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WEl acto en cuestión cumple treinta
años y festeja su cumple con copia impecable en el pelotero Leonardo Favio del
Gaumont. Esa es la invitación. Va a estar su papá, Alejandro Agresti, y la
gente de Comunidad Cinéfila, un colectivo de amigos del cine que lleva once
temporadas presentando películas argentinas en salas, a veces acompañadas por
los directores, otras por actores. También están invitados Mirta Busnelli y
Sergio Poves Campos. Allá fuimos en peregrinación, aunque hayamos visto y re
visto El acto en cuestión en MUBI o en la tele, varias veces, porque es una
película infinita.
Así
la describen los de Comunidad: “Es la historia de
un maestro ilusionista—imaginativa, visualmente audaz y llena de trucos mágicos
fascinantes—que captura el vínculo entre cine y vaudeville. Una cruzada por la
originalidad, firmemente arraigada en la historia argentina, que cuestiona el
propósito mismo de la creación artística.”
Así la cita el crítico Roger Koza: "No debe existir película más porteña que El acto en cuestión, obra que destila un amor por Buenos Aires y patentiza una forma de ser. Quiroga podría ser estigmatizado como el típico chanta (argentino), pero sería injusto circunscribirlo en esa descripción. Las referencias del filme van de Borges a Arlt, y cuanta cosa se pueda pensar de la cultura porteña. Una forma de atravesar El acto en cuestión puede consistir en reconocer los signos de esa cultura específica. Tal vez hoy, el pasaje que tiene lugar en París, en el que Nathalie Alonso Casale interpreta La montaña de Luis Alberto Spinetta en una heterodoxa versión tanguera, adquiera una magia singular que conecta al cine con los espectros y va más allá de Buenos Aires. Es inagotable." Con los ojos abiertos: críticas, crónicas y apuntes de cine en festivales.
Si fuera por su trayectoria comercial, El acto en cuestión es la
película maldita de Agresti. Se estrenó en 1993 en el festival de Cannes, con
éxito rotundo de crítica, pero nunca llegó a los cines como cualquier película
que se precie. Llegó, vamos que sí, pero como joya, como historia, como rareza.
Yo la vi por primera vez en un VHS en holandés, con subtítulos en castellano
llenos de faltas de ortografía que me pasó Damián Tabarovsky.
El actor es el mítico Carlos Roffé, que en esa época debía tener unos cuarenta
años. Un día encuentra (o se afana, más bien) un libro de Magia y Ocultismo. Lo
lee y aprende un truco, el acto en cuestión por el cual hace desaparecer de
verdad cualquier objeto que el aprendiz de brujo decida que vale la pena hacer
desaparecer. Empieza por un telescopio, termina por la torre Eiffel. En el
medio hace desaparecer también a un niño y a unos nazis que lo persiguen. El
niño regresa porque “la infancia es esa cosa que no nos deja en paz hasta que
somos viejos”. “¡El helado está podrido!”, reclama una comensal en un restorán
de lujo. “¡Aparición con vida!”, grita la prensa. Cualquier semejanza con los
tiempos de la dictadura argenta no es una coincidencia, porque el amor es una
mujer gorda. “Lo peor no es hacer desaparecer; lo peor es el olvido”, dice el
mago.
LOS DUEÑOS DEL CCC
Me
llegan los avisos de las funciones por mail, en una aparente suscripción que
hice en algún momento de esos que no recuerdo. Aparecen, es todo. Ya que tenía
que ir al cine, los busqué en el hall de la Sala Favio para averiguar quiénes
son. Me contesta Alejandra Ruiz, fundadora del centro. “El Cineclub
Comunidad Cinéfila es un espacio creado para difundir películas argentinas que
recupera la experiencia social de ir al cine. En su historia de una década ha
cambiado varias veces de sala (Espacio Incaa –Artecinema, Caras y Caretas y
entre 2016 y 2019 el Microcine de la ENERC). La idea es que sirva como plataforma
de intercambio entre realizadores y espectadores, propiciando comentarios y
aprendizaje”. Algunos de los directores que participaron fueron; Gustavo
Fontán, Raúl Perrone, Fernando Spiner, José Celestino Campusano, David
Blaustein, Nicolás Prividera y Rosendo Ruiz.
