29.8.23

EL HACHA AFILADA DE CHAMÉ / MEDIDA POR MEDIDA (LA CULPA ES TUYA)


 Buenos Aires está muy shakesperiana. Que yo sepa, hay seis obras de teatro para ver. Una es “Habitación Macbeth” del gran Pompeyo Audivert (míster switch), en el Centro de la Cooperación. Otra es “Maten a Hamlet”, una variación sobre la obra del poeta inglés, por Los Macocos (todavía no la vi). Hay un Ricardo III y una Experiencia Hamlet, surgidas del Festival Shakespeare 2023. Más dos en cartel de Gabriel Chamé Buendia: "Othelo termina mal" y la recién estrenada “Medida por medida (la culpa es tuya)”, de la que quiero hablar aquí.

Aristóteles, en su Poética, identifica dos instancias en el teatro, la gran manifestación artística de su tiempo. Una es la mímesis, la imitación; es decir, lograr la verosimilitud mediante el reflejo de los dilemas, aspiraciones, vicios y virtudes humanas. La otra es la catarsis, la purga o purificación. Si la obra logra plasmar todo ese aspecto especular, de espejo de lo humano, produce en el espectador un efecto liberador, elevador de su propia condición.  En criollo, salís del teatro mejor que entraste, te limpiás.

Eso pasa en todas las obras que hasta ahora vi de Chamé, que debe ser amigo del griego: uno sale aliviado de males, más liviano. Y es que también, con diferencia de siglos, ambos son como esos niños que rompen sus preciados juguetes y los rearman, para ver cómo funcionan. Aristóteles se la agarró con la poética. Chamé se la agarró con Shakespeare.

Transcribo parte del programa: “En Medida por medida se desarrolla una cuidadosa exposición dramática de la naturaleza moral del hombre en relación con la justicia y el vicio, y se invita a la reflexión sobre la ley, la corrupción, la religión y la ética. La mujer ocupa un lugar central con un tema de actualidad: el abuso de poder en lo político y lo sexual”. Y después agrega, sobre la adaptación: “Medida por medida (la culpa es tuya) propone una reflexión acerca de un presente infantil y vigente: culpabilizar al otro, una forma de relacionarnos hoy en día. La cultura de la culpa. La política de la culpa. La culpa de lo políticamente correcto.”

Antes de esta nota colgué una frase en el Facebook para recomendarla sin pérdida de tiempo, por lo mucho que me reí. Salí del Teatro Sarmiento con medio kilo menos de lágrimas de felicidad pura, que no voy a extrañar. Un comentarista que conocía el texto original me preguntó en el posteo cómo podía ser que me hubiera divertido con esa tragedia (¿de enredos?) del gran William. Y le conté que estaba muy intervenida, resumiéndole, en una síntesis de lo que imaginé que era el método Chamé: “Hay un 70% de fidelidad y un 30% de desfachatez”. El propio Chamé vio mi comentario publicado y saltó a avisarme que no era tan así. Escribió: “El texto está completo. Lo traduje yo, después hay chistes y mi imaginación lúdica del gag, pero el texto y las escenas son las de Shakespeare. Los personajes, situaciones y actos están respetados.” Le dije que me gustaba leer o refrescar las obras antes de ir al teatro, para ver qué hizo el autor de la puesta con lo que ya había. Y que, como siempre, esta vez también la había leído. Pero no le conté el sorpresón que me llevé.


LOS RECURSOS DEL CLOWN

El director usa dos recursos: uno físico, otro poético. Los dos están dentro de la técnica del clown -es un experto en ello-, cargada de un humor que es una mezcla de Parakultural y circo de rioba, siempre bien lejos de la televisión. La escenografía que utiliza es mínima e ingeniosa, y está llena de trucos, sobre todo porque para este estreno incorporó la prestidigitación, uno de los pilares del circo que en obras anteriores no aparecía. Ángelo (Nicolás Gentile), el déspota suplente, va haciendo truco tras truco para apoyar su enajenada actuación, y los objetos que se utilizan en escena están preparados para el escamoteo. Así como en “Llegué para irme” Chamé utilizaba una cama que lo expulsaba, impidiéndole el descanso, acá hay un sillón que se come a los personajes, como un buen “servante” de Houdini.

También hay unas mesitas con trampas, muchas cortinas y trapos, una valija y una serie de jaulas que se utilizan para ocultar episodios o apariciones. Las jaulas son berretas (estoy usando el adjetivo como elogio); y desde mi lugar de arquitecto debo decir que es la forma más alegre que vi de utilizar un desagüe plástico de bañadera. Un metro de ese caño, para esta obra, puede ser corneta, barrote, escalón, alféizar, columna, limpiaparabrisas. Jorge Pastorino es el primero en realizar magia por aquí, ya que diseñó la austera escenografía que los protagonistas de la troupe se encargan de animar.

