Desde ahora y hasta noviembre puede verse la nueva producción de Nicola Costantino, “PaRDeS, el jardín del tiempo suspendido”, en el espacio de la Fundación Santander. Es un site-specific. PaRDeS en hebreo significa paraíso. En el paraíso, el que toma más de lo que produce es castigado, muchas veces con la expulsión. Tomar más de lo que se produce es el problema de la Humanidad, aunque nadie te vaya a expulsar de la Tierra por eso.
La muestra consta de una docena de ramos de flores
colgantes, con sus tallos y raíces. Están fabricados en una técnica de cerámica
japonesa llamada “nerikomi”, de arcillas coloreadas, que Nicola estudió y
adoptó en los tiempos de la pandemia. Cada ramo ocupa más o menos el espacio de
un cilindro de dos metros de diámetro por casi tres de altura. Las raíces de
seda enrulan sus puntas en el piso. La luz que entra desde los ventanales del
hall de la Fundación resalta los colores de los pétalos, encendidos por el
esmalte.
“Naturaleza que no es naturaleza”, dice el presentador, y yo
voy en busca del detalle Nicola, lo que me interesa en su obra. ¿A qué
nos tiene acostumbrados Costantino?: a la producción de horrores bellos, que en
la mayoría de los casos resultan ser conceptos que cuestionan la ética de
manera políticamente incorrecta. Pienso en la peletería humana y la ropa resultante
(esos zapatos, uau). Los terneros y los chanchobolas, obtenidos
de nonatos. La película de la carneada, donde con un cuchillo, vestida de gala,
Nicola mata al ternero. El “Savon de corps”, una producción de cien
jabones elaborados con grasa de su cuerpo, surgida de una liposucción.
“Tráiler”, donde fabrica una muñeca que es su doble exacto, a la que hace interpretar
su propia maternidad para después terminarla destrozando a martillazos. O el
impresionante corsé de acero de Eva Perón, móvil y fantasmal, estrellándose con
ruido a tortura contra las paredes de la “Rapsodia inconclusa”. Y sólo estoy
nombrando una pequeña parte de su impresionante obra, que alguna gente llamaría
“chocante” y a mí me fascina. De hecho, tengo una pelota de fútbol de piel de
jugadores, donde cada gajo está coronado por un pezón oscuro. Está expuesta en
casa. A la mayoría de mis amigos les encanta; de vez en cuando aparece alguien nuevo
que arruga el ceño y dice “es muy fuerte para mí”. Adoro esa parte bestial de
Nicola, casi adolescente, y festejo su rebeldía. Siempre.
Sin embargo, esta vez hay un cambio. Lo que vemos es una
obra mansa, sin el artilugio espanta burgueses. Las plantas del jardín de
Nicola tienen una potencia contenida, son en cierta forma feroces, pero no
sabemos por dónde nos van a saltar para mordernos; ni por qué, ni cuándo. Se
las ve felices ahí, flotando, sin agredir a nadie. Nicola decidió bajar un
cambio y conmover al espectador desde una visión social y ecológica. Sin jugar la
pulseada con la belleza, como hizo las otras veces. En esta ocasión, la acepta
y la reproduce. Punto.
El matiz social de la obra viene por el lado de la
construcción: hay otra fundación, “Todavía es tiempo”, que tiene un taller de
gente desempleada que ella educó -Nicola es una gran maestra de técnicas, me
consta- para que colaboren en el armado de los pimpollos, las hojas lanceoladas
y las campanitas. Y es ecológico porque estas flores nunca perecerán. El tiempo
natural de la destrucción está tan suspendido como los ramos.
