La obra está separada en cuadros: cada vez que un acto
termina, Vivi baja el pesado telón de la Coronado y lo mantiene cerrado por
casi un minuto. La primera vez que lo hace, varios de los espectadores que
están sentados cerca de mi asiento se ponen incómodos y vuelven a encender sus
celulares para contestar ese último wasáp que les quedaba. Las malas costumbres
se van diluyendo durante el desarrollo de la obra. Las posteriores bajadas de
telón, que al principio podían afectar las ansiedades, empiezan a funcionar
como verdaderos silencios entre imágenes. Como el recorrido que hacemos para ir
de un cuadro a otro en un museo. El buen teatro mata las pantallas (hermoso
triunfo).
Tellas optó por mostrarnos unas “Bodas de sangre”
pictóricas, a lo Peter Greenaway, más un afiche slasher. La comparación
con el director inglés sirve a los términos del exceso escénico, no por su
obsesión por las simetrías. La obra de Tellas sucede en los laterales; ora
izquierdo, ora derecho. El despliegue se realiza en los rincones, como también
pasa en el texto de Lorca, que se desenvuelve entre chismes. La propia boda es
celebrada en bambalinas; yo la alcancé a ver porque estaba en un costado de la
platea diametralmente opuesto a ese rincón. Lo mismo pasa con el asesinato:
Vivi decide no mostrarlo (me acuerdo de la versión de Saura en que la pelea
pasaba a ser el centro, ya fuera la riña de las mujeres o la de los
cuchilleros). Vivi Tellas pone la pelea en off, calladamente.
Por lo que vi que están planeando en los diarios, le van a
llover las buenas críticas (en la adaptación de la nueva boda también figura la
escritora Cecilia Pavón). En esta nota voy a dejar de lado por un minuto de
aplaudir a la directora para ponerme el sayal de diseñador y hacer una
referencia al material que aportaron Kuitca y Ramírez, por la importancia que
tiene y el valor agregado que aportan. La puesta no sería igual sin estos dos
campeones.
EL DISEÑO DE LA ESCENOGRAFÍA
Kuitca es uno de los más famosos artistas plásticos argentinos,
nacido en Buenos Aires en 1961. Sus cuadros forman parte de las colecciones del
Met, el Moma, la Tate Gallery y el Stedelijk Museum de Amsterdam. Para esta
ocasión actuó casi como Lorca en su texto: contenido y austero cuando está en
el pueblo, y explosivo y fantástico cuando sale hacia el bosque. Secretos y
gritos. La obra misma.
Para la austeridad arma una fachada de una casa modesta,
blanca, que ocupa todo el fondo de la boca de escena. A pesar de que las
dimensiones son enormes, la puerta y las tres ventanas que se ven tienen escala
humana. Por esa puerta se van a escapar la novia y el amante; por esa puerta va
a ir a buscarlos el marido engañado. Las ventanas están tapiadas -estilizadamente
tapiadas- por maderas. Dejan resquicios por los que sale luz, pero sin mostrar
nada. Las casas de Lorca contienen los secretos de las familias, y la fachada
que estamos viendo es, como toda fachada, la exhibición ante el espacio público
de lo que quieren o pueden decir sus habitantes. La visión de la casa en la que
vive María Onetto es la del resultado final: la vecina le dice, una vez que
todo ha sucedido, que ahora tiene que volverse sola a clavetear los marcos con
maderas. Son las ventanas de la vergüenza, muy españolas.
El espacio público, calle, patio o plaza donde se celebrará la ceremonia está presidido por tres escaloncitos. Allí se van a sentar los actores que no anden actuando, por lo que pasarán a ser parte de la escenografía, casi sin querer. Toda esta sencillez construye el lugar exacto para mover los títeres atormentados de Lorca, destruidos por su propio dolor, sus celos o los mandatos de sus ancestros. Pocos elementos más: un andamio que oficia de pérgola o de interior, unos caballetes, una camita de metal.
Cuando la hipocresía estalle en la huida de la pareja,
cuando el odio pase a ser el protagonista absoluto de la obra, la escenografía
también va a estallar. Y va a surgir del suelo del teatro un bosque
inquietante, muy agresivo. Los árboles están secos, tiemblan cuando los suben
con la maquinaria de la sala. La escena pasa de sencilla a exuberante,
siguiendo puntillosamente el efecto del texto, en el que aparecen personajes
fantásticos con parlamento. La luna habla, la muerte es una persona. La
explosión es de horror. Kuitca se lo presentó así a Vivi:
El último de los actos rescata la fachada clara del
principio.
EL DISEÑO DEL VESTUARIO
Contra toda esa sensatez blanca, la ropa negra de Pablo
Ramírez. Contraste absoluto. Ramírez es un diseñador de indumentaria “de
autor”, con premios locales e internacionales, que tiene su local en la calle
Ayacucho del barrio de Recoleta y su atelier en Santa Fe y Uriburu. Los
tocados, los velos, los cinturones y cintas de colores, las rosas y los moños,
las polleras que ocultan los pies, los chales y los polisones que agrandan a
las actrices a las proporciones de las mujeres de Lorca; todo eso es obra de
Ramírez y su maravilloso equipo. Hay pana, terciopelo, tafetán, crepe; raso en
los moños de las muchachas y la novia. La vestimenta con que ellos dotaron a las
intérpretes de “Bodas de sangre” las exalta, les da mayor volumen y presencia
ante personajes masculinos menudos. Aquí uno de los figurines que muestra lo
que digo:

El polisón es un reemplazo del miriñaque de 1870, una moda
que duró veinte años y fue rescatada para esta versión. Era un modelo más
funcional que sus anteriores, tan armados: abultaba las polleras solamente por
detrás, haciéndolas que lucieran rectas por adelante. Con un buen corsé
quedaban de perlas en nuestras tatarabuelas.
Para cuando la obra se torna fantástica, Ramírez diseña
trajes especiales. Así vemos a Maruja Bustamante haciendo de luna con un vestido
azul y un disco blanco en la cabeza -casi una aureola-, que en los bocetos de
Pablo tenía una proporción ergonométrica y creció para la obra, con el objeto
de poder dialogar con los árboles descomunales del bosque de Kuitca. El disco
que sale a escena tiene unos dos metros de diámetro, el del boceto de Pablo unos
sesenta centímetros, como se ve en el figurín.

La nueva escala de la luna sostiene la ilusión de que ese
personaje es más propio de la escenografía que del vestuario. Cuando vayan a
verla, me cuentan si les pareció lo mismo que a mí.
Federico García Lorca convoca la reunión femenina en sus finales: las mujeres han llegado hasta ahí sufriendo, soportando, compitiendo, llorando, perdonando. Están devastadas. Los hombres no han vuelto de las batallas, de sus guerras. Están muertos. Las mujeres de Federico se quedan para siempre solas en las ciudades, en los pueblos, en el campo.
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