10.10.22

LA EXPERIENCIA TELLAS: ACERCA DEL DISEÑO DE "BODAS DE SANGRE" EN EL TGSM / LA AGENDA

Un bellezor. Tengo que acudir a un neologismo para describir algo tan hermoso como la puesta de Vivi Tellas de “Bodas de sangre”, la obra de Federico García Lorca presentada en la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, porque “belleza” no me alcanza. Es una obra diseñada al detalle; teatro de otra época. La producción de Vivi no escatimó ningún gasto, por caro que fuera. Desde el vamos prometía ser un golazo, porque la directora había seleccionado lo mejor de cada rubro: María Onetto como primera actriz (no hay otra actriz argentina que pueda deletrear cu-chi-lli-í-to como ella), Diego Vainer componiendo la música electrónica (¿flamencos o malambos?), las coreografías armadas y bailadas por Pablo Lugones y Eugenia Roces; la iluminación de Jorge Pastorino, la escenografía de Guillermo Kuitca, el vestuario de Pablo Ramírez. A veces suele pasar que, cuando hay tanto crack junto, empiezan a competir y se anulan. Acá no pasó. La versión de Vivi Tellas es grandiosa, además de ser grandioso el texto que relata.

La obra está separada en cuadros: cada vez que un acto termina, Vivi baja el pesado telón de la Coronado y lo mantiene cerrado por casi un minuto. La primera vez que lo hace, varios de los espectadores que están sentados cerca de mi asiento se ponen incómodos y vuelven a encender sus celulares para contestar ese último wasáp que les quedaba. Las malas costumbres se van diluyendo durante el desarrollo de la obra. Las posteriores bajadas de telón, que al principio podían afectar las ansiedades, empiezan a funcionar como verdaderos silencios entre imágenes. Como el recorrido que hacemos para ir de un cuadro a otro en un museo. El buen teatro mata las pantallas (hermoso triunfo).

Tellas optó por mostrarnos unas “Bodas de sangre” pictóricas, a lo Peter Greenaway, más un afiche slasher. La comparación con el director inglés sirve a los términos del exceso escénico, no por su obsesión por las simetrías. La obra de Tellas sucede en los laterales; ora izquierdo, ora derecho. El despliegue se realiza en los rincones, como también pasa en el texto de Lorca, que se desenvuelve entre chismes. La propia boda es celebrada en bambalinas; yo la alcancé a ver porque estaba en un costado de la platea diametralmente opuesto a ese rincón. Lo mismo pasa con el asesinato: Vivi decide no mostrarlo (me acuerdo de la versión de Saura en que la pelea pasaba a ser el centro, ya fuera la riña de las mujeres o la de los cuchilleros). Vivi Tellas pone la pelea en off, calladamente.

Por lo que vi que están planeando en los diarios, le van a llover las buenas críticas (en la adaptación de la nueva boda también figura la escritora Cecilia Pavón). En esta nota voy a dejar de lado por un minuto de aplaudir a la directora para ponerme el sayal de diseñador y hacer una referencia al material que aportaron Kuitca y Ramírez, por la importancia que tiene y el valor agregado que aportan. La puesta no sería igual sin estos dos campeones.

 

EL DISEÑO DE LA ESCENOGRAFÍA

Kuitca es uno de los más famosos artistas plásticos argentinos, nacido en Buenos Aires en 1961. Sus cuadros forman parte de las colecciones del Met, el Moma, la Tate Gallery y el Stedelijk Museum de Amsterdam. Para esta ocasión actuó casi como Lorca en su texto: contenido y austero cuando está en el pueblo, y explosivo y fantástico cuando sale hacia el bosque. Secretos y gritos. La obra misma.

Para la austeridad arma una fachada de una casa modesta, blanca, que ocupa todo el fondo de la boca de escena. A pesar de que las dimensiones son enormes, la puerta y las tres ventanas que se ven tienen escala humana. Por esa puerta se van a escapar la novia y el amante; por esa puerta va a ir a buscarlos el marido engañado. Las ventanas están tapiadas -estilizadamente tapiadas- por maderas. Dejan resquicios por los que sale luz, pero sin mostrar nada. Las casas de Lorca contienen los secretos de las familias, y la fachada que estamos viendo es, como toda fachada, la exhibición ante el espacio público de lo que quieren o pueden decir sus habitantes. La visión de la casa en la que vive María Onetto es la del resultado final: la vecina le dice, una vez que todo ha sucedido, que ahora tiene que volverse sola a clavetear los marcos con maderas. Son las ventanas de la vergüenza, muy españolas.

