4.4.23

CÓMO QUIERO QUE ME QUIERAN / NICOLA COSTANTINO EN LA FUNDACIÓN SANTANDER


Desde ahora y hasta noviembre puede verse la nueva producción de Nicola Costantino, “PaRDeS, el jardín del tiempo suspendido”, en el espacio de la Fundación Santander. Es un site-specific. PaRDeS en hebreo significa paraíso. En el paraíso, el que toma más de lo que produce es castigado, muchas veces con la expulsión. Tomar más de lo que se produce es el problema de la Humanidad, aunque nadie te vaya a expulsar de la Tierra por eso.

La muestra consta de una docena de ramos de flores colgantes, con sus tallos y raíces. Están fabricados en una técnica de cerámica japonesa llamada “nerikomi”, de arcillas coloreadas, que Nicola estudió y adoptó en los tiempos de la pandemia. Cada ramo ocupa más o menos el espacio de un cilindro de dos metros de diámetro por casi tres de altura. Las raíces de seda enrulan sus puntas en el piso. La luz que entra desde los ventanales del hall de la Fundación resalta los colores de los pétalos, encendidos por el esmalte.

“Naturaleza que no es naturaleza”, dice el presentador, y yo voy en busca del detalle Nicola, lo que me interesa en su obra. ¿A qué nos tiene acostumbrados Costantino?: a la producción de horrores bellos, que en la mayoría de los casos resultan ser conceptos que cuestionan la ética de manera políticamente incorrecta. Pienso en la peletería humana y la ropa resultante (esos zapatos, uau). Los terneros y los chanchobolas, obtenidos de nonatos. La película de la carneada, donde con un cuchillo, vestida de gala, Nicola mata al ternero. El “Savon de corps”, una producción de cien jabones elaborados con grasa de su cuerpo, surgida de una liposucción. “Tráiler”, donde fabrica una muñeca que es su doble exacto, a la que hace interpretar su propia maternidad para después terminarla destrozando a martillazos. O el impresionante corsé de acero de Eva Perón, móvil y fantasmal, estrellándose con ruido a tortura contra las paredes de la “Rapsodia inconclusa”. Y sólo estoy nombrando una pequeña parte de su impresionante obra, que alguna gente llamaría “chocante” y a mí me fascina. De hecho, tengo una pelota de fútbol de piel de jugadores, donde cada gajo está coronado por un pezón oscuro. Está expuesta en casa. A la mayoría de mis amigos les encanta; de vez en cuando aparece alguien nuevo que arruga el ceño y dice “es muy fuerte para mí”. Adoro esa parte bestial de Nicola, casi adolescente, y festejo su rebeldía. Siempre.

Sin embargo, esta vez hay un cambio. Lo que vemos es una obra mansa, sin el artilugio espanta burgueses. Las plantas del jardín de Nicola tienen una potencia contenida, son en cierta forma feroces, pero no sabemos por dónde nos van a saltar para mordernos; ni por qué, ni cuándo. Se las ve felices ahí, flotando, sin agredir a nadie. Nicola decidió bajar un cambio y conmover al espectador desde una visión social y ecológica. Sin jugar la pulseada con la belleza, como hizo las otras veces. En esta ocasión, la acepta y la reproduce. Punto.

El matiz social de la obra viene por el lado de la construcción: hay otra fundación, “Todavía es tiempo”, que tiene un taller de gente desempleada que ella educó -Nicola es una gran maestra de técnicas, me consta- para que colaboren en el armado de los pimpollos, las hojas lanceoladas y las campanitas. Y es ecológico porque estas flores nunca perecerán. El tiempo natural de la destrucción está tan suspendido como los ramos.