Alejandra
es docente universitaria y curadora independiente. Realizó la carrera de
Artes Combinadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y la maestría
en Estudios de Teatro y Cine Latinoamericano y Argentino. Cuenta que se
las vieron negras cuando empezó la pandemia, porque justamente uno de los objetivos
didácticos del espacio es devolver los espectadores a los cines, lo que en la
pandemia estaba prohibido. Entonces surgió el proyecto de la Sala
Virtual que sigue ofreciendo a sus socios la posibilidad de disfrutar de una
programación que acerca ficciones y documentales de todo el mundo, con tramas
de perspectiva de género. La Sala Virtual supo abrir un espacio de exhibición
para nuevxs directorxs argentinxs, brindando además charlas y encuentros
en el Zoom con muchos de ellos. Toda la info, acá: http://www.comunidadcinefila.org
Acerca
de la realización: “En la película no hay ningún truco digital porque cuando la
filmé no existían. Cuando Quiroga camina sobre un texto, lo hace sobre un piso
al que se le pintó el mensaje con grandes letras. Estuvimos dos meses de viaje
por la Europa del Este, filmando en locaciones extravagantes, mientras que en
un estudio de Amsterdam construían el conventillo y en otro de Rotterdam, la
casa de muñecas. El circo se rodó en Italia. Para el viaje compramos dos
ambulancias hechas mierda y una casa rodante. Una ambulancia servía de
vestuario, la otra era para utilería. En la casa rodante hacíamos las reuniones
y jugábamos al truco con Carlitos. Cruzamos Alemania, Bélgica, Hungría,
Bulgaria, Rumania, Praga, Checoslovaquia. Cuando veíamos un lugar que nos
gustaba, con posibilidades para ser un decorado, nos bajábamos y negociábamos
con la gente. Hicimos 21000 kilómetros en dos meses; en un momento tuvimos que
mandar las latas a revelar a Holanda, entonces regresamos. No se podía revelar
en cualquier lado porque era fílmico de 35 en blanco y negro, y las máquinas
rusas que se conseguían en el Este podían rayar o estropear el material. Así
que nos volvimos y por suerte salió todo bien: los productores aprobaron los
resultados y pusieron más plata para las dos semanas de estudio que faltaban.
En total, la película salió dos millones y medio de florines, que era un millón
de dólares y un poquito más.”
Acerca
de Roffé: “Llamé a Carlos y le dije que se viniera. En ese momento él tenía un
trabajo que no era de actor. Le mandé el pasaje. Después te cuento lo que
vamos a hacer. Él estaba con miedo: ¿En serio dejo el laburo? Yo: sí
dale, acá te van a pagar, vos venite. Al final su miedo no era a dejar el
trabajo, sino a viajar en avión. Ahora van a decir todos se tienen que bajar
porque hay una bomba. Pero después llegó y no podía creer todas esas
ciudades por las que paseamos. No era una película en la que llegabas al estudio,
actuabas y te ibas. Era una aventura.”
Acerca
del final: “Con el cierre de El acto en cuestión sucedió algo raro. Al
principio no había ningún guion, solamente una novela de quinientas páginas que
yo había escrito a los diecinueve. Un pastiche insoportable, pero con ideas.
Cuando llegaron Sergio y Carlos, les entregué más o menos la mitad de la letra
que tenían que memorizar. Y después seguí escribiendo en el camino. Para las
escenas finales ya estábamos en el estudio de Rotterdam, el de la casa de
muñecas de Lorenzo Quinteros. Quiroga, que está acabado, se va a trabajar con
él al taller. Son amigos de toda la vida. Están conversando solos, los dos,
mientras Quiroga va poniéndole ojos a las cabezas de los muñecos. Entonces
Lorenzo le pide que le cuente cómo lo hacía. Le insiste. Y Quiroga dice, medio
con tristeza: Un buen mago nunca revela sus secretos. Después de esa
escena venían tres o cuatro más, no recuerdo bien. Pero me dieron ganas de ir
al baño y me retiré rumiando una posibilidad. Se me ocurrió ampliar la
insistencia por parte de Lorenzo: ¿cómo lo hacés? Dale, decime cómo… Hace
hablar a una muñeca con voz de nenita: tío Miguel, ¿cuál es la trampa? Y
Carlos Roffé dice: ¿En serio querés que te lo diga? ¡Como si realmente hubiera un truco! Ahí
entendí que se había terminado la película. Ya está, les dije a todos. Vamos.”
PRÓXIMAS FUNCIONES EN EL CINECLUB
Dos más, previstas para los meses que vienen. Agenden: siempre cada dos lunes a las 19:30 en el Gaumont. El 10 de julio, los Comunidad Cinéfila proyectarán “La revolución es un sueño eterno”, versión del (genial) libro homónimo de Andrés Rivera, filmada por Nemesio Juárez. Don Nemesio es socio fundador del Grupo Cine Liberación junto a Fernando Solanas y Octavio Getino, entre otros próceres. Y el 14 de agosto dan “Espérame mucho”, de Juan José Jusid, film que está cumpliendo cuarenta años (pensar que fui cuando la estrenaron en el Ocean de Morón, qué viejo estoy). Como dicen los de Comunidad: “¡Nos vemos en el cine!”
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