El espacio público, calle, patio o plaza donde se celebrará la ceremonia está presidido por tres escaloncitos. Allí se van a sentar los actores que no anden actuando, por lo que pasarán a ser parte de la escenografía, casi sin querer. Toda esta sencillez construye el lugar exacto para mover los títeres atormentados de Lorca, destruidos por su propio dolor, sus celos o los mandatos de sus ancestros. Pocos elementos más: un andamio que oficia de pérgola o de interior, unos caballetes, una camita de metal.

Cuando la hipocresía estalle en la huida de la pareja, cuando el odio pase a ser el protagonista absoluto de la obra, la escenografía también va a estallar. Y va a surgir del suelo del teatro un bosque inquietante, muy agresivo. Los árboles están secos, tiemblan cuando los suben con la maquinaria de la sala. La escena pasa de sencilla a exuberante, siguiendo puntillosamente el efecto del texto, en el que aparecen personajes fantásticos con parlamento. La luna habla, la muerte es una persona. La explosión es de horror. Kuitca se lo presentó así a Vivi:

Extraño detalle a lo David Lynch: los árboles muertos crecen desde camas matrimoniales. Poderosa imagen del escenógrafo para sintetizar “Bodas de sangre”.

El desarrollo de lo pensado por Kuitca fue concretado por Rodrigo González Garillo. Los troncos, de casi siete metros de altura, están realizados en poliestireno expandido y polietileno, con estructura de aluminio. Las cortezas están talladas a mano, árbol por árbol.

El último de los actos rescata la fachada clara del principio.

 

EL DISEÑO DEL VESTUARIO

Contra toda esa sensatez blanca, la ropa negra de Pablo Ramírez. Contraste absoluto. Ramírez es un diseñador de indumentaria “de autor”, con premios locales e internacionales, que tiene su local en la calle Ayacucho del barrio de Recoleta y su atelier en Santa Fe y Uriburu. Los tocados, los velos, los cinturones y cintas de colores, las rosas y los moños, las polleras que ocultan los pies, los chales y los polisones que agrandan a las actrices a las proporciones de las mujeres de Lorca; todo eso es obra de Ramírez y su maravilloso equipo. Hay pana, terciopelo, tafetán, crepe; raso en los moños de las muchachas y la novia. La vestimenta con que ellos dotaron a las intérpretes de “Bodas de sangre” las exalta, les da mayor volumen y presencia ante personajes masculinos menudos. Aquí uno de los figurines que muestra lo que digo:


El polisón es un reemplazo del miriñaque de 1870, una moda que duró veinte años y fue rescatada para esta versión. Era un modelo más funcional que sus anteriores, tan armados: abultaba las polleras solamente por detrás, haciéndolas que lucieran rectas por adelante. Con un buen corsé quedaban de perlas en nuestras tatarabuelas.

Para cuando la obra se torna fantástica, Ramírez diseña trajes especiales. Así vemos a Maruja Bustamante haciendo de luna con un vestido azul y un disco blanco en la cabeza -casi una aureola-, que en los bocetos de Pablo tenía una proporción ergonométrica y creció para la obra, con el objeto de poder dialogar con los árboles descomunales del bosque de Kuitca. El disco que sale a escena tiene unos dos metros de diámetro, el del boceto de Pablo unos sesenta centímetros, como se ve en el figurín.


La nueva escala de la luna sostiene la ilusión de que ese personaje es más propio de la escenografía que del vestuario. Cuando vayan a verla, me cuentan si les pareció lo mismo que a mí.

Ramírez retrató a las mujeres de Federico García Lorca, autor que él dice admirar, hasta en su fuero más interno: son chicas oscuras con interiores blancos. Solamente se les ve lo de adentro cuando levantan sus polleras para bailar. Con ese gesto fácil, ellas develan sus purezas.


Federico García Lorca convoca la reunión femenina en sus finales: las mujeres han llegado hasta ahí sufriendo, soportando, compitiendo, llorando, perdonando. Están devastadas. Los hombres no han vuelto de las batallas, de sus guerras. Están muertos. Las mujeres de Federico se quedan para siempre solas en las ciudades, en los pueblos, en el campo.

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