Otra solución física, que Chamé repite desde “Othelo termina mal”, es el manejo de una cámara de mano. Acá se hace indispensable no solo para captar los gestos menores de los actores como en aquella obra, sino para pescar detalles en los trucos de cercanía, como los definiría el maestro Roberto Mansilla.

O para mostrar un William Shakespeare tirando besitos de inteligencia artificial desde un celular.

 

MANIÁTICO TEXTUAL

Shakespeare denunciaba la hipocresía política de su época y su patria apelando a locaciones lejanas, para evitarse problemas con el puritanismo isabelino. Lo malo no pasaba en Inglaterra, sino en otra parte; la prostitución, la corrupción, el abuso de poder se daban en Viena, por ejemplo, como es el caso de esta obra. Para sus terribles dramas políticos de la realeza toma acciones del pasado, de la Edad Media. A menudo escoge nombres y localidades de Italia.

La protagonista, la casta Isabel (Elvira Gómez), es decepcionada por el mundo viril, encarnado en la autoridad y en su propio hermano. No encuentra comprensión ni justicia, solo exigencia de sacrificio, abuso y defraudación. En el texto original hay una crítica severa al mundo de los hombres, que también se revela en la puesta. La traducción que hace Chamé mantiene el verso blanco del vate a rajatabla. El original, fiel al espíritu inglés, prefiere la aliteración y el ritmo, a la rima. Chamé lo respeta sin dudar, “lejos siempre del labio el corazón”. En cambio, la copia que yo leí antes de ir al teatro, en versión castellana de Jaime Clark para Medina y Navarro, editores de Madrid, vuelca al español una rima que no existe: “Di lo que quieras / Podrá más mi mentira que tus veras”.

¡Entonces el clown tenía razón! No cambió nada… Bueno, como dice él, le agregó mucho humor. Así como en “Othelo termina mal” los borrachos gritaban, a voz en cuello: “¡El Moro es de Morón!”, acá el Duque (Matías Bassi) viaja a Polonia en el “Rápido El Tata”. Y el verdugo, que es uruguayo, va dejando su hacha en cualquier parte para poder cebarse unos matienzos, y dialoga con marcas y modismos orientales: Conaprole, Peñarol; bo. La obra conserva sus postulados éticos, pero está llena de recursos hilarantes. Cuando se va al pasto, el director se permite el auto reproche: “¿Y Shakespeare, dónde está?”. Bien de bien.

Pero hace más aún: la actualiza. La trae a nuestros días a fuerza de lenguaje, y a veces hasta le corrige algunos yerros disfrazando a los personajes de otras cosas. Por ejemplo: hay un segundo preso, que cuando leés la obra te preguntás si no sobra, porque actúa un instante y no le sirve a nadie, ni a la historia, ni a los actores, para justificar nada. En el texto original es un dormilón. En “La culpa es tuya” el prisionero Bernardino adquiere el carácter de un monstruo a lo Miyazaki.

También quita de un hachazo a los cómicos Codo y Espuma, que en realidad hacen chistes que tal vez fueron comprensibles en otros siglos, y ahora no tienen sentido. Y convierte a Julieta (Marilyn Petito), la novia del condenado, en una pendeja que habla a la moda y no se le entiende ni jota. El director la hace parir un muñequito en plena escena; rompió bolsa, un imprevisto de la función. A todos esos personajes que aparecen poco pero son obligatorios para la trama, los carga de un plus de personalidad.

Y hay algo más que agrega Chamé. En su apogeo, Shakespeare estrenaba dos obras por año: las escribía, las producía, las dirigía, las montaba, era su propio empresario. “Medida por medida” no es uno de sus textos canónicos, del ciclo de sus obras más recurridas. De algún modo escapa a las clasificaciones inmediatas (¿es comedia, es tragedia?). Tal vez sea una comedia dramática. La versión de Chamé la vuelve comedia a secas. En el planteo original encontramos situaciones demasiado encorsetadas, como el sermón que le da el falso confesor a Claudio (Agustín Soler), el reo condenado a muerte. Parece que lo estuviera cargando, le dice que la muerte es positiva. La llama dulce. No entendemos cómo el reo no lo putea, o le pide al cura que lo reemplace, ya que es tan dulce.

En “La culpa es tuya” llegan al punto de decir que la muerte es un asunto feliz. Entonces le cantan una variante del “Cumpleaños feliz”. Y se la hacen cantar al reo, junto a toda la platea.

Donde el texto original se pone denso, Chamé le cambia el clima.

En la conclusión viene la gran sorpresa: Chamé no eliminó nada de la obra en vano, por divertimento o antojo personal. Al día de hoy, así intervenida, la mejoró.

Ver nota en La Agenda.

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