Nuestro jardín colgante se ve frágil y evanescente en este
club del borracho intelectual que son las inauguraciones. Estoy aquí con mi
copa a resguardo. Hay unas doscientas personas. Los tallos y varillas que la
gente esquiva a último momento para ir a saludar a los colegas, hacen que todo
sea más tambaleante. Vaivenes imposibles de fotografiar con el celu: siempre
sale alguien atrás comiendo una empanada. Aunque me imagino que sin el paisaje
inaugural, sin nosotros hoy, será igual de difícil de registrar. Se lo digo al
productor de la muestra y augura que va a ser más difícil todavía, porque en el
futuro el jardín va a ir tomando otras dimensiones. “Espesor”, lo llama. “No va
a haber tanta gente, pero si más plantas”. Nicola y su equipo seguirán haciendo
flores, canteros, huertas verticales, y poco a poco se irá completando el
espacio del hall, sus columnas y paredes. Es un jardín mutante. Será nutrido. A
pesar de que esta naturaleza no es natural, crecerá como si lo fuera. Nicola
también habrá crecido con ella.
Sé que se la pasa en su taller yendo de acá para allá,
amasando y probando los amasados, horneando, aplicando pinturas, cambiándolo
todo. Es una mujer obsesiva y detallista. Cuando llega la noche, cansada de
moverse, cierra un poquito los ojos y sueña cómo querría que la viéramos. La adolescente
perturbadora no se va a dormir a la exposición del Santander; sigue agazapada
en su mesa de trabajo, peligrosa y radiante, maquinando la selva final. Con los
ojos brillantes de un tigre devorándose un perro. Todos estos objetos que aquí se
muestran fueron sucios y chirles, de barro y agua. Aunque ahora se vean bonitos,
hubo un tiempo en que mancharon las manos y el delantal de la artista. Entonces
Nicola se sienta, por fin, prende la lámpara y nos escribe una carta. Y nos cuenta
lo que quiere ser, apenas un gusanito. Para eso hizo y hace lo que hace.
Lean:
“Quisiera que vieran en mí a una desarrolladora de lenguajes
plásticos, de procedimientos técnicos. El arte contemporáneo parece aceptar
cualquier cosa como válida, yo no estoy de acuerdo con eso.
El concepto, la poética… son fundamentales, pero la obra es
material. Las técnicas que desarrollé, la importancia de tener un
procedimiento, me han definido como artista: un chanchobola es el
resultado del cruce de la momificación, la perfección del calco que sólo se
puede lograr con un molde de silicona y el vaciado del metal en polvo
aglutinado con resina. En la pieza resultante es donde van a encontrar el
concepto y la poética.
Cuando hacía calcos de cuerpos, mi destreza manual no era
protagonista. Con esta técnica cerámica eso se acentúa, porque directamente
trabajo a ciegas, en una construcción mental que me guía mientras compongo el
bloque de pastas de colores.
Por eso me siento cada vez más lejos de la pintura, no así
de la fotografía y el cine. Creo que la pintura es el resultado de lo que la
cabeza le dice a la mano, lo que tiene que hacer: no hay mucho más que
eso. Quiero restarle valor a la pieza única, propiedad exclusiva de la pintura,
y rescatar el trabajo en equipo y en colaboración.
En la combinación de técnicas aparecen fuerzas que llevan la
obra más allá de la voluntad del artista, y es así como empieza a tener un gran
poder. El poder de detener el tiempo, frenar lo inevitable, la degradación de
la materia que indefectiblemente se va a corromper; eso es lo barroco en mi
trabajo, que estoy rescatando para el arte contemporáneo.
La belleza es una de mis preocupaciones y en todas mis obras
estuve dándole vueltas, peleándome con ella. Ahora es mi momento de producir
belleza.
Crear belleza es mi antídoto para el terror que me produce
el fin de la humanidad.
Quisiera que me vieran como un gusano del compost que
transforma la podredumbre en poesía.
Me gustaría que en esta obra inspirada en la belleza del
universo vegetal, encuentren ciertos órdenes de la naturaleza, su inteligencia
y solidaridad, representada no desde una visión romántica sino como lo que más
se acerca a la perfección.
Nicola Costantino, marzo de 2023.”
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