormigón, dispuesto sobre una isla
circunscripta en un espejo de agua. La misión de las rampas es conducir al
paseante desde la pérgola de ingreso hacia los puntos de observación, donde
podrá hacer foco en el diseño del piso y la corteza, y sacarse selfies.
La corteza es un recubrimiento
cerámico que abraza el nacimiento del tronco, cubre sectores de la isla y
vuelve a aparecer en lo alto del mirador. Un tradicional arte de arcillas
pigmentadas resguarda parte del árbol metálico, como si dispusiera una
protección milenaria para lo que vendrá.
La flora que rodea a Arbórea Magna es autóctona,
conectando Arbórea con la plaza de Alcorta y Udaondo, que a futuro
vinculará los usos del predio: sedes de universidades, de empresas tecnológicas
y de investigación, edificios de coworking y de viviendas.
La dupla arte
urbano y naturaleza nos invita a reflexionar sobre cómo podemos coexistir de
manera sostenible con el entorno natural. Las esculturas que representan
especies botánicas o animales en peligro de extinción nos advierten sobre la
importancia de conservar la biodiversidad. La obra de Nicola Costantino, desde
su imponencia artística, es un llamado inspirador a plantar decenas de árboles
naturales en todas partes. Cientos, miles. Un árbol junto a otros árboles
refleja a una comunidad interconectada, que se cuida y ampara como un bosque.
Un árbol artificial es un preservador de la apariencia nativa
e histórica de un espacio público, sin comprometer la longevidad de los árboles
reales que pudieran haber existido. Así podríamos entender al árbol de Nicola,
cuando todos los árboles de alrededor hayan partido. Algún día no estaremos y
su monumento seguirá en pie, para recordarnos nuestro paso por el mundo.
Agrega la autora: “En la combinación de técnicas existen fuerzas
que llevan la obra más allá de la voluntad del artista, y es así como empieza a
tener un gran poder. El poder de detener el tiempo, frenar lo inevitable, la
degradación de la materia que indefectiblemente se va a corromper. Eso es lo
barroco en mi trabajo, el pensamiento que estoy rescatando para el arte
contemporáneo.”
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