Cuando una editorial dice que esa ficción que se está contando, esa novela o ese cuento, son una historia real, a la gente le suele resultar una yapa, y el texto empieza a ser leído de otra manera. Es el triunfo de las biografías. Casi nunca, ni las reales ni las no-autorizadas, provocan en el autor alteración alguna; va a vender más, va a engrupir más.
Bueno, este cuento pasó tal cual, y se repitió en muchos
viajes en una forma parecida. Mi papá y su afición por andar armado, más la
guerra interna, doméstica, de mi casa. Mamá siempre de nuestro lado, pacífica
pero atenta. La violencia latente en la familia, hasta que él finalmente se fue
a vivir a Necochea y todos respiramos; los que todavía estaban adentro y los
que nos habíamos ido.
La familia como amenaza.
Mis padres ya están muertos, igual que los pájaros de ese árbol solitario en la ruta. Contra el mito de que toda historia real garpa el doble sin doler, confieso que me da vergüenza, un poco, decir que así se manejaban los asuntos en mi diario de infancia. Que así fue todo, que aquí es donde crecí.
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