Nuestro jardín colgante se ve frágil y evanescente en este club del borracho intelectual que son las inauguraciones. Estoy aquí con mi copa a resguardo. Hay unas doscientas personas. Los tallos y varillas que la gente esquiva a último momento para ir a saludar a los colegas, hacen que todo sea más tambaleante. Vaivenes imposibles de fotografiar con el celu: siempre sale alguien atrás comiendo una empanada. Aunque me imagino que sin el paisaje inaugural, sin nosotros hoy, será igual de difícil de registrar. Se lo digo al productor de la muestra y augura que va a ser más difícil todavía, porque en el futuro el jardín va a ir tomando otras dimensiones. “Espesor”, lo llama. “No va a haber tanta gente, pero si más plantas”. Nicola y su equipo seguirán haciendo flores, canteros, huertas verticales, y poco a poco se irá completando el espacio del hall, sus columnas y paredes. Es un jardín mutante. Será nutrido. A pesar de que esta naturaleza no es natural, crecerá como si lo fuera. Nicola también habrá crecido con ella.

Sé que se la pasa en su taller yendo de acá para allá, amasando y probando los amasados, horneando, aplicando pinturas, cambiándolo todo. Es una mujer obsesiva y detallista. Cuando llega la noche, cansada de moverse, cierra un poquito los ojos y sueña cómo querría que la viéramos. La adolescente perturbadora no se va a dormir a la exposición del Santander; sigue agazapada en su mesa de trabajo, peligrosa y radiante, maquinando la selva final. Con los ojos brillantes de un tigre devorándose un perro. Todos estos objetos que aquí se muestran fueron sucios y chirles, de barro y agua. Aunque ahora se vean bonitos, hubo un tiempo en que mancharon las manos y el delantal de la artista. Entonces Nicola se sienta, por fin, prende la lámpara y nos escribe una carta. Y nos cuenta lo que quiere ser, apenas un gusanito. Para eso hizo y hace lo que hace. Lean:

 

“Quisiera que vieran en mí a una desarrolladora de lenguajes plásticos, de procedimientos técnicos. El arte contemporáneo parece aceptar cualquier cosa como válida, yo no estoy de acuerdo con eso.

El concepto, la poética… son fundamentales, pero la obra es material. Las técnicas que desarrollé, la importancia de tener un procedimiento, me han definido como artista: un chanchobola es el resultado del cruce de la momificación, la perfección del calco que sólo se puede lograr con un molde de silicona y el vaciado del metal en polvo aglutinado con resina. En la pieza resultante es donde van a encontrar el concepto y la poética.

Cuando hacía calcos de cuerpos, mi destreza manual no era protagonista. Con esta técnica cerámica eso se acentúa, porque directamente trabajo a ciegas, en una construcción mental que me guía mientras compongo el bloque de pastas de colores.

Por eso me siento cada vez más lejos de la pintura, no así de la fotografía y el cine. Creo que la pintura es el resultado de lo que la cabeza le dice a la mano, lo que tiene que hacer: no hay mucho más que eso. Quiero restarle valor a la pieza única, propiedad exclusiva de la pintura, y rescatar el trabajo en equipo y en colaboración.

En la combinación de técnicas aparecen fuerzas que llevan la obra más allá de la voluntad del artista, y es así como empieza a tener un gran poder. El poder de detener el tiempo, frenar lo inevitable, la degradación de la materia que indefectiblemente se va a corromper; eso es lo barroco en mi trabajo, que estoy rescatando para el arte contemporáneo.

La belleza es una de mis preocupaciones y en todas mis obras estuve dándole vueltas, peleándome con ella. Ahora es mi momento de producir belleza.

Crear belleza es mi antídoto para el terror que me produce el fin de la humanidad.

Quisiera que me vieran como un gusano del compost que transforma la podredumbre en poesía.

Me gustaría que en esta obra inspirada en la belleza del universo vegetal, encuentren ciertos órdenes de la naturaleza, su inteligencia y solidaridad, representada no desde una visión romántica sino como lo que más se acerca a la perfección.

Nicola Costantino, marzo de 2023.”

¡Gracias Pablo Perantuono! 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario