"Acabamos de salir, con Moira, del estreno de la nueva obra de Mariano Pensotti y el Grupo Marea, en el Teatro General San Martín. Normalmente nos vamos a cenar por ahí y discutimos megustó-nomegustó, mientras comemos pizza. Yo había asistido a otra obra del director, que me había parecido buena: “Arde brillante en los bosques de la noche”, con marionetas, teatro y filmaciones. Pensotti es, ante nada, cineasta, y sus puestas suelen complicarse por la cantidad de ingredientes escénicos que le agrega. Esta vez nos muestra un documental sobre un niño pobre al que sigue por el complejo habitacional de Lugano I y II, donde vive sin compañía de su familia, ya que fue abandonado. En la ficción, el director de la película es un hombre de clase media en dos etapas diferentes de su vida, cuando tiene treinta años en 2020, y cuando tiene sesenta en el 2050. El protagonista argumenta en todo momento que su documental es social, impulsado por un altruismo que lo lleva a traicionar a sus compañeros de trabajo -que tenían en vista otra filmación-,a los productores que ponen el dinero y a su propia familia, a la que finalmente deja. Los treinta años que pasan sirven para desnudar las verdaderas intenciones del protagonista: con el proyecto estaba huyendo de cualquier responsabilidad, ya fuera matrimonial, paterna o profesional, en privilegio de sus propios placeres. Es un hombre egoísta, escapista, egocéntrico.
Podríamos haber hablado horas sobre un argumento así con Moira; ella cuestionando las cargas sociales que históricamente condujeron al macho a ser aceptado en la realización de su metejón, yo tratando de entender su mirada de género y el universo que las nuevas perspectivas sociales comienzan a igualar. Por suerte ella no es Valerie Solanas ni yo Arnold Schopenhauer, por lo que la caspa nunca llega a los hombros. Sin embargo, esta vez hubo un incidente que nos hizo salir hablando de otra cosa, aunque esa otra cosa también tuviera que ver con el sentido de la obra. El incidente, azaroso, nos dejó un gusto raro.
En el taxi de vuelta recordé un cuento de Dalmiro Sáenz, “Esa”. Un padre utiliza a su hija menor de carnada para atrapar a un perverso. Se presenta en su casa con la compañía de dos matones y se hacen los sorprendidos cuando lo agarran in fraganti. Pero, en lugar de denunciarlo a las autoridades, lo agreden y chantajean para sacarle plata, que era el objetivo del plan. Toda la historia sucede entre gente pobre, como tantas historias de Dalmiro. Los tres hombres al final se van de la casa con un magro botín. En la huida dejan a la nena.
Se olvidan de la nena."
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